Categories: Opinión

Creer que se puede

Jorge Rubiani (jrubiani@click.com.py)

Hasta hace un par de semanas, los dueños de los estamentos de gobierno: partidos y partidarios, creían que el poder les devenía como algo propio, natural, hereditario, indiscutible.

Que ellos eran como la nobleza cortesana de las antiguas dinastías feudales con la misión de contar las «buenas nuevas» al pueblo. De hacer saber a la gente que estaban ahí, para levantar o bajar el pulgar a quien fuera y para lo que fuera … pero especialmente determinar quienes podían acceder -con ellos- a «los negocios del reino». Que sin importar el partido al que pertenecieran, sólo ellos podían hacer posible favores y labores para los amigos, punteros políticos, parientes o «brillantes» egresados de algo, a quienes pudieran regalar la porción del salario asignado en una planilla del Estado. Porque ellos eran -y son todavía- la clase alta y privilegiada de una democracia devaluada y mediocre con la que se pretendía concretar la redención del Paraguay… nada menos. Y allí estaban: intocables, infalibles, inalcanzables, desvergonzados. Hasta ayer…

Porque hasta ayer nomás, la prensa no podía con ellos y la gente no contaba con un mecanismo ágil y eficaz para exteriorizar sus pensamientos, sus frustraciones, su desilusión y su bronca. Hasta ayer, la pesada lucha contra la corrupción, el despilfarro, el nepotismo, el tráfico de influencias, demandaban del pueblo una militancia excesiva, costosa, de tiempo completo y escasos resultados. Hasta ayer, la inevitable noticia de algún peculado, fraude, defraudación o estafa de alguien relacionado con el poder, arropaba nuestros sueños de un Paraguay mejor. Y aún cuando se produjera -finalmente- algún hecho que promoviera el consenso o la participación de un público ajeno a los partidos, la esporádica unanimidad era ahogada con la indiferencia de los poderes, la nutrida propaganda electoral de la campaña de turno, o adormecida con los dificultosos procedimientos de un aparato de Justicia siempre postrado ante las eternas 30 monedas de la entente político/partidaria.

No sabemos todavía hasta cuándo… pero desde ayer, el pueblo tiene formas de hacer saber que está hastiado, cansado y recontrapodrido de ser sólo el simple e inevitable componente de un sistema electoral perverso por el que, cada cierto tiempo, tiene que ensuciarse un dedo y empaparse el alma de amargura. Desde ayer, toda la clase político/partidaria: los malos y los buenos que dejaron que los malos prevalezcan, sabe que los mismos fenómenos que jaquearon a gobiernos que se creían indestructibles… arribaron al Paraguay y NO SERÁN pasajeros. Que vinieron para quedarse, de la mano de una tecnología de uso generalizado y fácil. Con una contundencia tremenda que no exige a nadie más que una emoción o una bronca para que se manifieste copiosamente. Contra esta marea, no valdrán triquiñuelas que posterguen lo impostergable. Ni servirá algún hipócrita mea culpa para que la indignación se desinfle y el desencanto quede en el olvido. El fraude de los liderazgos inventados por los Partidos y sus listas sábanas, se ha incubado durante demasiado tiempo para que la calma llegue con dos o tres desafueros.

¡ Cuidado! …¡mucho cuidado! …. porque el Partido de la Indignación Popular (PIP) puede llegar a constituirse en la nucleación política más poderosa del país, si a esta corriente mayoritaria se le agregan algunas «internas» indispensables como la sensatez y la capacidad para plantear medidas concretas que superen tanto desatino. Y será así, a menos que las autoridades de los demás Partidos asuman con seriedad el mensaje que pide poner fin a tanta impunidad y acomodo. Que el pueblo quiere rigor y calidad de sus representantes. Que necesita cambios drásticos en los mecanismos de elección. Anhela JUSTICIA… de verdad… no la que hemos padecido hasta hoy. Y especialmente comprendan, que el futuro liderazgo del país, estará destinado a quienes interpreten mejor y más rápidamente la necesidad de los cambios y rectificaciones que la situación y el destino del Paraguay ameritan. Porque a partir de ahora, la sociedad ya no se constituirá con «ellos» y nosotros. Sino con nosotros y ellos… si es que a partir de ahora, se comportan como corresponde.

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