Repercusiones psíquicas de la migración

En el Salón Artigas del Ministerio de Relaciones Exteriores del Uruguay, se realizó los días 12 y 14 de mayo del corriente años el “Primer Encuentro sobre Migración y Ciudadanía”, oportunidad en que nuestra compatriota el Dr. Andrés Flores Colombino, experto en la materia y presidente del Club Social y Deportivo Residentes Paraguayos, dictó una conferencia cuyo texto publicamos a continuación

La emigración siempre surge como consecuencia de una necesidad insatisfecha en el lugar de procedencia: necesidad de libertades públicas, de posibilidades económicas, de proseguir estudios, de reunirse con la familia.

También hay migraciones transitorias por trabajo zafral, guerras, desastres colectivos o desgracias personales. Hay aspectos que ya fueron destacados por otros ponentes, pero debemos señalarlos, porque el motivo para migrar, condiciona de manera prevalente la capacidad de adaptación  al lugar de destino. Y esta adaptación o no está en la raíz de los problemas psicológicos y sociales de los migrantes.

No es igual migrar intempestivamente que luego de una meditada y cuidadosa preparación. No es igual migrar en solitario que en grupo familiar o de afinidad. No es igual abandonar el lugar de origen si la idealización del lugar de destino estuvo abonada por familiares y amigos desde el destino final con pinceladas realistas o engañosas.

Nos atrevemos a afirmar que la migración es un acontecimiento de la historia individual y grupal de los pueblos, que conlleva experimentar situaciones límites y de máxima exigencia a los mecanismos psicológicos de defensa, que operan con mas o menos éxito, y que desde el dramatismo o la tragedia de su peripecia, exponen a las personas a situaciones de máxima vulnerabilidad, que se resuelven de tantas maneras que no se puede eludir el sentimiento de incertidumbre: a corto, mediano o largo plazo.

En el campo de las migraciones se habla de factores de expulsión (desde el origen) y de factores de atracción (desde el destino). Todos ellos influyen en la construcción de la realidad antes de migrar y en la que se realiza ya en el lugar de asentamiento,-el migrante vive un proceso de variable duración de acuerdo a cada caso- para poder establecer el carácter generador de conflictos psicológicos y sociales, y el desarrollo o la pre-existencia de una capacidad de resolver problemas o la resiliencia individual a los cambios.

El psicoanalista paraguayo Nasim Yampey, migrante en la ciudad de Buenos Aires, escribió un interesante articulo sobre “Expatriación y salud mental”, en el que, extrapolando las etapas del duelo psicológico ante una pérdida –la migración es una pérdida siempre- , cada migrante pasaría por tres etapas. 1) Negación del nuevo entorno 2) Crisis ante la ambivalencia de la identidad y los roles y 3) Adaptación al nuevo medio o Retorno al país de origen. Comentaremos cada etapa.

1)      Negación: Una vez llegado al lugar de destino elegido, la persona pasa por una etapa en que sigue ligado a su lugar de origen por medio de cartas, comunicación frecuente por medios electrónicos, llamadas telefónicas, refugio en las colectividades de connacionales, lectura de prensa del país de origen, escuchar solo música típica del país de origen (cosa que no pasaba cuando vivía allí), la conservación de las modalidades lingüísticas, el vestido. Todo ello como mecanismo de negación del nuevo entorno que le ofrece otros paisajes, otra música, otro idioma a veces o con otras entonaciones, se resiste a establecerse en trabajos con contrato a largo plazo o trabajos blanqueados, a obtener residencia legal, a postergar la obtención de cedulación, a establecer vínculos afectivos serios con personas del nuevo destino. Esta etapa suele ser factor de auto – exclusión, de marginación y de no participación social, cultural o política, manteniendo vínculos de estricta necesidad y sobrevivencia. Hay migrantes que no pueden superar esta etapa y permanecen en ella durante años o décadas y a veces hasta la muerte en otro país. Los trastornos psicopatológicos previos pueden generar esta conducta de negación, y se mencionan cuadros psiquiátricos como mitomanía, conductas esquizoides, brotes psicóticos y descompensaciones neuróticas. De todas maneras, estancarse en esta etapa significa también estancarse como persona –pues solo está ‘de paso’ en las posibilidades de realización plena y en la fantasía de que el retorno –salvador y triunfal- es inminente.

2)      Crisis de ambivalencia. Ocurre cuando el migrante debe instalarse en el nuevo lugar de residencia, comprar una casa –hecho que se considera una traición al solar nativo, su pedazo de tierra donde vivir y morir- y el abandono de la pensión o conventillo o barrio marginal, o la vivienda alquilada, pues ahora se siente simbólicamente atado al nuevo lugar. Igual cosa ocurre con los contratos a largo plazo o el ascenso con tareas de responsabilidad en su trabajo. O cuando nacen hijos que seguramente no compartirán la idea de volver al terruño. Idea que ya se desarrolló cuando contrajo matrimonio o vínculo con una persona extrajera, que tampoco querrá compartir la aventura de volver a la patria ajena. También hacen crisis cuando enferman y descubren que la cobertura social y médica que habían rechazado –es otro signo de negación- debe reverse y se afilian a seguros médicos y otros factores de construcción de ciudadanía que los ligan al nuevo lugar. Aquí se han descrito cuadros psicosomáticos, gastritis, hipertensión, problemas de la piel psicogénicas, estreñimiento pertinaz o infecciones a repetición por descenso de la inmunidad. Lo más común son los cuadros depresivos de todo tipo, desde graves intentos de autoeliminación a ansiedades generalizadas y paranoides. Empiezan a dudar sobre la posibilidad de un retorno inmediato. Aquí es donde las agrupaciones  de apoyo al migrante encuentra mejor acogida, porque ayudan a redefinir identidades y a resignificar sus lealtades con el país de origen.

3)      Adaptación al nuevo medio. Hay personalidades muy adaptativas que no tienen grandes problemas con la migración. Se observa en aquellas que provienen de antepasados que también fueron migrantes y han desmitificado los cambios geográficos y culturales, y se sienten ciudadanos del mundo. Cuando se alcanza la adaptación, previa crisis o no, el principal cambio se da es la postergación por tiempo indefinido del retorno al país de origen. No hay renuncia, pero un retorno tendría que fundarse en motivos muy poderosos. La integración a las colectividades se realiza sólo en ocasión de fiestas patrias o grandes acontecimientos, se asumen responsabilidades en dichas asociaciones. También se participa como ciudadano pleno en el nuevo medio, que lo acepta sin exclusiones, hay una progresiva adopción de pautas locales del lenguaje, vestido y de consumo, aun de la música local y la cultura, de las que pueden ser cultores destacados. No le molesta que lo llamen por su nacionalidad: “el paraguayo”, “el peruano”, “el brasilero” etc. Hay una reafirmación de su nacionalidad aunque asuman la ciudadanía legal local. Retoma el contacto con su país de origen, sin conflictos. Viaja a la patria, pero de vacaciones. Envía aportes económicos ajustados a sus necesidades locales –en la etapa de negación o crisis suelen ser envíos proporcionalmente mayores, cercanos al sacrificio-. Se organizan servicios de asistencia médica por nacionalidad, institutos culturales y artísticos con o sin apoyo de la diplomacia de cada país, como parte de instituciones locales y expresión pacífica y valorada de la diversidad nacional, racial y hasta lingüística de muchos países de destino de migrantes. Hay etapas en la adaptación: Primero, se suele producir un alejamiento de sus pares donde se intensifica la integración al medio;  y segundo, un regreso a los grupos de compatriotas pero con otra perspectiva y enriqueciendo a los mismos con los simpatizantes y amigos, así como de los hijos de migrantes que con diversa intensidad, buscan sus raíces por amor y respeto a sus padres.

Cuando la adaptación no se alcanza o las crisis de la segunda etapa no se resuelven, o cuando las circunstancias o condiciones políticas o económicas de sus países de origen de revirtieron, el retorno se materializa. Pero ese es tema para otra exposición. Solo queremos señalar que hemos observado que estas tres etapas: negación, crisis y adaptación, también se dan de diferentes formas en los retornados, que también son migrantes llenos de esperanza y sueños ideales que inspiran la motivación de volver. ¿Desexilio o insilio?

Por último, tengamos en cuenta que las personas que provienen de familias migrantes, suelen poseer una especie de herencia cultural que los capacita mejor para sortear las peripecias de la expatriación. “No estoy haciendo algo muy distinto a lo que hicieron mis padres o mis abuelos”  Además, hay familias que pareciera que la herencia atávica del nomadismo no la han superado, y ante la menor dificultad en un lugar dado, les genera una migración. Y hay gente que muere donde nació, y nada –ni la prisión ni la persecución, ni el hambre- los separa de su país. Está muy claro que los nómadas están acostumbrados a las travesías y a las aventuras de lo desconocido. Los sedentarios viven a pocos kilómetros, pero ‘no conocen el mar’. Por tanto, ambos poseen salud mental satisfactoria cuando deben migrar o no migrar. Al fin y al cabo, la migración, como generación de incertidumbre, pone a prueba la capacidad de soportarla. Y cada uno resiste diferente. 

No olvidemos tener en cuenta estas fortalezas que los migrantes poseen, pues de allí se obtendrán los recursos para hacerlos menos vulnerables, más capaces de construir su ciudadanía, más sanos.  Y felices.

Dr. Andrés Flores Colombino