Marito y Santi

 

Por Enrique Vargas Peña

Cualquier campaña electoral digna de ese nombre se desarrolla en varios niveles de comunicación: El nivel formal, que se ve en los spots, jingles, pósters y cuanta otra voz inglesa se quiera agregar; el nivel informal, que se lee entrelíneas en los discursos de los candidatos y en la comunicación de los operadores políticos; y el nivel subterráneo, en el que se deciden el financiamiento y los apoyos fácticos.

En el nivel formal aparece lo que es políticamente correcto. En el nivel informal aparece lo que es políticamente necesario y en el nivel subterráneo aparece lo que es políticamente incorrecto.

Marito (I) y Santi(D) /foto: política.com.py

El nivel formal va dirigido al elector independiente. Al que por sus actividades, sus intereses, su modo de vida, no hace militancia partidaria. En este grupo está también el elector al que el funcionamiento de las instituciones le parece tangencial. El nivel informal va dirigido al elector militante, el que vota por conveniencia corporativa. El nivel subterráneo va dirigido al elector cuyas decisiones impactan en todos los demás electores.

La campaña del cartismo no es la excepción. En el nivel formal trabaja en identificar a Santiago Peña con los jóvenes, con los urbanizados, con los de mejor posición económica. En el nivel informal trabaja en disciplinar el voto del aparato de la Asociación Nacional Republicana (ANR, partido Colorado). En el nivel subterráneo opera para desarticular al adversario.

El cartismo necesita que el 17 de diciembre vote disciplinadamente el aparato colorado y que no vaya a votar el elector independiente. Desactivar la participación del elector independiente es lo central de la campaña subterránea del cartismo.

El discurso de la campaña subterránea del cartismo se articula sobre una idea simple: Todos los candidatos son iguales, afirman los cartistas, igual de buenos pero sobre todo igual de malos; en todos los equipos hay escombros hasta el punto de no haber diferencia y votar a los adversarios, por tanto, no aporta mejoras significativas y puede poner en riesgo los supuestos «avances» del cartismo.

Esta campaña subterránea del cartismo tiene impacto entre empresarios, periodistas, religiosos, debido a que la élite que integran ignora tozudamente que el principal instrumento del desarrollo no son los programas sino las instituciones.

El Estado de Derecho es el principal instrumento de desarrollo. No hay programa que pueda sustituir al buen funcionamiento institucional en garantizar mejor la generación y justa distribución de riqueza.

En consecuencia, Santiago Peña (Santi) no es igual a Marito Abdo Benítez. Es peor, mucho peor. Santi es la continuidad de la destrucción institucional de nuestro Paraguay, es la continuidad de la reelección vía enmienda, de Óscar González Daher imperando sobre jueces y fiscales, de sacrificar la infraestructura por contratar operadores de Hugo Ramírez, de condicionar las ayudas sociales a la lealtad política, de condicionar la función pública a la sumisión, de malversar fondos públicos por la conveniencia electoral de Carlos Arce.

Santi es la continuidad de degradar la Contraloría General a mero adorno, de endeudar a nuestros nietos sin control del Congreso, de reconstruir una presidencia hegemónica que eleva a posiciones de poder a serviles abyectos como Luis Canillas y Cachito Delgado.

Marito no es perfecto ni mucho menos. Sus candidatos tampoco son vírgenes de Caacupé. Pero se jugaron por fortalecer las instituciones, es decir se jugaron por mantener el principal instrumento de desarrollo para cualquier sociedad. Hay diferencia y mucha diferencia a favor de Marito. No son iguales.

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