El burlador y su encrucijada
Por Beatriz Acuña (*)
El que se fue a Sevilla, perdió su silla, dice el viejo adagio español, pero el que siembra mentirillas llevará a su tumba la verdad como mortaja y mantilla.
Alexander Pope, gran poeta inglés del siglo XVIII decía que “el que miente una vez no sabe el trabajo que se echa encima, porque estará obligado a mentir veinte veces más para sostener la primera falsedad”.
En este Paraguay del 2014, siglos más tarde de lo que fuera la década del terror, cada día se hacen honores oficiales a esa frase de Alexander Pope. Hace años que a la inflación le llamamos lisamente «aumentos » “reacomodamiento de precios” o “invento de la clase opositora”. A la inauguración de un simple cartel que dice que en tal lugar se construirá tal (cualquier) cosa se le llama “inversión en obras públicas”. A un fallecimiento por causas naturales se le llama muchas veces muerte heroica.
Las investigaciones de miembros de las fuerzas de seguridad y derechos humanos del país saben que hay hechos que son perpetrados continuamente por «meros intereses creados» y se produce así un número significativo de ejecuciones inocentes y de violaciones a los derechos humanos, en un patrón que se va repitiendo a lo largo y ancho del país… Aunque estos asesinatos no fueran cometidos como parte de una política oficial, encontramos muchas tramas comprometidas con lo que se llama «falsas especulaciones», en donde las víctimas son asesinadas, a menudo en beneficio o ganancia de empresas particulares o individuos relacionados con el hampa…
Generalmente estas víctimas, como en este caso del periodista Pablo Medina, son atraídas bajo falsas promesas por un reclutador o ejecutador del plan siniestro hasta una zona remota del país, donde luego son entregadas y asesinadas. Dada la circunstancia se comienza entonces a tejer una serie de especulaciones que quizás (si o no) echen luz para llegar a la justicia al final del camino. Estos son casos aparentemente insólitos pero no tantos, no obstante se informa rápidamente a la población como un caso de muerte heroica, en combate a la verdad de su trabajo digno como investigador y comunicador y se manipula así la escena del crimen.
Al pogo o diversión que consiste en saltar sobre otra persona y golpearla con el hombro, que se ve entre el público en muchos recitales, hoy se le llama militancia. También pogo viene muy posiblemente del «pogo stick» o palo de pogo que es un eje con un resorte en un extremo y una cruz donde apoyar los pies. Entonces bajo el peso del cuerpo, este resorte se comprime y luego se libera, elevando a la persona por el aire hasta que vuelva a caer estrepitosamente (algo muy parecido a lo que ocurre en el poder político con los que suben y bajan). A la escritura y lectura de gacetillas con propaganda oficial se le llama periodismo militante. Al capitalismo de amigos que enriquece a empresarios y banqueros serviles se le llama libertad de mercado, modelo nacional o proyecto estatal.
A los pasados reinventados y maquillados se les llama memoria. Al asistencialismo se le llama redistribución de la riqueza. Al enriquecimiento de funcionarios corruptos, también (en este caso es verdad). La lista puede ser interminable, basta con estar despierto, con no mirar para otro lado, con ver, oír, leer e informarse de fuentes con credibilidad y respaldo de honestidad.
Con una mentira se suele ir muy lejos, pero sin esperanzas de volver, según reza un antiguo proverbio hebreo (judío). Es así, cuando la mentira se naturaliza llega un momento en que nadie, ni el propio mentiroso, sabe cuál es la verdad. Los negativos se convierten en «positivos» y acaso se termine por llamar «negativos” a los positivos.
Cuando las mentiras, cada vez más falaces, se derrumban por sí mismas, se corre a matar al mensajero y se hace de la cacería del mensajero una batalla “épica”. En 1984, la cada día más actual e imprescindible novela de George Orwell (accesible en cualquier librería), una sociedad entera es engañada y fanatizada durante años haciéndole creer que está en guerra contra un país y un gobernante que no existen. En esa sociedad la mentira está a cargo del Ministerio de la Verdad y la tortura de los disidentes a cargo del Ministerio del Amor. Allí a la guerra se le llama paz, y de esa manera se desvirtúan todas las palabras y se vacía el lenguaje.
Aunque parezca obvio, de la mentira se sale con la verdad. Si todos mentimos, decía Kant, no hay verdad y nadie le cree a nadie. Es imposible vivir así. Si empezamos a decir la verdad, el mentiroso queda en evidencia y en algún momento deberá responder por sus acciones, porque no hay mentiras tan poderosas, como nos quieren hacer creer, que puedan contra la verdad.
(*) lanacion.com.py