La perspicacia marketinera yanqui arrinconó al sufrido San Antonio relegándolo a segundo plano, porque solo reconducía a la paz fraterna a los desavenidos, cuando en realidad lo que el mundo reclamaba era la unión/identificación de dos almas en uno solo. ¿O en una sola?
Es que la gente ya estaba necesitando una renovación de los antiguos íconos del amor, una nueva fe a la que abrazarse.
La estrategia de suplantación fue larga pero eficaz: primeramente hicieron caer de su pedestal a Venus alias Afrodita, diosas del amor de la mitología greco-romana. Pero dejó intacto a otros dos: Eros y Cupido, que eran dos elementos necesarios para que la maquinaria propagandística yanqui tuviera éxito en la imposición de su nueva creación a todo el universo, o sea la globalización de un nuevo símbolo amoroso: San Valentín.
O sea que si no hubiera sido por la monumental eficiencia del aparato publicitario de estos visionarios del norte de nuestro continente, los enamorados hubieran estado desorientados y sin brújula al no tener en oferta un producto que satisfaga sus expectativas. Y hubiera sido inútil que la iglesia católica haya instaurado, allá por el siglo quinto, el 14 de febrero como día de San Valentín, día del amor.
Día que, además, sirvió/sirve, para entender por qué dos personas tan diferentes y a veces hasta contrapuestas estén juntas: la flecha de Cupido los encegueció y a cambio les dio amor. Y Eros le dio el resto.
Y esto es bueno… disfrutémoslo mientras dure…
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