El secuestro del cónsul paraguayo que inspiró la novela de Graham Greene

Ocurrió hace 40 años exactos en Buenos Aires y fue para presionar al gobierno de Onganía.

Por Ariel Hendler*

Waldemar Sánchez, luego de su liberación

Un hecho olvidado, a pesar de que ocupó la tapa de todos los diarios durante una semana de 1970. Tan olvidado como sus protagonistas, aunque fueron los primeros en avisar que la década que empezaba iba a estar signada por la violencia política. Y que hasta inspiró una novela: “El cónsul honorario”, de Graham Greene, de las pioneras en abordar el fenómeno de la guerrilla en Argentina.

En la semana santa de 1970, hace 40 años exactos, el cónsul paraguayo Waldemar Sánchez fue secuestrado en Buenos Aires por un grupo insurgente que todavía ni tenía nombre, pero que a partir de ese día, obligado a emitir y firmar comunicados, se llamó FAL: Frente Argentino de Liberación, aunque más tarde mutó a Fuerzas Argentinas, manteniendo la sigla.

El diplomático, de 56 años, cumplía funciones en la ciudad correntina de Ituzaingó y había bajado a Capital para vender su Mercedes Benz con chapa diplomática. Dos guerrilleros, que ya tenían el dato, se presentaron en su hotel como posibles compradores; convencieron al cónsul para que los acompañara a probarlo por los bosques de Palermo, donde lo redujeron, y se lo llevaron a una casa en Carapachay.

Pero el motivo del secuestro no era económico: ni siquiera se quedaron con el Mercedes. Lo que buscaban en realidad era exigir que el gobierno de Onganía reconociera que tenía detenidos y bajo tortura a dos militantes de esa organización que todavía no se llamaba FAL: Carlos Domingo Della Nave, que fue legalizado y puesto a disposición de la justicia ese mismo día, y Alejandro Rodolfo Baldú, que jamás apareció ni se le dio entrada en ninguna dependencia policial. Según pudieron averiguar algunos abogados, su corazón no resistió la picana, y probablemente su cadáver fue incinerado. De esta forma, Alejandro Baldú fue el primer detenido desaparecido por razones políticas en ese periodo que suele llamarse con dudosa precisión los años 70, con el único antecedente del obrero metalúrgico Felipe Vallese en agosto de 1962.

Justo en esa semana de Pascua, dos turistas extranjeros, de caracteres diametralmente opuestos, visitaban la Argentina: el ya célebre escritor británico, invitado por su amiga Victoria Ocampo, y el dictador guaraní Alfredo Stroessner, que pasó unas minivacaciones en Villa La Angostura.

El primero se interesó por el secuestro del cónsul paraguayo, y aún con las limitaciones del caso, utilizó el episodio como excusa para inmiscuirse en la dura realidad del Tercer Mundo y sus patéticos generales autócratas. El segundo, en cambio, prohibió expresamente que se interrumpiera su descanso por semejante nimiedad.

En rigor, la indiferencia de Stroessner era casi obvia, y, de hecho, la intención de FAL era secuestrar a algún pez gordo, pero les resultó imposible intentarlo con el embajador de Alemania Federal y el cónsul del Reino Unido en La Plata. Y ante la necesidad apremiante de frenar el suplicio de sus compañeros, tuvieron que conformarse con esa presa menor que fue abandonada a su suerte sin mayor disimulo por las autoridades argentinas y paraguayas.

Esta circunstancia real, que superaba a toda ficción, fue explotada casi jocosamente por Greene. En su novela -publicada en 1973 y convertida en película de Hollywood una década más tarde-, los guerrilleros no son argentinos sino paraguayos, e intentan secuestrar al embajador estadounidense en nuestro país durante una visita a las misiones jesuíticas, mientras Stroessner disfruta de la pesca de truchas en el Nahuel Huapi.

Pero cometen el error de llevarse al hombre equivocado: Charley Fortnum (Michael Caine en el filme), cónsul honorario inglés en una ciudad perdida del noreste, un anciano adicto al whisky que el propio servicio exterior británico ansiaba sacarse de encima, y cuya suerte, o muerte, tampoco parece importarle a casi nadie, empezando por el dictador guaraní. «No es asunto mío, he venido a pescar», le hace decir el escritor sin inventar prácticamente nada.

En la vida real, el cónsul fue devuelto sano y salvo la mañana del sábado de Gloria del 28 de marzo, después de una semana de negociaciones, nervios, pruebas de vida y decenas de comunicados auténticos y truchos. Sus captores de FAL habían perdido toda esperanza de que Baldú estuviera vivo y Della Nave fue exhibido -fugazmente- ante los periodistas, así ya no tenía sentido mantenerlo como rehén.

Dos meses más tarde, el secuestro y posterior ejecución del general Pedro Eugenio Aramburu, por los Montoneros, significó el verdadero anuncio de los tiempos que se venían. Y eclipsó para siempre la historia del cónsul, que murió diez años más tarde completamente olvidado.

*clarín.com