Jorge Rubiani (jorgerubiani@gmail.com) /*/
Muchos siglos atrás, durante las grandes guerras de conquista y expansión de la “civilización”. O cuando ya hacia finales del siglo XIX, el mundo se sorprendía con inventos y descubrimientos o porque emergían nuevas corrientes estéticas y de pensamiento, pudo parecer que una sociedad mejor era posible.
Aunque tenaces y persistentes en sembrar el mal, los humanos nos empachábamos con cerca de 30 millones de muertos al inaugurar la primera guerra colectiva en los inicios del siglo XX. Para que después, con el sueño de terminar las confrontaciones, nos diéramos mañas para ejercer represalias o gestar nuevos acuerdos, dividiendo territorios y pueblos. O invadirlos … eliminando culturas y sometiendo por la violencia a naciones enteras. Todo, con el amparo de organismos internacionales que también creamos para dirimir nuestros conflictos.
Y con otros más de 60 millones de muertos tras el final de una nueva guerra mundial en la mitad del siglo XX, los hombres retornamos a las esperanzas frustradas. Con un futuro -presumido- como venturoso, que fuera dominado por un colectivo de personas altruistas y sabias que enarbolaran como emblema, el arbitrio de la razón.
Pero las que sin embargo volvieron, fueron épocas de desolación y muerte, más carrera armamentística y una guerra fría que congeló de miedo a media humanidad. Y hasta nos atrevimos a competir entre naciones por el dominio del espacio, como si necesitáramos aire para nuestras inacabables ambiciones de grandeza.
Hoy ya no habrá tiempo ni lugar para semejantes delirios. Enfrentados a una pandemia que nos impone este ensayo general del fin del mundo, parece que nos queda -apenas- la misión de arreglar algunas cosas; las que sean posibles o las que todavía están al alcance de alguna solución. Y ordenar las cuentas para que podamos padecer la espera de los tiempos finales, sin otros quebrantos. Rodeados del reducido ambiente natural que se hubiera conservado y con los humanos que llegaren a sobrar.
Para colmo, un enemigo invisible … contra el que no tenemos defensas y está ahí, agazapado en el aire que infestamos o en el torrente sanguíneo de un murciélago o de un insecto, esperando que sigamos cometiendo el error -pecado de soberbia- que siempre cometimos: ignorar que en el planeta no estamos solos. Que nunca estuvimos solos.
Es posible que ya no nos quede tiempo para reparar lo mal hecho, ni reparar o reponer siquiera parte de lo destruido. Aunque no debería descartarse que algún “líder predestinado”, crea que todavía hay lugar para alguna locura más.
Y con el mismo delirio de los que provocaron las tragedias de la humanidad en el pasado, quiera constituirse en protagonista de la historia. De escribir la última página del drama de la existencia.
Si es que también quedara alguien con la oportunidad de leerla.
/*/ Jorge Rubiani: Arquitecto, urbanista, historiador, Columnista del diario abc.color .Autor de varios libros, entre ellos “Verdades y Mentiras sobre la Guerra de la Triple Alianza”.
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