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Mujeres en libertad condicional

Por: Jorge Rubiani (jrubiani@click.com.py)

La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. ( Marco Tulio Cicerón.)
Si esperábamos que ya en pleno siglo XXI, se redujera la violencia contra la mujer, podemos notar que sigue contando en cualquiera de las formas que aquella se manifieste, con la complicidad de padres de familia, abogados, fiscales y jueces; y con la de todos aquellos que consideran la condición femenina exactamente igual a la del siglo XVIII.

Tiempos oscuros en los que, víctima del menoscabo y menosprecio de la sociedad, una mujer sobrellevaba su existencia como simple complemento al protagonismo de los hombres, carente de derechos y cargada de obligaciones … salvo que formara parte de la realeza. Puede asumirse hoy y en concreta relación al llamado «caso Centenario», lo que le espera a una muchacha de 15 años y probablemente, a cualquier mujer adolescente o adulta, que se atreva a reclamar justicia por los maltratos recibidos o porque fuera abusada sexualmente. 

Hoy como antaño, simplemente se «ningunea» (esto es, según Mario Bunge, transformar a alguien en nadie,) a quien pretenda rebelarse contra la inacabable e implacable prepotencia masculina. Hoy como siempre, se «desacredita» la denuncia de una mujer abusada de forma que ninguna otra, bajo cualquier circunstancia, pretenda hacer lo mismo. Y si tuviera el coraje, tendrá presente que deberá demostrar el hecho de manera explícita e irrefutable, sin que el agresor masculino se obligue a probar que no lo hizo. Contando éste con el favor adicional de los generalizados prejuicios y preconceptos de la sociedad/varones/jueces, quienes dirimirán culpas y «administrarán justicia», en base a argumentos tales como: «ella lo consintió», «ella luego se lo buscó» junto a otros indignantes descalificativos hacia la víctima. Por lo que también, ésta recibirá además de la humillación, la anticipada condena de reconstruir paso a paso los detalles de su calvario. Culpándose por haber planteado la denuncia; mortificándose por no haber previsto el suceso, preguntándose mil veces porqué tuvo que «estar ahí». Para concluir juzgándose ella misma -culpable por la violación y condenándose por haber nacido mujer en un mundo infestado de prejuicios machistas.

Si «la igualdad es un valor esencial y paralelo a la libertad» ¿cómo es que se pretende la una o lo otro si no constituimos una sociedad de iguales? ¿Cómo es que presumimos vivir en un Estado de Derecho si para probar una agresión sexual, se reprocha a una mujer que la haya sufrido, no haber tenido «el cuidado» de filmar la agresión!?; o que se le exija exhibir las pruebas médicas y laboratoriales que «expliquen» el acto. Sin que a nadie preocupe aparentemente, las «escoriaciones» mentales y emocionales que toda mujer exhibe tras una agresión sexual. Sin que a nadie interese los residuos de amargura y frustración que ¡para siempre! quedarán impregnados en su alma. Sin importar que sus victimarios fueran amigos, compañeros de trabajo, novios, esposos; o finalmente inadaptados.

¿No se entiende que semejante ligereza motiva que centenares de casos como el «del Centenario», ni siquiera lleguen al estado de denuncia? ¿Acaso ignoramos cuánta violencia queda disimulada bajo el ropaje de una «relación normal» en la que una mujer es humillada, abusada y sometida, física y mentalmente, de forma reiterada y permanente, bajo el supuesto que debe aceptar lo que se le ocurra a su pareja? ¿Nunca se considerará el intrincado ambiente en el que discurre la vida de una mujer desde los inicios de su experiencia de vida con un varón? … ya fuera en el entorno familiar o escolar, en el doméstico o laboral, como para no entender que el fenómeno sigue siendo consecuencia de una educación que pone el acento en la supremacía de los hombres y en los instrumentos tecnológicos de la enseñanza, sin dotar a nuestros jóvenes de alguna actitud de respeto, capacidad de discernimiento, sentido ético y de conocimientos humanísticos? Mentalidades retrógradas que ya profesionales, exteriorizan sus malformaciones académicas otorgando «parte de enfermo» a quien quieran excusar su irresponsabilidad o delito; que apelan a retóricas «chicaneras» para que en una Corte, la duda entorpezca el camino a la verdad. En jueces que lejos están de entender el «espíritu de las leyes»; o de «codificar los principios de la decencia», para salirse por las ramas y soslayar la esencia de sus roles. En los que incapaces de razonar, comprender y castigar, se regodean en tecnicismos para evitar decir, hacer y sancionar lo correcto y lo decente.

La idea de Justicia supone un castigo para los que transgreden las normas de convivencia, sin que importen credo político, raza o condición. Pero la distensión que generalmente, rodea las demandas de mujeres sexualmente agredidas, también permite suponer que ante un posible ataque masculino, ellas sólo se encuentran en libertad condicional … y completamente indefensas

 

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