El auténtico cambio
por Rafael Franco
Creo que fue José Ortega y Gasset el que dio una nueva definición del hombre, que trataré de hilvanar. A diferencia de la tradicional aristotélica que dice que el hombre es un animal político, esta otra definición, a mi entender me parece más precisa, dice que el hombre es el ser con vida interior.
El filósofo desarrolló esta idea a partir de observar un ave; él veía que cuando ésta dormía cada tanto levantaba la cabeza y oteaba a su alrededor, en busca seguramente de algún animal que lo pueda atacar, e inmediatamente al no encontrar peligro continuaba con su intermitente descanso; también en el momento de alimentarse hacía otro tanto, picoteaba y levantaba la cabeza para cerciorarse de que no había peligro; un permanente mirar para buscar comida o para defenderse de algún peligro, sólo vida exterior. Esto es una constante, en mayor o menor medida, que todos los animales hacen, hasta los domésticos.
Pero el ser humano tiene otra capacidad que lo diferencia y es el poder verse a sí mismo, vida interior. Interrogantes como quién es uno, adónde quiero ir, en quién creo, qué quiero ser en la vida o para qué m… vivo son habituales; pero a su vez también tiene inconvenientes similares al ave que pueden impedir esa posibilidad de verse a sí mismo, como son el tener que procurarse su comida y cuidarse de los depredadores (homo homini lupus).
Desde que fuimos expulsados del Paraíso cada uno tiene que salir a procurarse su techo, el alimento y cuidarse de regresar vivo al hogar. Y el dilema está en que si uno no puede verse a sí mismo, ya sea porque no tiene tiempo o sólo se preocupa de las apariencias, está como el humilde pájaro, sólo tiene vida exterior: tanto podrá andar en un lujoso auto, tener una hermosa casa o ser un humilde operario que trabaja 18 horas por día para mantener una familia y un hogar alquilado, que en definitiva ambos llevan una vida de lucha, el primero por sostener los bienes que conquistó y el otro por una subsistencia diaria que sólo le deja tiempo para descansar para retomar al día siguiente la tarea, los dos en medios hostiles.
Por otro lado, al leer algunos escritos antiguos se puede entrever que en cuanto a conducta el hombre poco ha cambiado (al menos el de ciudad). Por ejemplo la famosa cita “pan y circo”, que textualmente expresa: “Desde hace tiempo, exactamente desde que no tenemos a quién vender el voto, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos en el circo” (Sátiras, X: 80, Juvenal, 65-130 d.C.). Lo que nos cuenta el historiador es la vida de un pueblo dominado por un dictador, que se ve goza de tiempo libre y se despreocupa de su porvenir; al que lo único que le interesa es la diversión y llenarse la panza. Esto fue escrito hace unos dos mil años y podemos entrever dos factores que hicieron a la declinación del imperio romano: dictadura y un pueblo idiotizado.
Hoy día aquel circo lo podemos representar en un popular deporte, un juego virtual, la bailanta, los festivales multitudinarios o la TV; y el pan bien puede ser el alcohol en sus distintas variantes, la droga o simplemente una preocupación excesiva por la preparación de platos, delicatessen, que apenas alimentan a uno pero con lo que cuestan pueden comer unos cuantos; claro, ambos en exceso, tanto sea en tema de conversación intrascendente o ingesta; caviar y ostentación o choripán y cachaca, conducen a lo mismo: al neodictador, que puede ser un presidente populista que se le ocurre, por ejemplo, decretar un feriado laboral por un triunfo deportivo.
Cicerón fue un gran orador, filósofo y político, se calcula que murió medio siglo antes de Cristo; y entre sus escritos está el párrafo que sigue: “El presupuesto debe ser equilibrado, el Tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada, y la asistencia a los países foráneos debe ser cercenada para que Roma no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa de la asistencia del Estado”. Si a este texto sólo le cambiáramos Roma por cualquier nación o ciudad de la actualidad podría pasar perfectamente en cualquier medio como la declaración de un político opositor en campaña electoral.
Por último seleccioné un apotegma de Macario el Grande, un monje más conocido como uno de los Padres del Desierto, que vivió en el siglo IV d.C.: “El monje que permanece sentado en su celda necesita recoger su inteligencia en sí, lejos de toda preocupación mundana, sin permitir que ella vacile ante la vanidad del siglo, haciendo que se mantenga firme en su fin único. Es que debe poner su pensamiento sólo en Dios en cada instante, constantemente en Él a toda hora, sin otra solicitud, sin dejar penetrar en su corazón el tumulto de ninguna cosa terrestre, con su espíritu y todos sus sentidos como a presencia de Dios… y permanecer así…”. Una invitación a contemplar la vida interior.
Como se aprecia, en cuestión de costumbres, a través de las épocas el hombre poco ha cambiado y poco cambiará uno si la meta es sólo la satisfacción material; porque el cambio no se produce de afuera hacia adentro, todo lo contrario, es de adentro hacia afuera; y no hace falta ser un monje anacoreta para ello, sólo basta tomar conciencia de sí.
Y la otra condición esencial para ese crecimiento interior es la libertad individual; la libertad de informarse e informar; la libertad de practicar el credo que a uno le viene en gana siempre y cuando no perjudique ni busque imponer a otro sus ideas. Nadie debe y menos un gobierno, arrogarse el derecho de clausurar un medio, prohibir libros o perseguir a alguien por sus creencias religiosas; estos hechos, en la actualidad, son muy comunes en dictaduras controladas por fundamentalistas religiosos e ideológicos. Los primeros son fanáticos que quieren vivir y obligar a vivir como lo hacían mil años atrás; y los otros, los neodictadores, buscan eternizarse en el poder: el neodemagogo, cual antiguo rey, con una corte adulona y un pueblo al que ha convencido astutamente, para hacerse coronar, haciéndole creer que es quien gobierna, pero en realidad el Estado es él y los ciudadanos meros esclavos a la moda, que tienen que trabajar para un ente abstracto que se adueñó de su vida y de su tierra, como en la Edad Media pero peor.
Los nuevos adelantos tecnológicos facilitan el acceso a la información y posibilitan que el hombre tenga más tiempo, aunque no mucho ya que el mismo sistema se encarga de quitárselo; por ejemplo, si antes una heladera duraba 40 años, hoy con suerte dura 10, un teléfono, una computadora son aparatos que en poco tiempo se vuelven obsoletos o dejan de funcionar; entonces hay que trabajar más para reponer los bienes materiales que en buena medida somos dependientes; sin contar la pérdida de tiempo por el mal funcionamiento del transporte, los cortes, los paros, las interminables colas para hacer un trámite que sólo lleva un minuto, los monopolios estatales o privados, productos de la corrupción, que brindan servicios malos y caros; y la inseguridad que aumenta en forma exponencial y nos mantiene en un alerta permanente, rodeados de rejas, luces, cámaras de seguridad y alarmas, obligándonos a estar igual o peor que el ave, con una permanente vida exterior.
Pero, a pesar de todo, si tenemos tiempo libre sería interesante dedicarlo de vez en cuando a meditar; por ahí me parece está el camino para ver más clara la viga que cada uno tiene en su ojo antes que la brizna en el iris ajeno. Estos momentos reflexivos comúnmente llegan cuando uno pierde un ser querido o ante situaciones terminales que están más allá de nuestro entendimiento o fuerzas; por eso no está demás prepararnos para una vida un poco más metafísica o espiritual, que no sale tan cara como la material y brinda más satisfacciones al hacer nuestra existencia menos hueca.