Arístides Ortiz (*)
Sentado en el sillón, sorbe pensativo su primer mate. De pronto sale de sus pensamientos y sentencia secamente: “Kóa nda hakúi”. “Koagaite mi general”, responde presuroso el suboficial que parado, casi firme, ceba la infusión amarga. Vuelve a sus cavilaciones mientras se toca suavemente con la yema del dedo pulgar ese bigote que no puede disimular los labios demasiado gruesos. Son las cinco de la mañana de un lunes en el Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas y Alfredo Stroessner imagina cómo moverá sus piezas en el complicado tablero militar de ese día.
Ese caballero vestido en tapado negro que camina sobre la calle Palma se llama Carlos Lara Bareiro. De tez morena, de cejas pobladas, con aire de niño, va camino al Teatro Municipal de Asunción. Tararea una melodía de un tal Claude Debussy, una melancólica, parecida a la guarania. Carlos Lara está contento: hoy dará uno de sus periódicos conciertos al frente de la Asociación de Músicos del Paraguay. Mira su reloj: las 20:15. Suspira de emoción ante la inminencia de sentir el calor del público desde las butacas y los palcos del Municipal. Lo siente como la adrenalina que le atropellaba el corazón cuando se acercaba al mar, allá en Rio de Janeiro.
La pieza que movió ayer el teniente coronel Néstor Ferreira, comandante de la Caballería, le reveló la estrategia del presidente Federico Chávez para mantenerse en el poder: él será la próxima víctima del jefe de Estado en su afán de controlar completamente a las fuerzas armadas. Luego de enterarse que Ferreira destituyó al Mayor Virgilio Candia, comandante del Tercer Regimiento de Caballería, y a un grupo de oficiales, todos leales a él, acudió al despacho del presidente a reclamar el hecho. Al salir de la entrevista en Palacio su cabeza le dibujaba, claro como el agua, las movidas precisas y la estrategia que seguiría.
A este tren de conspiración que él manejaba subió Epifanio Méndez Fleitas. “Tiene mi apoyo, general. Usted haga lo suyo. Yo haré lo mío”, le dijo con tono amable que sin embargo no dejaba de ser imperativo. Stroessner atravesó con astucia y fortuna aquel tembladeral político y militar que vivió el país entre 1947 y 1951, lapso en el que se sucedieron, con golpes y contragolpes, seis presidentes. Fue un cuidadoso escalador de montañas: pisaba en el exacto lugar donde estaba la mano amiga de algún caudillo colorado para sostenerse y seguir ascendiendo hasta llegar a la Comandancia en Jefe. Conocía bien a los políticos. Más adelante se arreglaría con Méndez Fleitas, se dijo, y le agradeció el apoyo.
Un desvencijado tranvía lo obligó a subir a la acera…
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