Afuera del tarro
Por Jesús Ruiz Nestosa (*)
Tenemos unos políticos que son únicos en el mundo con una capacidad insuperable para hacer las cosas siempre fuera del tarro.
El más reciente es el antiguo obispo Fernando Lugo que en lugar de cumplir su promesa de regresar al convento una vez terminada su fracasada presidencia, decidió marchar en peregrinación a Brasilia para llevarle su adhesión a Lula da Silva quien, en el momento en que se publique esta columna, no sé si será todavía ministro, político retirado, exgobernante imputado, corrupto preso o ciudadano libre. Y de paso, darle también su adhesión a Dilma Rousseff a la que evito llamarle presidente pues tampoco sé qué podrá ser de ella en los próximos días.
No suelo ser partidario de agitar el pasado en contra de nadie pues pienso que debemos aprender a vivir todos juntos, de manera amistosa y, sobre todo, solidaria. Pero en este caso me saltaré tales principios porque viene al caso: ir a llevarle la adhesión a estos personajes es como si se fuera uno a tributarle pleitesía al Duque de Caxias (comandante de las tropas brasileñas en la Guerra del 70) o bien al conde d’Eu, el que, al frente de una horda de 30.000 solados brasileños saqueó e incendió Asunción el 1 de enero de 1869. ¿Exagero? Sería bueno no olvidar que Dilma Rousseff, aliada con Cristina Kirchner y Pepe Mujica, humillaron al Paraguay como quizá no haya sucedido nunca desde aquella historia épica sangrienta que fue la Guerra del 70.
No se debe olvidar que Rousseff le envió un avión a Mujica para entrevistarse secretamente en Brasilia y urdir la trama que terminó suspendiéndonos del Mercosur con la complicidad de Kirchner que, allá a las cansadas, buscando quizá congraciarse con nuestro país, nos devolvió unos cuantos muebles viejos que estaban arrumbados en un museo de Entre Ríos con la historia de que habían sido del mariscal López. No hay que extrañarse que Lugo se haya ido a llevar su adhesión si justamente su destitución había sido utilizada como pretexto para suspendernos del Mercosur y permitir, de este modo, el ingreso de Venezuela que hasta entonces no había podido hacerlo por la oposición de nuestro país.
El problema con la rosca bolivariana es que sus dirigentes y seguidores han demostrado hasta el hartazgo su incapacidad de poder analizar la realidad y sacar de ese análisis conclusiones que tengan por lo menos una mínima cuota de racionabilidad.
En un momento dado se creyeron dueños del mundo –o en su defecto, del continente– para terminar naufragando en un mar de corrupción, de robos descarados, de negocios tramposos, y, en ciertos casos, aplicando una política económica que ha llevado a sus países al borde de la ruina. Esta mañana leía en un periódico regional de España una larga crónica del drama que están viviendo los venezolanos a causa de la falta de medicamentos. Sólo una cifra: de cada diez farmacias, ocho sufren de desabastecimiento.
A través de las redes sociales están pidiendo productos tan simples y elementales como paracetamol. O bien insulina, de la que depende la vida de los diabéticos. ¿Quién tiene la culpa de todo esto?: el Imperio, que ha desatado una guerra económica brutal con la intención de deponerlo a Nicolás Maduro. Que la población no pueda comer pan, debido a la carestía, podría, en último extremo, hasta justificarlo si lo hacen por una idea que ellos consideran buena y justa. Pero jugar con la salud de la población es imperdonable. Pero esta es otra historia.
Por el momento, nos hemos lucido con esta adhesión. Sería bueno saber qué pensarán esas casi cinco millones de personas que salieron a la calle días atrás para protestar contra la administración de Dilma Rousseff y su desacertada estrategia de nombrar ministro a Lula da Silva para ponerlo fuera del alcance de las manos de la justicia. Decía, qué pensarán esas personas enfrentadas a la figura de Fernando Lugo. ¿Pensará acaso el antiguo obispo que la multitud retrocedería ante su presencia y regresarían en silencio a sus casas, pidiéndole perdón a Da Silva y Rousseff por haberse levantado contra ellos?
Señor Lugo: yo no pertenezco ni a su partido ni a su iglesia, pero sí al mismo país cuya nacionalidad compartimos. Por favor, pensando en todos nosotros, si no tiene el talento político que le exige el lugar que ocupa, por lo menos actúe con un toque de dignidad.
(*) jesus.ruiznestosa@gmail.com //abc.com.py