26 de julio de 1953 : Carta de Augusto Roa Bastos a Epifanio Méndez Fleitas

Habida cuenta de la repercusión obtenida por  la opinión vertida sobre “los Epifanios” por Federico Andahazi, prolífico intelectual argentino psicólogo, escritor y periodista en el programa “Palabra de Leuco”, emitido el martes 24 pasado por TN, canal de TV de Argentina, este medio publicará algunos aspectos de la vida de Epifanio Méndez Fleitas, que ojala le sea útil a Andahazi para “reconstruir” sus conceptos proferidos en la televisión y también en la AM 790, radio Mitre.

Para leer la carta completa enviada a Méndez Fleitas por nuestro Premio Cervantes paraguayo, sugiero hacerlo en www.lanacion.com.py, sitio Web del diario ‘La Nación’ de nuestro país. El articulo en cuestión fue publicado el 21 de mayo de 2017 se titula “Roa Bastos y Méndez Fleitas, una amistad poco conocida”

Buenos Aires, 26 de julio de 1953

 Señor Epifanio Méndez

Hotel «Continental»

Buenos Aires

Mi apreciado amigo:

He dedicado este fin de semana al interesante material bibliográfico que tuviste la amabilidad de dedicarme. Tenía mucho interés en confrontar cuanto antes con tu pensamiento escrito la imagen viva y sugestionante que durante estos últimos tres meses me he venido formando de tu personalidad y de tu criterio, en un trato frecuente y directo. La prueba no ha podido ser más concluyente: tus ideas forman una unidad armoniosa y dinámica con tus actos. Estos nacen necesariamente de aquellas, y no se pueden concebir ideas como las tuyas sin una actitud y una actividad íntegramente orientada y consagradas al servicio de un ideal noble y profundo.

 No he resistido por eso al deseo de escribirte estas líneas para sustraer a la emoción fugaz de la conversación y a la improbable oportunidad de expresártelas personalmente, las impresiones producidas en mi espíritu por la afortunada experiencia de la lectura de tus libros. Cu ya’e jhaicha ñaneñ’eme: ya yujhuro peteí mba’e porá nico ñamombe’u se oyupé: iñasái jhaguá la ña ne marangatú.

No se me oculta, por lo demás, que cualquier opinión relativa a tu persona, de crítica o de elogio, trascienda el simple plano personal, pues has construido tu vida y la orientas con un sentido mucho más amplio, no a la escala de limitados intereses individuales, nobles o no, sino a la escala de nuestra propia colectividad. Tu fuerza, Epifanio, tu gravitación consiste precisamente en este hecho esencial. Y lo que es mejor: tienes conciencia de ello. Te sientes importante no en cuanto individuo, sino porque en cuanto expresas a tu colectividad en lo que tienes de más auténtico y vital, con ideas y actos determinados por la lógica de la historia. Por eso, aún tus fracasos parciales, si llegan a ocurrir, no serán sino episodios, errores transitorios en el camino de una sola y larga lucha victoriosa en la que los ideales que encarnas acabarán de imponerse con fuerza incontrastables, siempre que no se desvirtúe en su naturaleza de pueblo y de historia, que es su razón de ser.

No hay individuos providenciales en la historia de la sociedad humana, sino en la medida en que realicen este mandato inapelable. Y el juicio de la posteridad y aún del presente inmediato es casi siempre infalible. No hay manera de burlarlo ni de sobornarlo, ni a veces de retardarlo.

Nuestro Mariscal de Hierro fue un hombre auténticamente providencial, en el sentido de necesario. ¿Por qué? Porque encarnó el afán de supervivencia de nuestra raza y de nuestra nación.

Bolívar y San Martín libertaron pueblos sojuzgados políticamente. Fue una tarea inmensa. Pero Solano López luchó por una causa más penosa y dramática: impedir que el ejemplo de los Libertadores fuese negado; impedir que mandatarios falaces, arrastrando a sus pueblos con móviles secretos e inconfesables, en una agresión terriblemente absurda, volvieran no sólo a esclavizar políticamente sino también destruir a sangre y fuego a una nación cuyo tremendo y único delito era su dignidad y soberanía, su inquebrantable decisión de independencia. Cuando Solano López, en Cerro Corá, comprendió que ya su vida era impotente para la defensa material de la patria, arrojó su muerte al paso de los invasores como un inmenso bloque de piedra untada en sangre gloriosa, y los detuvo allí para siempre, como ante una muralla infranqueable y acusadora.

A ochenta y tres años de su sacrificio, a pesar de la infame lápida de plomo de los legionarios y del señoritismo urbano de dentro y de fuera, Solano López, paraguayo ejemplar, maravilloso ejemplo americano de fortaleza moral y patriotismo militante, no académico ni especulativo, sigue presidiendo la vida nacional junto con los otros hombres de nuestra historia, auténticamente providenciales como él; y sigue encarnándose en sus descendientes espirituales más meritorios

Sé que habita en ti esta certidumbre. Y lo comprobé hace algunas tardes, cuando la hermosa y monumental cabeza del Mariscal pintada por Guevara fue conducida hasta tu habitación del hotel. En la emoción de sus ojos había un remoto y metálico fulgor. Y cuando leíste en voz alta la sentencia escrita al pie del cuadro: «Se sintió inmenso, porque se sintió la Patria…», en el conmovido silencio que siguió a tus palabras, todos los amigos que te rodeábamos sentimos la indecible y pura sustancia de patria de que están hechos sentimientos como los tuyos.

Esto es importante, Epifanio: porque solamente pasiones de una naturaleza semejante, sentidas y servidas con carácter impersonal por su inmensidad y amplitud, pueden anular o, en el peor de los casos, canalizar benéficamente el fanatismo sectario de eficiencia tan circunstancial y de efectos tan disolventes en los tejidos más nobles de la estructura nacional.

Es innumerable la cantidad de cosas buenas que se han malogrado indefinidamente en nuestro país por la propia intransigencia sectaria de los paraguayos, en todos los órdenes en el de la política, en el de la cultura, en de las instituciones.

Parece inevitable que la militancia en un partido político suponga la tácita y fanática aceptación de todos los compromisos sectarios, sin discriminación alguna. No se puede construir un orden estable, ni siquiera podría esperarse que surjan condiciones propicias para ello, si se utiliza el poder para convertir a martillazos verdades relativas en verdades absolutas. El fanático más poderoso del mundo no podría lograr que lo negro sea blanco, salvo por el transitorio fenómeno de sugestión colectiva cuyos efectos, por otra parte, además de fugaces, no alterna la naturaleza de las cosas.

Durante mucho tiempo el país ha padecido las consecuencias de este tremendo mal. Ha soportado con discutible estoicismo a hombres empotrados a horcajadas en las espaldas del pueblo, sobre pretexto de un falso provincialismo, y cuyo satisfactorio arquetipo podría ser el señor J. Natalicio González. Hombre de cultura tan vasta y aprovechada como sus apetitos, no vaciló en servirse incluso de las ideas de Platón y Aristóteles para justificar sus cimarronas especulaciones y adornar con gallardetes filosóficos el sopor de su digestión pantagruélicamente paraguaya. Considerado como el primer intelectual paraguayo en el exterior, estafó a la nación y estafó a nuestra cultura, echando por tierra el respaldo moral y la probidad intelectual de sus libros, algunos de ellos capitales por la importancia de sus temas.

… Fue barrido porque él no representaba, como cabeza de un grupo faccioso, la fuerza histórica de la colectividad paraguaya. Había usurpado el sitio respetable de los mandatarios genuinos, identificando sus sórdidos intereses de medro personal con los necesarios e inalienables intereses del pueblo y de la nación. A pesar de su cultura, del prestigio internacional de su publicidad individual, de sus pseudas preocupaciones indoamericanas, raciales y populares y de la fuerza discrecional del poder, de la que usó y abusó, el falso Buda mestizo de pies de barro, estómago de bronce y cabeza de papel, cayó bajo el empuje del grupo más débil en apariencia, pero que tenía la íntima convicción de su verdad republicana