La tierra prometida

Por Jorge Rubiani (jrubiani@click.com.py) *

Hace aproximadamente 2500 años, Moisés se detuvo frente a la Tierra Prometida para subir al Sinaí. Mientras, su pueblo esperaba a la vera de aquel sitio que representaba la concreción de sus más caros sueños.

Pero cuando el Patriarca regresó 40 días después y encontró a su gente entregada a la idolatría, ordenó la destrucción de los íconos paganos y la ejecución de “más de tres mil individuos”. El resto tuvo que deambular por el desierto durante 40 años, “uno por cada día que estuvieron a las puertas de la tierra prometida”.

Algunos afirman que los 40 años fueron en realidad una metáfora y fue el tiempo necesario –tal vez mucho más– para que el pueblo hebreo depurara vicios, malos hábitos y costumbres adquiridos durante los largos años de la dominación egipcia. El drama de Moisés y su gente se ha reiterado a lo largo de la historia humana, en tanto existiera un pueblo con la voluntad de sacudirse de la postración, el decaimiento moral y dela corrupción. Estadosen que los valores se proscriben y los hombres se prostituyen. Y en función de remediar estos males, los líderes se han empecinado SIEMPRE en concretar, con determinación y rigor, al menos dos objetivos: erradicar los gérmenes del mal y evitar los vicios del pasado.

En nuestra historia de dictaduras, los paraguayos hemos estado en condiciones de ingresar a “la democracia prometida”, libres de pecados y vicios, en varias ocasiones. Y en todas ellas incurrimos con perverso talento, en los mismos males que decíamos querer remediar. La última oportunidad perdida se fue con Stroessner. Porque, lejos de apartarnos de los lastres que nos dejara el dictador, nos afanamos en reiterar algunos “males necesarios” con los que él justificó sus tropelías. Como consecuencia de esto, el autoritarismo de antes es ejercido ahora por todo un estamento de poder; la alternabilidad tantas veces demandada es simplemente “torta y pan pintado” en un Parlamento en el que algunos se perpetúan en sus bancas; el diálogo ausente de otros tiempos se llama ahora negociación, y de sus resultados devienen el intercambio de votos, las cuotas de poder (o de poder pellizcar el presupuesto nacional), los cargos públicos para correligionarios, amigos y parientes, impunidad para todos… y cualquier procedimiento que signifique capturar fuentes de financiamiento para futuras postulaciones. Finalmente, el cambio que mortificaba al dictador no fue –después de todo– un problema. Se lo sigue declamando sin que nadie se obligue a cambiar absolutamente nada.

Por lo que se diría que las cosas siguen igual, pero peor, porque la esperanza de antes se alimentaba con la posible ida del dictador. La esperanza está hoy blindada de sábanas sin que nadie tenga posibilidades de ver ni remover la basura que retoza bajo sus pliegues. Para impedir esto último, los partidos y sus componentes “cuoteados” del Tribunal Electoral anuncian las siete plagas de Egipto ante algún intento e eliminar las listas sábana. De manera que, independiente de los conceptos, significados y valores que se consagran en el sistema democrático, la actividad que se visualiza en su nombre se remite a un simple juego de poderes. O, mejor dicho, de cómo se lo obtiene y cómo se lo conserva. Es lo único que cambió. Y tras la disputa por el poder han desaparecido los matices que diferencian a izquierdas y derechas, a progresistas o retardatarios. Porque todos participan de “la fiesta del dinero” para las elecciones. Mientras, el pueblo inocente o, en todo caso, enfermizamente crédulo da palos de ciego por elegir a un presidente digno de sus sueños, sin percatarse de que en el mismo acto, en la misma boleta de voto, están los conocidos de siempre. Los que verdaderamente “mandan” y harán todo lo posible para que nadie gobierne.

Como si todo fuera poco y después de “radiografiar” todas las debilidades del nuevo sistema, antiguos paladines de la intolerancia, de la represión a mansalva, de la malversación moral y económica más descarada de otros tiempos cerraron filas en las “huestes democráticas” como si nada hubiera pasado.

Y, en la mayoría de las ocasiones, codo a codo con los paladines de la lucha antidictatorial. Podría ser una paradoja, pero la definición precisa de estas malformaciones nos revela la etimología del vocablo.

Es la kakistocracia despreciada en los templos griegos de la antigüedad (de kákistos, superlativo de kakós, malo; y kratos, sinónimo de poder y fuerza). El gobierno de los malos y mediocres.

Pero los paraguayos ya deambulamos por este desierto por más de 20 años. Mantengamos la esperanza de que, con suerte, estemos en la mitad del camino. Aunque un arrebato de cordura tendría que advertirnos de que la tierra prometida será… cuando la Democracia la haga posible. La verdadera.

La que hasta ahora también ha sido solo una promesa

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