Cuando las mujeres se desarrollan y tienen su primera menstruación, las madres las llevan a la ginecóloga. La especialista explica qué está ocurriendo en su organismo, qué cambios hormonales están atravesando, cómo será de aquí en adelante. Y, además, les da ciertas nociones orientadoras para la vivencia y el ejercicio de su sexualidad en términos seguros y, por lo tanto, placenteros.
A esa misma edad (12 o 13 años) los hombres experimentan cambios igualmente notorios, su producción de testosterona aumenta en un 400 por ciento, le aparecen barbas y bigotes, vello púbico, erecciones inoportunas, poluciones súbitas, energías que lo desbordan y que ni se comprenden, ni se dominan. No menstrúan, por supuesto, y no hay un especialista, un equivalente de la ginecóloga, que les cuente qué les está pasando y por qué. Su padre estará menos atento a este proceso de lo que la madre lo está al de la hermana. Y si quiere explicarle algo, no sabrá cómo hacerlo (del mismo modo en que a él tampoco su padre supo hablarle). Si lo logra, tardará tanto que llegará a su hijo con noticias viejas.
El varón queda librado así a asumir su sexualidad por las suyas y a «hacerse hombre» por su cuenta. En ese aprendizaje empírico se hará receptor y emisor de todo tipo de mitos y creencias que lo alejarán del contacto nutricio y saludable con un aspecto esencial de sí. Está «preparado», entonces, para vivir una sexualidad basada en el rendimiento y no en el placer, en el deber (siempre listo, como un boy scout) y no en el deseo, en la cantidad y no en la calidad, en la potencia y no en la excelencia. Hará de ella un componente esencial de su identidad. Y cuando la potencia, tal como la conoció a los veinte o a los treinta años, decaiga entrará en un sordo y silencioso pánico, se sentirá dejando de ser.
Los cincuenta años en hombres y mujeres es también el inicio de un rito iniciático. Quienes asisten a esta etapa de la vida se sienten reflexivos, fraternos y solidarios. Algunos porque ya habían atravesado el pasaje mítico y otros porque aún estaban en algunos tramos de él pero pretendían avizorar cómo sería lo que se venía.
Cumplir 50 años merece una celebración colectiva , es la mitad de la vida y todos ya han pasado por distintas experiencias buenas y malas . A esta altura ya hubo grandes modificaciones en la vida de casi todos, ya hemos perdido familia , amigos, cambiado la actividad laboral varias veces, cambiado nuestro modo de ver la vida y hasta nuestras posiciones políticas . Los menos continúan casados con sus mismas parejas, otros están solos y bien o solos y mal, algunos han reincidido y otros ni siquiera viven en el país . Esto significa nada más ni nada menos que entrar en la segunda mitad de la vida y por ende es algo que adquiere muchísima importancia.
Todos cruzamos los 50 con sentimientos y actitudes necrológicas, con súbitas caídas en adicciones (alcohol, drogas)con euforia, con resignación, con emprendimientos novedosos, con sorpresivas modificaciones de características individuales, con flamantes paternidades y maternidades, con cambios revolucionarios de formas de vida, con apabullantes declaraciones de principios y finalmente con experiencias individuales de una combinación compleja y sutil de variantes.
«50 años» no es una efeméride más en el calendario personal, sino que es el punto nodal que marca la existencia de la crisis de la mitad de la vida.
A esta edad si no asalta la manía por ser o parecer joven a cualquier precio (aún el más patético) lo más probable es que baje la guardia, pida la toalla, se deprima. Sin embargo, entre aquella explosión hormonal (con su correlato psíquico) de la pubertad y éste nuevo reacomodamiento de glándulas y hormonas (y emociones) a los 50, hay un proceso de transformación. No se trata de un terremoto inesperado. La vida es un proceso de transformación constante, un proceso de cambio y autorregulación que ofrece potencialidades siempre nuevas si es que tenemos la posibilidad de vivir ese proceso en estado conciencia y autopercepción.
En los hombres el climaterio no se anuncia con el final de la menstruación, como el femenino, pero sobran los datos y señales que dan cuenta de que hemos entrado en ese tramo de la vida. No es la sala de espera de la muerte, ni mucho menos. Se trata del inicio de nuevas posibilidades, no sólo sexuales, sino también emocionales, afectivas, vocacionales. Puede ser el momento en que toda una vida muestra su sentido y ese sentido se hace necesario, contagioso y ejemplar para otros hombres y mujeres, más jóvenes y necesitados de guía, de savia madura, de orientación acerca de lo que es vivir, crear y amar como seres humanos. La savia madura de hombres y mujeres «menopáusicas» puede ser muy fecunda.
Para que ello ocurra es necesario reparar aquel agujero negro que se abrió en la pubertad, crear redes de información, de comunicación, de escucha, de convivencia que nos permita vivir nuestra vida, nuestro desarrollo, nuestro » ser personas» en contacto con lo esencial . Se trata de una asignatura pendiente para, con y entre nosotros y nosotras. Desde esa expectativa celebro esta obra de Juan Carlos Kusnetzoff: Celebro su oportunidad, su decisión y su lenguaje. Este libro tiene eso que las personas necesitamos como agua en el desierto: información precisa acerca de aquello que ocurre en hombres y mujeres y que nos concierne.
Estas páginas son un poderoso antídoto contra los mitos y creencias que nos llevan a vivir los años de cosecha como si fuera un tiempo de agonía. En verdad, el «climaterio» es, para ambos sexos, el anuncio de nuevas siembras.
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