Por Beatriz Acuña (*) – newbeaty17@hotmail.com
Yo creo que si mi abuela materna viviera en estos tiempos, se volvería a morir de inmediato. La tengo presente por las mañanas, leyendo el diario y cada página que pasaba, exclamaba: ¡Qué infamia! Daba la vuelta a la siguiente página y decía: ¡Pobre gente! ¡Pero qué políticos tan ladrones!, ¿Adónde iremos a parar? ¿Qué nos falta por ver? Y en mi mente infantil, yo me preguntaba: ¿Qué leerá mi abuela que siempre dice eso?
Y hoy en día, al leer el diario, expreso lo mismo que mi abuela repitió hace más de 50 años, pero los sucesos son más crueles y tan espantosos que no se pueden creer.
¡Pero si ya toda la delincuencia está organizada! Mucho más que el gobierno. Eso está clarísimo. De no creer que todos los celulares que se roban, van a parar a los mercados en puestos callejeros, así a la luz del día, vendiéndolos al mejor postor. Y no hay ninguna autoridad que prohiba vender artículos robados.
Los mismos consumidores que se quejan de haber sido robados, van y compran artículos robados. ¡Qué círculo tan vicioso ! Y ahora, quieren hacer legal la informalidad. ¡Las autoridades pidiendo permiso, negociando con pillos, delincuentes, pedófilos y corruptos de toda calaña, poniéndoles todas las facilidades para evadir situaciones imperdonables! El problema es que no tenemos valores ni ejemplos para respetar las leyes. Las leyes allí están, pero nadie las cumple.
Parece ser que tenemos la deshonestidad grabada en los códigos genéticos y con esta herencia será muy difícil que podamos remontar las cifras de la corrupción.
¿De qué servirá la reforma energética tan anunciada, si no le dan seguridad a la inversión extranjera? ¿Quién va a querer venir a invertir en un país sin leyes ni valores? ¿En un país en el que todos sus habitantes son cómplices del mal que tanto se quejan?
Si compramos mercancía pirata, si no pagamos nuestros impuestos, si compramos mercancía robada, si pagamos para evadir alguna ley, si no denunciamos los delitos, si nos prestamos a la mentira, al disimulo y a la corrupción, todos somos cómplices de aquello que diariamente nos quejamos.
Nos roba el mecánico, el médico, el dentista, el técnico de la computadora, nos roba el gobierno, nos robamos todos. El Estado es la forma que toma el acuerdo que un grupo de individuos construye, para poder en primer lugar sobrevivir y luego convivir en las condiciones que les permitan a cada uno de ellos construir una comunidad con propósitos colectivos, que conducen a usurpar y bastardear las vocaciones usándolas como meras escaleras al poder por el poder mismo, a la popularidad a cualquier precio y sobre todo a ganar la mayor cantidad de dinero posible sin reparar en abusos, trampas, mentiras y chantajes, en pos de sus objetivos.
Entregarán su honra a los perros, como dice el refrán, y no vacilarán en traicionar, difamar y aniquilar a todo y a todos los que se crucen en su ruta hacia el éxito. Están los mesiánicos que le agregan a su falsedad una dosis muy abundante de histrionismo como para vender buzones a multitudes aturdidas siempre dispuestas a confundir oro con oropel y profundidad con chantada.
Y en el rubro artístico las cosas son más fáciles, los trepadores/ras, pataduras y caraduras ayudados/as por reinvenciones de plástico, siliconas, culos postizos, lentes de contacto y extravagantes labios que al poco tiempo se convierten en bifes de chorizo, completadas con narices dignas de los personajes de Avatar, conmueven a toda esa gran mayoría que consume –Gato por Liebre–.
El Estado no es un invento caprichoso que tiene el fin de importunar a las personas y tampoco es propiedad de nadie en particular. Se trata, en fin, de una de las grandes creaciones humanas y sin el Estado la especie no hubiese sobrevivido ni habría desarrollado esa fabulosa construcción que se llama civilización.
El Paraguay involuciona y el Estado es siempre propiedad de quienes lo usurpan por vía electoral, según sabemos y sufrimos. Es el medio de enriquecimiento de unos pocos y, mientras estos lucran malamente con él, una masa crítica de la sociedad busca burlar sus leyes, sacar pequeñas ventajas ratoniles, y se convierte en deporte nacional la transgresión de los códigos de convivencia.
Paraguay es un conglomerado humano “darwiniano” en el que sobrevivirán quienes sean más fuertes que otros y estén dispuestos a comer la carne de los débiles. Un país de intolerantes y abusivos sin distinción de clase. Un país sin leyes y sin destino.
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Me parece un artículo coherente.