Paraguayos

Luis BareiroPor Luis Bareiro (*)

A los paraguayos como a todas las sociedades del mundo nos fascina encontrarnos rasgos únicos que  nos diferencien del resto de la humanidad. Hablamos de nuestra bravura, de nuestro profundo amor a la patria y de nuestra solidaridad.

En puridad, estas pretendidas características singulares no son tales. Los actos de heroísmo, de coraje, de exaltación patriótica se han repetido a lo largo de la historia en diferentes lugares del planeta y, en la mayoría de los casos, en situaciones extremas.

En otras palabras, los paraguayos y las paraguayas, al igual que muchos otros colectivos humanos, hemos dado muestras sorprendentes de valor, de coraje y de solidaridad en momento de gran consternación, de conmoción social, en escenarios límites.

El problema de que nuestros rasgos más notables se revelen solo en estas particulares circunstancias estriba en que la experiencia mundial nos dice que la construcción de los modelos de convivencia exitosos se sustenta en las características rutinarias de una población, no en las excepcionales.

Me explico. Un país se desarrolla y se hace grande cuando sus habitantes convierten el patriotismo en un ejercicio diario y práctico, una sociedad evoluciona cuando la solidaridad es una forma de convivencia rutinaria, no una demostración coyuntural ante hechos accidentales.

El ejemplo más sencillo es la fila. La actitud de los ciudadanos ante una regla de urbanidad tan básica como la formación espontánea de la fila para tomar el colectivo, comprar una gaseosa o ingresar al estadio revela más de esa sociedad que cualquier episodio bélico de su historia.

Hacer caso omiso de la fila, buscar la forma de adelantarse a los que llegaron antes desnuda el desprecio hacia el derecho de los demás, la convicción íntima de que ese acto de audacia, de viveza criolla nos coloca por sobre el resto.

El uso de los baños públicos es otro ejemplo notable de la convivencia ciudadana. Cuestiones tan simples como arrojar el papel sanitario en la cesta y no en el piso, de accionar la cisterna, de cerrar el grifo del mingitorio. Parecen nimiedades sin importancia, pero esos actos menores nos cuentan de manera descarnada nuestro desdén absoluto hacia las demás personas que deben hacer uso del mismo servicio, y ni qué decir de quienes tendrán que hacer luego la limpieza.

La fila en el tránsito, el uso de los espacios públicos, la quema de la basura en el patio, todas esas experiencias colectivas diarias son las que dan cuenta de nuestros verdaderos rasgos culturales. No es una banalidad. Es dramático. Porque son esas particularidades rutinarias las que determinan el éxito de una sociedad.

Los suecos, los alemanes, los japoneses, los belgas, los finlandeses no construyeron sociedades de una altísima calidad de vida porque hayan demostrado coraje en una guerra o solidaridad ante una inundación, sino porque en su convivencia colectiva, en su día a día, hacen patria respetando estrictamente el límite de sus derechos que terminan justo donde comienzan los derechos de los demás.

Una patria grande no se construye con la bravura de sus soldados, sino con el coraje cívico de sus ciudadanos.

(*) ultimahora.com