Por Susana Oviedo (soviedo@uhora.com.py) (*)
Si tuviera la amplísima exposición mediática que tiene el Santuario de Caacupé, no solo cada diciembre, sino durante todo el año.
Si tuviera la envidiable convocatoria que se registra allí, de gente que en su gran mayoría concurre movida por la fe, y no porque le prometen 50 o 100 mil guaraníes, como hacen los partidos políticos para motivar la participación de los votantes.
Cómo aprovecharía ese espacio religioso para tocar las conciencias y corazones con cada una de las frases que escogería cuidadosamente para las homilías, y llamar a las cosas por su nombre.
Abordaría los temas de la realidad con un lenguaje actual e intentaría huir lo más posible de mis prejuicios. Me esforzaría en aplicar una mirada misericordiosa y tolerante, particularmente, hacia aquellos asuntos y sectores con los que no concuerdo.
Si fuera el obispo de Caacupé y tuviera que dirigirme a los jóvenes, comenzaría valorando a los jóvenes que «están haciendo lío», a los que todos los días madrugan para llegar a su puesto laboral o para salir a buscar un trabajo. Alentaría a los miles que estudian y trabajan a la vez. A los que se esfuerzan por romper las barreras y limitaciones de toda laya, y superarse cada día.
Pero también recordaría a los que cayeron en las drogas, los que crecen sin amor y sin el amparo de una familia. Llamaría la atención a todas las instituciones sobre la gravedad de que existan jóvenes dispuestos a segar la vida de un prójimo solo porque viste la camiseta del club rival o para tomar lo que necesita y huir sobre una motocicleta.
Recordaría a los que sobreviven en la extrema pobreza y con frustraciones, porque ven que unos pocos en el país son privilegiados y andan como príncipes, mientras otros son explotados con interminables horarios laborales y un sueldo mínimo como techo. Recordaría a los que no tienen acceso a la salud ni a la educación, y apuntaría a los responsables de que esto ocurra. A los corruptos, que se roban los recursos del Estado y los sueños, derechos y futuro de una gran mayoría del Paraguay. A esas autoridades deshonestas, que secuestran el Estado, mienten y se llenan los bolsillos.
Si yo fuera el obispo de Caacupé, ¡por Dios!, no desaprovecharía tan valioso tiempo y espacio del santuario para reducirlos a criticar a las personas que llevan tatuaje y, encima, desconocer que es un ejercicio de la libertad de expresión.
(*) ultimahora.com
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