Indígenas “Paĩ-Tavyterã”: Contra leyendas insidiosas, una aproximación a la realidad
Por Bartomeu Melià, lingüista y antropólogo
Sucede con frecuencia que “nada soporta mejor el paso del tiempo que la mentira”, como dijo Rafael Chirbes en su novela “En la orilla”. Ha ocurrido más de una vez en el Paraguay. Y así los mejores y más ricos tesoros los desperdiciamos cubriéndolos de falsedades.
Se necesita en esos casos una persona, sabia y humilde, tranquila y honrada, que nos ayude a ver la realidad.
Las visitas que hizo al Paraguay el señor José Antonio Lasheras, director por más de veinticinco años al cuidado de las Cuevas de Altamira, cerca de Santander, en España, contribuyeron decisivamente a deshacer las leyendas insidiosas ‒así las nombraba él‒ que por tanto tiempo estaban ocultando y tergiversando el valor real del arte rupestre en el Paraguay, que él clasificó con conocimiento de causa como conjunto único transnacional de esta región de América que arranca de Ita Letra del Yvytyrusú del Guairá, pasa por Jasuka Venda en el Amambay, y sube por el Planalto brasileño. Y muchos otros lugares prácticamente desconocidos.
Que no se rebaje el valor extraordinario de esas obras de arte rupestre a falsos orígenes.
Ya era hora de limpiar de teorías racistas, que pretendían adjudicar ese arte rupestre a no sé qué Vikingos de anteayer, no antes del siglo VIII, que habrían llegado al Paraguay, famosos por sus pillajes en Europa. ¡Cómo nos atraen las aventuras de invasores en el Paraguay! Como si hoy otra vez entonces fuera.
La gloria del Paraguay no viene de invasores europeos. Las artísticas incisiones en la piedra no se deben a héroes venidos del otro lado del mar, sino a personas como nosotros, nos decía el señor José Antonio Lasheras, que habitaron esta tierras; aquí vivían su vida ordinaria de cazadores y recolectores, y con sus sentimientos convertían en arte lo nuevo y lo repetido mediante símbolos que ellos mismos miraban estupefactos. Era un ejercicio de expresión abstracta.
Son indios de América los autores de esos trazos que hablan de vida estética en lo más primitivo y primordial, en lo primero de un buen vivir.
Los indígenas Paĩ-Tavyterã que acompañaron con admiración y respeto los trabajos de reconocimiento y puesta en valor de ese legado, se sintieron ellos mismos investigadores y ahora guardianes de esa galería de arte que sienten suya.
De hecho, el Jasuka Venda era desde hace tiempo un lugar donde habita lo sagrado. Me acuerdo de que en ciertas ocasiones cuando entrábamos en ese espacio brotaba espontáneamente del pecho del Paĩ con quien viajábamos un profundo y sentido canto para que los espíritus divinos del lugar nos fueran propicios.
El señor Lasheras habrá sentido sin duda la misma emoción y estremecimiento. Los trabajos se realizaban en un ambiente de participación ritual, pues lo que se descubría y veía era sagrado.
La última vez que me encontré con el amigo José Antonio, fue en el mejor de los ambientes, en la que era su casa, es decir, en las Cuevas de Altamira.
La ocasión se presentó en julio de 2014 con motivo de un congreso sobre la Escuela Ibérica de la Paz, del que Lasheras participaba. Ver y sentir, apoyado en la mirada del director de ese hoy declarado Monumento de la Humanidad, las pinturas de Altamira no eran una regresión a la historia de un pasado lejano, sino establecer un diálogo con personas tan humanas que nos hacen esperar siempre un futuro mejor.
FUENTE: IDEAS + PALABRAS (Suplemento de los domingos del diario La Nación del Paraguay).
N. de R. Jasuka Venda o Cerro Guazú, es el sitio sagrado de los Pãi Tavyterã, se encuentra en la Cordillera del Amambay dentro del Parque Nacional Cerro Corá, cerquita de la frontera con el Brasil. Ahí está depositado el “Jasuka”, principio creador con el cual Ñane Ramõi Jusu Papa –«Nuestro abuelo grande eterno»-, engendró la palabra, la humanidad y el universo todo. Allí nacieron todas las plantas y animales conocidos por el hombre. Allí también se hallaron los indicios más antiguos de la presencia del hombre en el país, con más de 5.000 años