Cuento de Nochebuena: “La casa de al lado”
Diana Peinado (*)
María terminó de preparar las cosas en la cocina y lentamente, ayudada por su bastón, empezó a llevarlas al salón, cada vez le costaba más distinguir las formas de los objetos, la culpa la tenían las cataratas, que desde hacía años le estaban apagando la luz del exterior, pegó el oído al tabique y escuchó, no se oía nada, su vecino aún no había encendido la televisión, estaría esperando al igual que ella a que dieran las nueve.
Su vecino la tenía desde hacía casi un año intrigada, día tras día, en la casa del al lado, escuchaba el sonido de la tele que informaba de la presencia de alguien en el salón, curiosamente veía los mismos programas que ella, bueno, realmente, ella ya sólo los escuchaba, incluso algunas noches, cuando su vecino apagaba la tele, ella hacía lo mismo y decidía acostarse, era como si ambos la vieran juntos, pero separados por un tabique, le escuchaba reírse de las mismas cosas que a ella le hacían gracia, incluso subían el volumen a la vez cuando algo les parecía más interesante. María se preguntaba cómo sería aquel hombre, sabía que vivía solo, pues le oía dar las gracias los martes por la mañana a una señora que le limpiaba la casa, cuando ésta se despedía diciendo.
—Le he dejado la ropa planchada en el cuarto, ya está limpia toda la casa, hasta la semana que viene.
A María también venía una señora a limpiarle la casa, era su único contacto con el exterior, ese y la asistenta social que una vez al mes la acompañaba al centro de salud para hacerse las revisiones, desde que había muerto su marido hace casi cinco años se había sentido tremendamente sola, hasta aquel día en el que empezó a escuchar la televisión al otro lado, le hubiera gustado conocerle, pero pertenecían a bloques diferentes y lo único que tenían en común era esa pared del salón.
Al otro lado, Antonio pegó el oído al tabique y no oyó nada, quizás su vecina tenía la suerte de no estar sola en casa aquella noche, estaba fascinado con aquella mujer que día tras día veía en la televisión lo mismo que él, pero que nunca hablaba con nadie, salvo los viernes por la mañana, en los que oía a una mujer contar chisme tras chisme e historias sobre su marido e hijos y luego se despedía hasta la semana siguiente.
Él ya casi nunca salía, no conocía el barrio y además la artritis en la rodilla no le permitía pasear, un día que salió al médico estuvo tentado de entrar en el portal y mirar quién era la mujer del otro lado, pero luego no fue capaz.
Colocó todas las cosas sobre la mesa y no pudo evitar llorar, se sentía solo desde que murió su mujer, pero hoy doblemente solo, pues era la primera Nochebuena sin ella, su hijo vivía en otro país y no podía acompañarle.
¡ Qué triste se hacía esta época del año en su situación, pensó que nadie debería estar solo en Navidad.
- María puso la televisión y escuchó el mensaje del Rey, al otro lado también se escuchaba, incluso bajó el volumen para escuchar los sonidos vecinos, cuando acabó el mensaje María se armó de valor, se levantó y sin apenas pensarlo, cogió el bastón, golpeó la pared y dijo.
—¡Oiga! ¡Vecino! Al momento se sintió avergonzada, pero ya era tarde, al otro lado se escuchó una voz cascada y grave:
—¿Es a mí? ¿Tengo la televisión demasiado alta y la he molestado?
—No, ¡Dios mío! En absoluto, es que he escuchado que estaba ahí y quería desearle una Feliz Nochebuena.
—Muchas gracias, señora, aunque cuando se está solo, es más noche y menos buena… Perdone la indiscreción, pero ¿no la celebra usted con nadie?
—No tengo familia, quedé viuda hace cinco años y no tuve hijos, ¿Y usted?
—Enviudé en enero y mi hijo vive en Noruega y no puede venir… Perdone mi atrevimiento, pero si ambos estamos solos ¿Por qué cenar separados? Me llamo Antonio y estaría encantado de compartir la cena si viniera a mi casa.
—Muchas gracias, mi nombre es María y me encantaría, pero ya apenas veo y no puedo ir a ningún sitio, pero sería un honor recibirlo en mi casa. Mi puerta es la letra C.
—Por supuesto que iré, tardaré un poco, pues la artritis me obliga a andar muy lento, ¡Ahora nos vemos!
Antonio tardó un buen rato en llegar, María lo esperaba ansiosa, se dieron la mano y se sentaron en la mesa, charlaron y charlaron contándose sus vidas, mientras sonaba la tele de fondo, una sola tele, pues ya no había tabique separándolos, y así esa Nochebuena, fue menos noche y más buena para ambos.
(*) escritora española contemporánea (revista almiar. margencero)