El día que el amor venció a la guerra

(SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE)

Guimer Zambrana Salas (*)

               Habíamos dicho en el final de la primera parte publicada el 12 de junio de 2021 “Cuando el retorno se hizo inminente, ella se encontraba en Argentina, en casa de una familia amiga. No dudó en ir a buscarla para conseguir la promesa de que vendría a Bolivia y entregarle la dirección dónde debía buscarlo al llegar a La Paz”.

BÚSCALO – «Si lo quiere, vaya a buscarlo y si no es como él le ha dicho, mi hija, usted se vuelve», la despidió su madre. 

Bolivianos en Paraguarí

El fuego del amor que había encendido Julio se negaba a convertirse en cenizas. Es más, se avivaba a medida que pasaban los días. Habían pasado tres meses desde la repatriación del prisionero boliviano cuando Isabel decide dar rienda suelta a la aventura del amor. 

Él había ofrecido matrimonio antes del retorno del Paraguay, pero ella quería cerciorarse que todo lo que le había dicho era cierto. Abordó el tren del amor que la trajo -vía Jujuy- hasta Bolivia. No conocía nada ni a nadie. ¿Qué interesaba? Conocía al amor de su vida. 

Llegó a La Paz y se alojó en la casa de una persona a la que conoció durante el viaje. Al día siguiente, no había abandonado la cama cuando Julio tocaba la puerta del lugar donde ella estaba hospedada. 

Julio Rocabado

Julio dejó a su querida Isabel en 1990. Desde entonces ella vive sola en Irupana, población yungueña que fue testigo de la felicidad de la pareja. 

Estalló en llanto cuando le propusimos hablar de su historia de amor. «Era un caballero muy sensato, como que había sido, yo creo que no habrá en la vida otro, no quisiera francamente hablar del recuerdo que tengo de él, es muy grande». 

«Para él no era tan guerra, él estaba siempre con su humor», dice su hijo Mario, tratando de explicar las razones por las que su padre dejó de lado el patrioterismo para darle rienda suelta al corazón.

«El amor no tiene fronteras», concluye Isabel. Y no las tiene. Ni siquiera cuando dos países se declaran la guerra por controlarlas

LA OTRA BATALLA – Fue una batalla aparte. Julio e Isabel estaban convencidos de su amor, pero la sociedad que les rodeaba no estaba dispuesta a perdonar el matrimonio de un combatiente boliviano con una mujer del frente enemigo. 

Isabel Ricardo

«Algunos decían que es una paraguaya, una déspota y querían humillarla, pero ella siempre ha sido muy buena», recuerda Ángel Mancilla, un antiguo vecino de Irupana. Las consignas nacionalistas calan más hondo en los pequeños poblados y la población yungueña no es la excepción.

«Ella sería paraguaya, pero no ha provocado la guerra, no ha actuado en la guerra, humildemente se han conocido, se ha venido. De ser boliviana, no es, pero se le da buen trato» comenta Mancilla, quien también combatió en la Guerra del Chaco. 

Hoy, Isabel es una más de las vecinas de Irupana. Las nuevas generaciones no saben siquiera que abandonó su país para vivir con el hombre que amaba. Cuando Julio vivía, ella incluso participaba de los actos que realizaban los excombatientes del Chaco en homenaje a los bolivianos caídos en el campo de batalla.

SE PERDIÓ EL CORDÓN UMBILICAL – Le devolvieron su última carta. Ocurrió hace 17 años, cuando Isabel y Julio enviaron una misiva a la familia en Paraguay, la que les fue devuelta por el correo paraguayo debido a que los destinatarios cambiaron de domicilio.

Desde entonces ella perdió contacto con los familiares que dejó en su país. La última vez que viajó a Caacupé fue hace 21 años, cuando la hicieron llamar para asistir al entierro de los restos de su señora madre. 

Prisioneros paraguayos

Hasta entonces, junto a su compañero de vida, había viajado en varias ocasiones a tierra paraguaya. Los dos trabajaban y ahorraban para viajar cada tres años, con el objetivo de revisar los recuerdos que dejaron en territorio guaraní. «Con él nos quedábamos tres meses. Le decía: ‘Ya no iremos, porque no tenemos plata’; y él decía: ‘vamos a estar trabajando’. Entonces había mucha gente en Irupana, había negocio».

Su hijo Mario -que participó de algunas de esas travesías- afirma qué la abuela los quería mucho por la amenidad de Julio. La visita era aprovechada para reunir a toda la familia, que se encontraba dispersa entre las ciudades de Asunción y Caacupé. 

Él afirma que ella no está dispuesta a volver a la tierra que la vio nacer: «Le hemos ofrecido ir a Paraguay, pero debe ser duro retomar sola a los lugares donde los dos han estado juntos», argumenta. 

En el lecho del hospital, ella dice que, en realidad, su pasaje de venida nunca tuvo retorno, que vino para vivir y morir a lado de su amado Julio.

(*) Periodista bolivianoNota publicada en invierno de 2001. Escrita en Irupana, localidad boliviana ubicada en la provincia Sud Yungas., a 112 km. de La Paz,

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NOTA DE REDACCIÓN Paraguay repatrió a 17.174 bolivianos, y Bolivia 2.578 paraguayos. En esos cálculos no están incluidos los que murieron en cautiverio, los que escaparon y volvieron a su país o huyeron a la Argentina o al Brasil, ni los que se quedaron en el país que los capturó. 

Como vemos, existió una marcada diferencia entre la cantidad de prisioneros devueltos por un lado y por el otro. Eso se debió, en términos generales, a que la gran mayoría de la tropa boliviana no estaba adaptada al árido y rudo clima del bosque chaqueño, ya que provenían del altiplano, zona fría y con un horizonte amplio a la vista, y se encontraron en un lugar boscoso, donde la vegetación impedía ver el horizonte, por lo que se perdían fácilmente en el monte, y además caluroso, que hacía que se deshidrataran rápidamente por la falta de agua. 

La conjunción de estas dos circunstancias, hábilmente aprovechadas por el Comando Paraguayo, hicieron que en muchas ocasiones se entregaran por estar perdidos en el bosque, o apremiados por la sed, en busca de agua. 

Es de hacer notar que el Comando Paraguayo había tomado como sistema, aferrar al ejército enemigo por el frente, y rodearlo con un doble anillo, para lograr su aniquilamiento, el que se podía conseguir por las armas, o por el debilitamiento por la sed y el hambre. 

A ese sistema, lo llamaban “el corralito”