Las razones de un fracaso
JORGE RUBIANI (jrubiani@click.com.py)
Es difícil aceptar que 50, 100 o 500 efectivos del EPP (nunca se supo exactamente cuantos son) no puedan ser derrotados. No es posible creer que en casi una década, las «fuerzas del orden» no hayan obtenido resultados concretos para su desmantelamiento.
Es inmoral que las autoridades todavía permitan que un grupo de facinerosos (son delincuentes por mas que vistan ropa militar de camuflaje y mal-reciten consignas de tinte revolucionario) humillen al pueblo paraguayo apelando al chantaje, al secuestro extorsivo y al asesinato; y que finalmente reciban el reconocimiento de la visibilidad y notoriedad públicas, además del financiamiento para sus actividades delictivas.
Se supone que las instituciones armadas, desde el primer general o comisario principal hasta el último de sus suboficiales, recibe formación calificada para hacer frente a cualquier conato bélico alzado en contra del Estado. Aunque en los últimos meses, se ha escuchado -cada vez más frecuentemente- que sus fracasos se deben a la falta de coordinación, de apoyo o directamente, de recursos logísticos. O en términos más concretos, falta de presupuesto; o simplemente: dinero.
Es cuando el pensamiento se eleva hasta nuestros soldaditos adolescentes en lucha contra la Triple Alianza, descalzos y semidesnudos, frente a un enemigo que le quintuplicaba en número, en un territorio mucho mas vasto y áspero que los departamentos del Norte. Nunca se supo que ellos o sus jefes: Díaz, Caballero, Bado, Rivarola o Cala’a Giménez, pidieran «más recursos» cada vez que una misión los colocaba frente a una muerte casi segura.
Las crónicas de la guerra del Chaco tampoco consignan que Eugenio Alejandrino Garay exigiera nada cuando se le ordenó realizar una marcha forzada de 70 kilómetros, a través de un territorio infestado de enemigos, sin agua y bajo el tórrido sol de diciembre de 1934. Lo hizo con tal rapidez y eficacia, que la laguna capturada privó de agua al enemigo y posibilitó una de las victorias más resonantes de las armas paraguayas en la guerra con Bolivia. Y si los soldados que le acompañaron en aquella maratónica marcha eran también casi-adolescentes, Garay ya no lo era, pues soportaba el peso de más de 60 años de vida.
Frente a la larga cadena de frustraciones en la lucha contra el EPP, es imposible dejar de recordar el «túnel de Gondra», construido entre el 18 de abril y el 10 de mayo de 1933, para pasar bajo las líneas enemigas que acosaban a nuestros compatriotas. Durante el procedimiento realizado bajo gélidas temperaturas que por las noches llegara hasta tres y cuatro grados bajo cero, aquellos topos humanos se sobrepusieron a los problemas respiratorios, a la disentería y al agotamiento; soportando lloviznas y chaparrones permanentes para finalizar con éxito el cometido.
Aunque podría decirse que ellos SI tuvieron «recursos especiales» pues en aquellos extenuantes 22 días, les fueron distribuidos: «cuatro bolsas de galleta, una bolsa de azúcar, una bolsa de yerba, varios cajones de carne conservada, varios líos de tasajo, un paquete de tabaco y otro de cigarrillos marca ‘Mauser’; y dos damajuanas del ambarino “Piribebuy” (caña), además de «dos faroles mbopí con sus correspondientes cargas de kerosene».
Estas páginas de nuestra historia, en las que se emparentan -como en casi todas- la gloria y la tristeza, agudizan el pobre papel de nuestros uniformados en la lucha contra el EPP. Y mientras los fracasos y las excusas se reiteran, se siguen contabilizando víctimas inocentes y continúa la miseria en el Norte: verdadero caldo de cultivo para las malformaciones «revolucionarias» que contaminan el aire de la sufrida sociedad habitante de ese territorio. Los del EPP no son las FARC aunque pretendan emularla; no están en medio del Amazonas (hecho en realidad irrelevante, pues el Gobierno Nacional ni siquiera ha reprimido a los «rolleros» que depredan las pocas reservas forestales que nos han «sobrado»).
El EPP carece de la historia o del legado de gloria que pudo haber servido a las fuerzas armadas y policiales en la misión de combatirlo. No tienen el deber ni la responsabilidad con la que la Constitución distingue a quienes deben protección a sus conciudadanos y al Estado Nacional. Al EPP solo le sobra recursos económicos mal habidos y la falta absoluta de frenos para su impune accionar: legales, morales o humanitarios; hecho que le otorga la pírrica victoria que por el momento, saborean.
Pero tal parece que la mentalidad del soldado paraguayo no se ha puesto aún a la altura de las exigencias democráticas y el valor de sus instituciones (como tampoco lo han hecho muchos otros estamentos de la sociedad). Y es la razón -tal vez la única valedera- por la que el EPP no ha sido derrotado todavía: porque la convicción de sus miembros, su fanatismo, o cualquiera de las motivaciones que rijan sus acciones, son de mayor peso que el sentido de responsabilidad y patriotismo de una policía nacional que no ha sabido responder a los requerimientos de una misión que va mucho más allá que reprimir a jóvenes estudiantes o campesinos desvalidos