Por Susana Oviedo – soviedo@uhora.com.py
Una de las pocas iniciativas de producción nacional que conservaba el Canal 9, Sistema Nacional de Televisión (SNT) era La Revista de la Semana, gracias al inclaudicable esfuerzo del talentoso y perseverante Manuel Cuenca.
Un solitario promotor y defensor de la cultura paraguaya, del Paraguay profundo y de las más preciadas expresiones de la tradición del país.
Desafortunadamente, su total entrega para ofrecer semanalmente los reportajes no ha sido valorada por la nueva administración de este medio, propiedad de un mexicano que se caracteriza por comprar preferentemente canales de televisión utilizando para ello a empresarios locales que le representan. Con un perfil bajo y poco claras intenciones en su afán de construir un imperio mediático, en la práctica el millonario empresario de nombre Ángel González es una difusa figura bautizada como El Fantasma.
Por la grilla de Canal 9, cargada de telenovelas y programas enlatados, ya resultaba extraño que permaneciera La Revista de la Semana. Por eso sonó muy triste, pero no inesperado, que al nuevo jefe de prensa importado de la Argentina le sonara mal el guaraní o que restara importancia a los temas que rescata Cuenca.
¿Qué valor otorgaría al hecho de que en Paraguay el 85% de la población maneje en alguna medida el guaraní, idioma autóctono, o que se conserven antiguas tradiciones populares y un modo de ser que nos hace especialmente particulares?
Aunque resulta mucho más preocupante observar que el proceso que afecta a Canal 9 no es aislado. Es parte de la televisión que estamos padeciendo los paraguayos.
Esclavos del rating, como valor único y supremo para definir contenidos, levantar o mantener programas, la televisión paraguaya en general está en una peligrosa metamorfosis en la que resulta altamente perjudicada la sociedad, porque iniciativas y estilos como los de Manuel Cuenca pasan a ser residuales.
El show, el chisme y el sensacionalismo ganan terreno; y la información, el análisis, la crítica, la discusión inteligente y hasta la labor pedagógica que son connaturales a la tarea informativa ceden terreno. Son devorados. Incluso en la presentación de la noticia, en estos momentos en todos los canales se tiene la peculiaridad de que los reporteros deben actuar, hacer de bufones y, cuando se trata de un drama, lograr a como dé lugar que la víctima llore, de ser posible a moco tendido. ¿Llegó la hora del show de las miserias; del pobre minusválido?
Como no todos los que habitan este país son consumidores acríticos de «la TV chatarra», afortunadamente las reacciones en contra de la medida de dar de baja a la sección que produce Manuel nacieron espontáneamente, crecieron y se multiplicaron. Al parecer, la presión dio resultado.
Una señal alentadora y vivificante que desmiente categóricamente a aquellos empresarios de medios y periodistas enteramente funcionales solo al rating, aún a costa de renunciar a los principios de un periodismo de calidad. Y también desmiente a los comunicadores que, bajo la excusa del rating o visión meramente utilitarista de la televisión dimiten fácilmente de su lucha por el equilibrio informativo, la creación y promoción de programas periodísticos, investigación y competencias que valoricen el conocimiento.
La televisión, si se quiere, no es solo una «caja boba», para bobos. Manuel Cuenca y unos cuantos colegas más lo demuestran.
ultimahora.com
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