EL LIBERALISMO, ¿ES DE DERECHA?

 

Rafael Luis Franco (frarafa@gmail.com)

El hombre tiende hacia el bien, pero es también capaz del mal; puede trascender su interés inmediato y, sin embargo, permanece vinculado a él. El orden social será tanto más sólido cuanto más tenga en cuenta este hecho y no oponga el interés individual al de la sociedad en su conjunto, sino que busque más bien los modos de su fructuosa coordinación. De hecho, donde el interés individual es suprimido violentamente, queda sustituido por un oneroso y opresivo sistema de control burocrático que esteriliza toda iniciativa y creatividad. Cuando los hombres se creen en posesión del secreto de una organización social perfecta que haga imposible el mal, piensan también que pueden usar todos los medios, incluso la violencia o la mentira, para realizarla. La política se convierte entonces en una “religión secular” que cree ilusoriamente que puede construir el paraíso en este mundo. (Juan Pablo II, Centesimus annus, 1991)

 

Se habla de ideas liberales o de neoliberalismo, y se tiene a esta línea política como de derecha; pero al respecto, para ver si realmente es así, hay varios interrogantes que podemos hacernos sobre el mismo: el liberalismo que conocemos, ¿es una ideología o no?, ¿es solo una forma de llevar adelante un gobierno o administración?, ¿es igual este liberalismo al que se desarrolló en los primeros tiempos, o el del siglo pasado? y ¿el liberalismo es igual en todas partes en cuanto a ser considerado una posición de derecha?

 Por empezar, el liberalismo tengo entendido tiene su origen primero en Inglaterra luego en Europa, más precisamente en Francia con su famosa Revolución de fines del siglo XVIII. Con un origen muy vinculado a la masonería, cuyos comienzos sí es británico, la misma palabra “mason” es un término inglés que significa “albañil”. Ideas que luego se exportaron rápidamente a América.

Pero el liberalismo, tal como lo conocemos en esta región, ¿es realmente de derecha? Yo creo que no, ya que es una línea política que desde sus inicios fue a contracorriente de las tradiciones: siempre se manifestó contrario a la religión católica, propugnó la educación laica y libre; sus más fervientes defensores o líderes son conocidos masones del más alto grado, al igual que los dirigentes de izquierda; por su entronque con la masonería principalmente inglesa y francesa, que es donde tiene su origen; y porque desplazaron a todos aquellos que tenían ideas conservadoras y cristianas (que conservador no quiere decir precisamente que no apuesta al progreso), formándose así una nueva oligarquía con características muy distintas a los anteriores; una oligarquía que privilegia los intereses de naciones de ultramar mientras que, por otro lado, centraliza la economía en una ciudad o puerto y pauperiza inmensas regiones del interior, a las que somete a su antojo y capricho; quedando estas, en la práctica, tal como estaban antes de su independencia, o peor, cuando España tenía el monopolio de extracción de sus riquezas; así pasó a ser Buenos Aires la “nueva España” que mantuvo, el centro de la conquista, con su nueva oligarquía liberal al servicio de sus patrones europeos. Un punto importante que hay que tener en cuenta es que para lograr esto era necesario liquidar todo caudillaje “incivilizado” del interior que se le rebelase, y sabido es el exterminio que hicieron conocidos “civilizadores” del siglo XIX. Juan Bautista Alberdi lo expresó magníficamente más de una vez,  leamos algo de «Pequeños hombres del Plata»:

“La guerra de la independencia se convirtió en guerra civil, las más de las veces por la manera egoísta con que la condujo Buenos Aires. Peleando para sustraer los pueblos argentinos a la España, PELEABA IGUALMENTE PARA SOMETERLOS A SU AUTORIDAD LOCAL; era una guerra de independencia Y DE SOMETIMIENTO O CONQUISTA A LA VEZ. (…) Esta conducta de la revolución dejó un triste y doble resultado, a saber: la destrucción de la autoridad de España y la destrucción de la autoridad de Buenos Aires, sin que la autoridad de la nación se destruyese. Las provincias quedaron libres de España y de Buenos Aires, pero sin gobierno propio nacional, LO CUAL LES TRAJO POR OTRO CAMINO A LA DEPENDENCIA DE BUENOS AIRES, en que hoy están, sin saberlo, nada más que porque no tienen gobierno propio nacional.”

(…)“Entre los caudillos y Buenos Aires, la federación se ha dividido de este modo: la mala fama y responsabilidad de la federación para los caudillos; la federación en sí misma, con todos sus provechos, para Buenos Aires. Después de maldecir a Artigas, a Güemes, a Bustos, a López, a Ramírez, como autores de la federación, Buenos Aires, triunfante y libre de ellos al fin, no quiere otro sistema que la federación que tanto ha deprimido; y la abraza en términos peores que la querían los caudillos. Para estos era un instinto vago de libertad y resistencia a la conquista que Buenos Aires intentaba sobre las provincias; Buenos Aires ha elevado al rango de constitución nacional y permanente, la independencia interprovincial, que despedaza la nación en provecho del puerto y de la Ciudad en que pagan su contribución de Aduana. No eran los jefes españoles los que resistían eso; eran los pueblos mismos como debía de ser. Los pueblos resistían, no la independencia respecto de España, que Buenos Aires les ofrecía, si no la dependencia respecto de Buenos Aires, que esta provincia pretendía sustituir a la de España.”

Por algo el liberalismo porteño no lo quiere a Alberdi y lo han relegado prácticamente al olvido, otro tanto hicieron con el tucumano otros sectores ideológicos “opuestos” a esa corriente.

A los liberales o el neoliberalismo en nuestra región se los conoce, como dije antes, como la derecha, pero tanto en USA como en Gran Bretaña, son totalmente lo opuesto, allá se los considera de izquierda, “liberals”, y se los vincula al socialismo. Entiendo que al vincularlos así ellos son consecuentes con sus orígenes y califican correctamente a esta corriente de pensamiento, ya que estos siempre han buscado impulsar los grandes cambios priorizando la violencia, las revoluciones civiles, derrocar las monarquías y si es posible exterminar a toda la aristocracia gobernante; un calco de estos hechos de los siglos XVIII y XIX son las revoluciones hechas por los comunistas en el siglo XX; Lenin fue un gran admirador de la Francesa y su período del terror. Veamos que nos dice Jean-Françoise Revel, al respecto en su obra “El conocimiento inútil” (las mayúsculas son mías):

“A propósito de una materia en la que reina tanta confusión en las cosas, ¡qué pocos esfuerzos se han hecho para introducir por lo menos un poco de claridad en las palabras! Así, los vocablos LIBERAL y LIBERALISMO significan a un lado del Atlántico exactamente lo contrario de lo que significan en el otro, igualmente en América del Sur lo contrario que en América del Norte. En Europa y en América Latina, un liberal es el que reverencia la democracia política, o sea, la que impone límites a la omnipotencia del Estado sobre el pueblo, no la que la favorece. Es, en economía, un partidario de la libre empresa y del mercado, o, en pocas palabras del capitalismo. Es, en fin, un defensor de los derechos del individuo.

Cree en la superioridad cultural de las ‘sociedades abiertas’ y tolerantes. En los Estados Unidos, un ‘liberal’ es todo lo contrario: sostiene la intervención masiva del Estado en la economía y en la redistribución autoritaria de las riquezas, y simpatiza más con los regímenes socialistas que con el capitalismo, en particular en el Tercer mundo. UN LIBERAL NORTEAMERICANO SE INCLINA POR LA TESIS MARXISTA sobre el carácter ilusorio de las libertades políticas cuando la igualdad económica no las acompaña. Un ‘radical’ norteamericano es, por su parte, un émulo de nuestros revolucionarios violentos, y no de nuestros radicales europeos o argentinos, gentes de negociación y de compromiso. UN RADICAL NORTEAMERICANO ES UN ‘LIBERAL’ QUE SE CONVIERTE EN ADEPTO A LA VIOLENCIA. Los ‘liberales’ norteamericanos, sobre todo en las universidades, durante años han cerrado los ojos a las violaciones de los derechos humanos más elementales por Fidel Castro, y luego por los sandinistas. En pocas palabras, SE PARECEN A LA IZQUIERDA MARXISTA DE EUROPA, A LOS EXTREMISTAS DEL PARTIDO LABORISTA BRITÁNICO, A LOS SECTORES PROSOVIÉTICOS,…”.

Y veamos qué dice el historiador español Pío Moa en su obra «Los mitos del franquismo»:

«La historia de Europa entre las dos guerras mundiales puede definirse parcialmente como una pugna entre comunismo, fascismo y demoliberalismo. Los tres hunden sus raíces en la Ilustración y, de un modo u otro, en la Revolución francesa. Todos se proclamaban modernos, acristianos o anticristianos y hacían del hombre –es decir, de diversas concepciones del hombre– la medida de todas las cosas, idea radicalizada por el nazismo, verdadera vanguardia en la ‘preocupación por la ecología, la reforma ambiental y la contaminación, además de extremar la eugenesia, la eutanasia y el racismo, ya presentes en regímenes socialdemócratas o liberales.»

(…)“…USA sentiría obsesión por el dinero y reduciría a él todos los valores en una especie de culto al becerro de oro; y al mismo tiempo actuaba de forma imperialista con respecto a Hispanoamérica y pretendía determinar los asuntos internos españoles. Esta última idea la expresaría a su modo el liberal antifranquista Salvador de Madariaga en su libro Dios y los españoles: ‘Para nadie más que para España es el peligro yanqui tan mortal como el ruso. El soviético aspira a degollar nuestra libertad, el yanqui aspira a degollar nuestra cultura. Para el yanqui, todo el continente le pertenece. Basta con leer el nombre que ha dado a su país y lo hispano es lo que hay que destruir como se pueda’. De hecho, y aun si con excepciones, la política de USA hacia Hispanoamérica había consistido en socavar y desprestigiar la herencia católica y española, valiéndose del poder económico y de las clases dirigentes hispanoamericanas masonizadas y afectas al modelo useño”.

Etcétera, etcétera, queda claro, ¿no? Pero, a mi ver, en lo que no acierta J. F. Revel, es en creer que el liberalismo sudamericano es totalmente así. No, esa sería en todo caso su fachada; porque un gran sector, el de mayor concentración de poder, mantiene a este liberalismo con las mismas características del siglo XIX. O sea, en apariencia, en el siglo siguiente tiene un discurso y una máscara democrática y de libre mercado, pero en la práctica ha sido un sistema cerrado, fuertemente regulado, donde los monopolios son moneda corriente, estatales o privados, el absoluto control de los principales medios de comunicación, donde la concentración de la riqueza y el poder de decisión se mantuvieron casi sin modificarse, en muy pocas manos, cambiaron los nombres, las figuras, los partidos, pero el rumbo siempre fue el mismo; en el falseamiento de su historia oficial, que no tiene nada que ver con la real, porque el que conoce algo de historia ve que a personajes realmente monstruosos del siglo XIX los han convertido en paladines de la democracia y el progreso (en la Argentina este rumbo se vuelve firme a partir de la caída de Juan Manuel de Rosas y en el Paraguay luego de la guerra del 70).

Y una política así transforma al mercado en una mera fantasía, y este solo puede funcionar a niveles muy altos, por ejemplo la Bolsa. Ni hablar de la corrupción general y burocracia que imperan, aparte de la decadencia cultural y moral que proponen nuestros “liberales”, firmes defensores del relativismo y las trasnochadas ideas que de este derivan; sistema que lleva indefectiblemente, tarde o temprano, a un gobierno demagógico, supuestamente opuesto a los principios “liberales de derecha”. Su política arrastra a que llegue al poder una “izquierda popular y revolucionaria”, que es la que se encargará de generar la famosa “grieta”, mientras saquea el erario, regalará algunos millones a sus pobres votantes, los corromperá aún más, y se llevará algunos miles de millones al exterior, luego de unos años dejará extenuado al país, no sin antes resistirse, con una guerra civil si es posible, de manera que los odios perduren (vean la historia de España, Venezuela, Cuba o la ex URSS); es así que, una vez agotada la Nación y destruida la República con el populismo, volverán a entrar en escena los viejos o nuevos “liberales”, con imagen renovada, a continuar la historia y volver a hacer lo que siempre hicieron; mientras tanto, los mesiánicos líderes caídos en desgracia pueden gozar de unas merecidas vacaciones en algún paraíso, y si les da el cuero tal vez vuelvan reciclados como leones herbívoros, ya que la rueda de la política siempre gira y en una generación más, a lo sumo, le tocará otra vez estar arriba al viejo populismo con una imagen que envidiaría el mismo Gardel. Y noten también este sutil detalle, es el que ambas corrientes siempre llegan encabalgadas por la misma prensa, por los mismos “liberales” medios, que luego la combatirán.

Como pueden apreciar, si se toman la molestia de observar la conducta de nuestros “liberales”, a lo largo de casi dos siglos de “in-dependencia”, verán que estos han tenido y tienen todos los vicios socialistas; hay una vieja frase que los define muy bien: “Son liberales en las ganancias y socialistas en las pérdidas”; ya que siempre el Estado ha corrido a salvarlos, y si no lo ha hecho es porque seguramente habrá habido una cuestión de intereses entre “empresarios”.

Es así que el Estado es controlado y manejado por esta corporación de hombres, cuasi una hermandad, que lejos de privilegiar los intereses de la Nación, han sido ellos los primeros privilegiados, que sancionan permanentemente leyes, cuando no decretos, muchas de neto corte populista, en detrimento de sus habitantes, pero bien que sirven a intereses de poderosos grupos foráneos para que saqueen a su antojo el país.

Entonces, ¿sigue creyendo usted que los liberales son la derecha?

Yo más bien pienso que liberales y socialistas conforman una discreta pero fuerte sociedad que actúan por derecha y por izquierda; sociedad amparada en las sombras y protegida por miles de “cuervos” y un periodismo servil y militante, que no permiten se les descubra ni disuelva. Hilaire Belloc y G. K. Chesterton intuyeron bien estos problemas: el primero lo desarrolló en “El Estado servil”; el segundo, maestro de la ironía, nos legó la frase: “Creo en el liberalismo, lo que no creo es en los liberales”; y a la luz de los hechos también se podría decir, sin que nada se modifique: “Creo en el socialismo, lo que no creo es en los socialistas”. Esto último, no lo crean.