Prof. Angélica Saucedo (Mauricio Cardozo Ocampo)
Recuerda una antigua leyenda guaraní que allá en táva guasú (ciudad grande) había una kuñatãí (moza) de singular belleza, que era la más famosa y festejada por sus encantos naturales, entre toda la gran familia de los carios.
Desde lugares lejanos, los apuestos mancebos acudían atraídos por esa bellísima mujer; su altivez despreciativa la hacía inconmovible ante los galanteos y reclamos de amor y los pretendientes regresaban a sus lares, desconsolados ante el fracaso.
Esta indiferencia a los reclamos propios de la naturaleza llamó la atención del mburuvichá guasú (gran jefe), padre de la hermosa doncella, quien, con el fin de interesar a su hija, reunía en fiestas brillantes a los más destacados karia’ý (mozos, hijos de carios), pero sin poder lograr su propósito.
El avá pajé (indio brujo), hechicero de la población, preocupado por esa situación tan extraña y excepcional, que contrariaba todas las leyes naturales regidas por Tupã (Dios de los guaraníes), exclamaba sentenciosamente, mientras echaba bocanadas de humo de su largo cachimbo (pipa)
Con la llegada de la primavera las plantas florecen y dan sus frutos; los pájaros hacen nido y arrullan a sus pichones, pero la moza no da hijos como las demás mujeres; ¿qué dirá Tupã?
La preocupación aumentaba al sucederse los años. Fue entonces que el avá pajé convocó a una reunión de notables; de esa asamblea surgió la conveniencia de invocar a Tupã para que intercediera con su poder.
Poco tiempo después, los habitantes de la ciudad vieron llegar a un apuesto forastero rubio, en cuyos ojos se reflejaba el cielo azul, causando la admiración de todos.
Al verle, la hija del mburuvichá guasú fue presa de una extraña sensación; emocionada y subyugada por las palabras de amor que le diera el forastero, tembló por primera vez ante la presencia de un hombre; la atracción que le produjo fue extraordinaria e incontenible desde el primer instante, por lo que no tardó en comunicar a su padre la impresión que le causaba aquel esbelto mozo y su anhelo de casarse con él.
Mburuvichá guasú, sorprendido gratamente por el cambio experimentado en el sentimiento de su hija, convocó a otra asamblea de sabios y ancianos. En esa reunión, avá pajé oficiaba ceremoniosamente, luciendo una rara indumentaria: penacho multicolor de plumas de papagayo y collares de amuletos y voz grave informó que tal vez sería ese el hombre enviado por Tupã para ména (marido) de la hermosa mujer.
Se preparó el casamiento al que desde lugares remotos concurrieron músicos, mancebos y danzarines, notables y hechiceros para que la fiesta fuera todo un éxito, hubo abundancia de comida, frutas, chicha y mieles.
La orquesta aborigen que amenizaba la reunión se destacaba por la variedad de sus instrumentos, resaltando el agudo del mimby (flauta de caña delgada), que contrastaba con el grave del turú (de caña gruesa) y el gualambáu con el mbaraká (hechos de calabaza) aceleraban el ritmo excitante de la danza nativa.
Fue la fiesta más hermosa que recuerda la historia de la raza
Ya en el nuevo hogar, la vida transcurría armoniosamente; sin embargo, algo extraño comenzaba a inquietar a la bella mujer. Le llamaba la atención el hecho de que al despuntar el día su esposo emprendía el camino de su trabajo, regresando recién después de la entrada del sol.
Esa costumbre, que era de todos los días, llegó a provocar la curiosidad tanto de ella como de su madre, quien la acosaba continuamente con preguntas. Un día, la flamante kuñakaraí (esposa) interrogó a su esposo sobre la razón de su desaparición diurna.
El hombre le contestó que le contaría un secreto, toda vez que ella fuera fiel depositaria del mismo; de lo contrario, lo perdería para siempre. Cuál no sería el asombro y la alegría de la mujer al saber que su esposo era el Sol, señor de los cielos, convertido en ser humano y futuro padre de la criatura que ya sentía latir en sus entrañas
Al día siguiente, durante su acostumbrada visita, la madre halló a su hija más alegre que nunca, sonriente y con la mirada fija hacia el sol. Nuevamente, la curiosidad hizo presa de ella, por lo que volvió a preguntar a la hija sobre la ausencia inexplicable del hombre.
Entonces, la joven kuñakaraí le confíó su secreto.
Caía el atardecer y un temor iba inquietando el pecho de la enamorada mujer, consciente de que había violado la promesa hecha a su marido. Cuando cerrada la noche y aquel no regresaba al hogar como de costumbre, recordó sus palabras: «me perderás para siempre», y estalló en un incontenible llanto.
Su desesperación y arrepentimiento fueron tan grandes que, huyendo de la táva (pueblo), se internó en los bosques para esconder su dolor. Vagó por los montes, sola y sin consuelo, hasta el día en el que fue madre de un hermoso niño rubio, que aún ronda la selva guaraní y al que llaman Jasy Jateré.
El parecido del recién nacido con el padre era muy notable. La madre, en su deseo de comunicarse con kuarahy (Sol), su esposo, para que supiera la buena nueva y, a la vez, implorarle su perdón, se subió a un árbol, ensayó un movimiento y se sintió convertida en pájaro. En tal estado deseó llegar hasta el ser amado, pero, impotente, apenas pudo posarse en la copa más alta de otro árbol.
Allí se quedó extasiada con los ojos llenos de lágrimas, siempre fijos en su ya perdido amor, y al comprobar que no había sido perdonada rompió en quejumbroso lamento al esconderse el sol.
Dice la leyenda que al anochecer en los bosques paraguayos se escucha impresionante el lamento del urutaú, al que durante todo el día se lo ve posado en la alta copa de un árbol, con los ojos llenos de lágrimas, siempre fijos en el sol.
(Según la creencia popular, el urutaú llora todas las noches. Su voz es un alarido muy melancólico, tan alto y vigoroso, que se oye a una legua de distancia, y lo repite con pausas durante la noche entera. Pocos lo han visto en los montes, porque de día se mantiene inmóvil sobre las ramas secas y tronchadas de los árboles donde anida, confundiéndose por su color con ellas, y porque sólo vuela buscando su alimento durante el crepúsculo y a la luz de la luna
Fuente principal: abc.com.py (noviembre 2011)
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