Un país alucinado

Román Caballero (romanacaballero@gmail.com)

Paraguay es un país estable: geográficamente está en el mismo sitio. Lo que se renueva en forma constante es el alucinamiento político de los involucrados de siempre: gobernantes  y opositores. Sean estos partidos políticos, empresarios, corporaciones y/o, y/o, y/o.

Pareciera que todo el mundo perdió el rumbo y anda desatinado. O le falta una brújula orientadora. Pululan los sofistas que pretenden cambiar el eje de los hechos; los que ven sólo los efectos y no las causas; los que no tienen un mínimo de autocrítica porque es más redituable culparle al otro de lo que pasó y pasa; los fundamentalistas que quieren justificar sus acciones o reivindicaciones como épicas; los desplazados que lloran por haber perdido su zoquete; los que se creen salvadores de la Patria y, por supuesto, los eternos agitadores profesionales que incitan a la resistencia pacífica.  O sea, un alucinante y sabroso mbaipy.

En suma, vivimos en un país donde la lógica es el absurdo. Los unos y los otros, cada uno desde su  trinchera, defienden acérrimamente sus puntos de vista y atacan sin piedad los puntos de vista de los otros. En ambos casos, la realidad es ignorada olímpicamente.

Para colmo, el gobierno recién asumido, en el breve tiempo que le toca administrar el maremágnum llamado Estado no tiene la facultad de introducir cambios profundos e imperecederos que modifiquen la situación actual. ¿Equidad? Amóntema. ¿La solución? Amónteventema. 

La democracia sigue renga, la justicia social, inviable; el aislamiento exterior goza de una envidiable buena salud. Menos mal que están aseguradas las elecciones para abril del año que viene. 

Como dice el refrán: la esperanza es lo último que se pierde. «Ipukúve mboriahu esperanza gui» (Más largo que esperanza de pobre).

Mientras tanto, los traficantes siguen traficando, los delincuentes continuan delinquiendo y los funcionarios se siguen enriqueciendo con total impunidad. ¿Acaso no es el momento propicio?

¿Y los campesinos? Pues bien, que sigan sin tierra y sin horizontes. ¿Y los pueblos originarios? ¿Existen los pueblos originarios? ¿Significan algo Rio Tinto, triple frontera, narco-rollo-auto tráfico etc. etc.? 

Lo único que falta es que culpemos a Dios de todo lo que ocurre en nuestro amadísimo corazón de América del Sur. 

Amén