Por Ilde Silvero
Los insultos, los huevos podridos y algunas piedras vuelan en dirección a los funcionarios de Aduana o de la Municipalidad que están procediendo al desalojo de vendedores de alimentos y mercaderías en la vía pública. La reacción de los informales es siempre la misma: “Sinvergüenzas, ladrones; nosotros estamos trabajando, quieren pio que vayamos a robar o qué. Jakaru’arã ningo, chamigo”. ¿La necesidad justifica la ilegalidad?
Como los improvisados comerciantes manipulan los alimentos en la vía pública, sin la debida precaución higiénica y sin equipos gastronómicos para mantener los alimentos en buen estado, es lógico suponer que el consumo de tales alimentos representa un peligro potencial para la salud de las personas que concurren al hospital.
¿Cómo permitir que la gente coma chorizos, hamburguesas o empanadas que se están fritando en la calle, junto al polvo y el humo negro que lanzan los colectivos al pasar, con más de 40 grados de calor? Eso es una abierta invitación a posibles efectos negativos en la salud de las personas, muchas de las cuales están yendo a visitar a enfermos graves o en terapia intensiva.
El razonamiento de que es mejor que trabajen en eso antes de que se dediquen a la delincuencia es una falacia. No se puede partir del presupuesto de que las personas que están desempleadas van a dedicarse al robo y el asalto a los demás. La falta de trabajo de ninguna manera puede ser una excusa para cometer acciones ilegales.
También es falso el pensamiento de que muchas personas se dedican al contrabando para poder dar de comer a sus hijos. El ser pobre no es una patente para incurrir en actividades al margen de la ley. El “Aichejáranga, imboriahueterei” es una frase que denota compasión hacia los necesitados, pero de ninguna manera es una luz verde para cualquier cosa.
Lo que sí corresponde es que nuestras autoridades, en cooperación con el sector privado, tomen nota de la existencia de un problema serio de falta de trabajo digno para muchos compatriotas. La pobreza es una dolorosa realidad para un tercio de nuestra población. Al menos 10 de cada 100 paraguayos pasan hambre todos los días y no están en condiciones de rechazar un chorizo fritado bajo ardiente sol.
La solución para las personas de escasos recursos no está en convertir nuestras calles y plazas en improvisados y antihigiénicos comedores populares o en despensas ambulantes de mercaderías de contrabando. La ilegalidad y la informalidad solo pueden asegurar la continuidad de una vida en la pobreza y el sufrimiento de quienes las practican.
Aunque sea un camino mucho más difícil y lento, la respuesta debe buscarse en la educación de las personas, la capacitación técnica y profesional, la creación de fuentes de empleo, el estímulo a los emprendedores de microempresas, la asociación para progresar en grupos, etc.
ilde@abc.com.py
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