El silencio del karai guasu

Efrain Martínez Cuevas (*)

En el Paraguay de hasta no hace mucho el karai guasu era merecedor de toda admiración, cariño y respeto. En castellano sería literalmente gran señor. Se trataba del hombre sin manchas, solidario, prudente, tolerante, jovial, respetuoso, ejemplar.

El karai guasú, registra nuestra historia, era elegido padrino de incontables niños en toda la comarca por donde el buen nombre del hombre era conocido. Y cuidaba paternalmente a todos sin pedir nada, era generoso por antonomasia. El «paíno», pues, era el sumum de la buena persona, por eso accedía a la categoría de padre espiritual del niño; de otro modo no hubiera alcanzado la confianza de los padres biológicos.

 Sin dudas, su decencia, lo convertía en la personalidad del barrio, del pueblo, de la compañía o de la comarca. Pordecente era consultado ya sea para decidir sobre tal o cual negocio, o para concretar un matrimonio, o para armonizar relaciones entre dos personas víctimas del desamor gestados, a lo mejor, por «sonseras».

Tenía la recomendación justa, la última palabra, porque el karai guasu era gente limpia que lo aprendió de sus angustias, de sus pupilas mojadas, sin que nadie se enterara.

 Era señor por decente, acaso con poca academia pero con la luz de los sabios; no era ni doctor, ni licenciado, ni abogado, ni ingeniero, ni contador. Era nada menos que señor, el karai guasu para quién lo conocía.

Su linaje era la india y el el sureño de España. Aprendió de la madre india el valor de la familia y; del padre, la defensa del hogar y la familia.

 Aprendió en su familia el respeto y el cariño a los mayores, la lealtad al semejante, el respeto a los símbolos, la prudencia, la humildad, el trabajo constante, el entusiasmo puesto al servicio de los objetivos, así sean los más modestos y sencillos.

 Era el hombre que decía «cuida la chacra, trabajá y nunca la vendas» cuando el vecino era tentado por migrar ala ciudad. No valía solo por su palabra sino por su directa protección si así las circunstancias reclamaban.

 No era de deslumbrarse ni por el dinero, ni por el poder ni por la gloria.

Procuraba ser nada menos que gente limpia, respetuosa, amiga, siempre solidaria. Si era elegido como juez o caudillo era por el mérito venido por el lado de su decencia.

 Desconocía el robar, el mentir o estafar y no dudaba declarar la guerra a los sinvergüenzas así sean abigeos, pendencieros, violadores, majaderos irremediables. Si era necesario, su revolver escupía plomo porque también era hombre de temple cuando exigían los vaivenes ya sean por efectos de las carreras por plata o las barajas por caña.

 El karai guasu estaba lejos de ser el timorato, el buenudo, el estúpido a quién se pueda letradear con la facilidad con que querrían los mal intencionados.

 A aquellos karai guasu que conocí en mi Villarrica y Asunción de mi niñez, extraño con notable insistencia. Hoy también tenemos señores, verdaderos señores de la sociedad paraguaya, pero arrinconados, olvidados, casi despreciados. Sus ejemplos son postergados, los marginales han ganado estos combates en la sociedad activa.

 Por ahora han ganado…

 La voz de un decente no tiene espacio ni en los poderes del Estado, ni entre los políticos, ni entre los educadores, ni entre los periodistas, ni entre la gente común de a pie. Los tiempos de la marginalidad han llegado y debemos resistirlos y, si fuera posible, combatirlos.

 Por ahora el karai guasu es un bello recuerdo de los mayores. Los menores no están teniendo la alegría de conocer un karai guasu contemporáneo y seguir sus ejemplos. Lo siento por ellos que no tienen la suerte de ver a un verdadero señor influyendo en la sociedad y en su tiempo.

 Hoy más vale el po kare, el po pinda, el ñemonda, el japoro jode. La maldad está aquí, entre nosotros, vistiendo sotanas, trajes ingleses o bermudas carnestolendas.

Ahora no es tiempo de señores. Los tramposos están de fiesta. El karai guasu no tiene voz, está postergado.

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