Opinión

Paraguay, la isla rodeada de tierra

 

Por Estela Ruíz Díaz (*)

Paraguay no puede entenderse sin el bipartidismo, que concentra casi el 80 por ciento del electorado. El Partido Colorado (ANR) y el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) han compartido el poder desde que a principios de la década de los noventa el país eligió a su primer presidente civil. Aunque los liberales nunca llegaron a la presidencia, fueron ganando espacios en cargos parlamentarios, intendencias y gobernaciones.

El 22 de abril se votará por el séptimo presidente de Paraguay. En la boleta aparecen diez candidatos, pero solamente dos —los representantes de los partidos históricos— tienen posibilidades de llegar al poder: Mario, “Marito”, Abdo Benítez, del gobernante ANR, hijo de quien fuera el eterno secretario privado del exdictador Alfredo Stroessner y líder en las encuestas con el 54,9 por ciento de las intenciones de voto, y Efraín Alegre, del contrincante PLRA.

Paraguay es un cementerio de teorías políticas: las contradicciones y los contrastes conviven con naturalidad en la joven democracia del país. Según la Comisión Verdad y Justicia, 423 desaparecidos, 20.000 torturados y unos 20.000 exiliados son algunas de las terribles cifras de la dictadura represiva que duró 35 años en el poder y terminó en 1989. Y, sin embargo, más del 20 por ciento de la población aún anhela el autoritarismo. Como un resabio de la dictadura, el país conserva un profundo bipartidismo que ofrece pocas opciones de cambio. Ambos partidos coinciden, con matices, en los grandes temas de Paraguay: desigualdad, derechos de las minorías y reformas institucionales.

En 1959, el militar Alfredo Stroessner, del Partido Colorado, llegó al poder a través de un golpe de Estado después de medio siglo de guerras civiles y gobiernos fugaces. El Tiranosaurio, como lo bautizó el escritor Augusto Roa Bastos, gobernó el país con mano de hierro a partir de lo que se llamó “la trilogía”: gobierno, Partido Colorado y Fuerzas Armadas. A finales de los años ochenta, un nuevo golpe de Estado dentro de su propio partido expulsó a Stroessner del poder y unos años después se prohibió la reelección. El país iniciaba su historia democrática.

Pese a su juventud, o acaso por la misma, en Paraguay existe una gran insatisfacción con la democracia. En el informe de Latinobarómetro de 2017, el país obtuvo un puntaje de 4,8 en una escala del 1 al 10 en desarrollo democrático, la misma calificación que Venezuela. Esta desconfianza en la democracia se debe, en buena medida, a la serie de escándalos de corrupción de los gobiernos, la falta de efectividad en combatir la desigualdad y la exasperante impunidad de un poder judicial sometido al poder político en turno.

A diferencia de otros países de la región, en Paraguay los corruptos no están presos o en proceso de investigación judicial. En diciembre de 2017, unas grabaciones filtradasrevelaron el tráfico de influencias del presidente del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, el senador colorado Óscar González Daher. El senador pidió una sentencia mayor para una persona que presuntamente estafó a su hermano. A pesar del escándalo, González Daher podría ser reelecto como parte de la lista del Partido Colorado. No es una sorpresa que en el Índice de Percepción de la Corrupción, Paraguay haya sido una de las diez naciones más corruptas de América Latina.

También es uno de países peor calificados en independencia judicial: en el reporte de Competitividad del Foro Económico Mundial del año pasado, Paraguay apareció ubicado en el puesto 131 de 138 países. Y, de acuerdo con el Departamento de Estado de Estados Unidos, el país es uno de los epicentros del lavado de dinero proveniente del narcotráfico en América del Sur: “El área fronteriza que comprende Paraguay, Argentina y Brasil es el corazón multimillonario del comercio de contrabando que facilita gran parte del lavado de dinero en Paraguay”.

Paraguay es una nación de contrastes. Con casi 7 millones de habitantes y 4.200.000 votantes, el país mantiene un crecimiento sostenido de casi el cinco por ciento, más alto que el de Argentina y Brasil. Tiene una de las tasas de impuestos más bajas de América Latina, mano de obra barata, abundancia de recursos —como la soja— y una tasa de inflación del 1,1 por ciento en lo que va de 2018.

Pese a su estabilidad económica (el Fondo Monetario Internacional confirmó que este año crecerá 4,5 por ciento), Paraguay es uno de los países más desiguales de América Latina y es uno de los pocos lugares de la región en los que la brecha entre ricos y pobres aumentó en los últimos años. El 2,6 por ciento de la población concentra el 85 por ciento de las tierras agrícolas y la pobreza afecta al 26 por ciento de los paraguayos. La debilidad institucional conspira contra el país, pero ninguno de los candidatos de la partidocracia paraguaya ha planteado la necesidad de una reforma institucional y la desigualdad ha estado ausente de la discusión electoral.

Tampoco Abdo Benítez y Alegre arriesgan posiciones progresistas. La palabra “izquierda” sigue siendo una amenaza en algunos sectores de la sociedad, una herencia de la dictadura que combatía al “comunismo ateo y apátrida”. Ambos candidatos son conservadores: los dos rechazan el matrimonio igualitario y el aborto. La permanencia de la ANR y el PLRA ha provocado un escaso debate ideológico.

En el único debate presidencial ambos confirmaron sus posiciones sin grandes propuestas para modificar el asfixiante statu quo de Paraguay. Aunque Alegre esgrimió algunas promesas audaces —como la reducción de la energía eléctrica, ya que la planta hidroeléctrica paraguaya y brasileña Itaipú es la mayor productora de energía limpia del planeta—, de la reforma del Estado corrupto e ineficiente no se habló.

Ambos candidatos cargan con sus propias cruces. El líder colorado representa a un partido conservador, cercano al régimen dictatorial y con una lista amplia de casos de corrupción que implica a parlamentarios, ministros y altos funcionarios del Estado. Alegre, quien perdió en las elecciones de 2013 con el presidente Horacio Cartes, tampoco genera confianza: el gobierno de coalición del primer presidente de la alternancia, Fernando Lugo, terminó de manera prematura en un juicio político acusado por sus propios aliados liberales.

“Esta isla rodeada de tierra”, como describió Roa Bastos al país, vive en un estado de perpetuo aislamiento: indemne a la ola regional de políticos condenados por corrupción y con un bipartidismo histórico que se niega a desaparecer y que ha cerrado la posibilidad de implementar las reformas institucionales necesarias para independizar la justicia del ejecutivo, implementar medidas para enfrentar la desigualdad y combatir la corrupción política. Gane quien gane la presidencia, colorado o liberal, hay pocas esperanzas de que esto suceda.

A unos días de la elección, el margen por el que Marito va liderando las encuestas parece irreversible. Acaso la única sorpresa de las elecciones sea la reconfiguración de un Senado sin bipartidismo y el inicio de un nuevo mapa político que en el futuro podría alcanzar la presidencia.

Es en esa cámara en la que, según las encuestas, un tercer partido, el Frente Guasú, le podría quitar el eterno segundo lugar al PLRA. Se espera que en el parlamento el bipartidismo empiece a perder poder, pues se vaticina la victoria de algunas propuestas independientes. Por lo demás, este domingo Paraguay volverá a confirmar sus contradicciones.

(*) www.nytimes.com (en español) 20-04-18

 

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