Antes de iniciarse la batalla de Curupayty y desde el Cuartel General en Paso Pucú, poco después de la derrota paraguaya ante el ejército brasilero en Curuzú, López asumió la iniciativa de convocar a los aliados a una conferencia de Paz el 12 de septiembre.
El único en asistir a la conferencia de Yataity Corá – lugar previsto para el encuentro- fue Mitre. Flores sólo estuvo para intercambiar con López alguno que otro insulto antes de retirarse y Osorio, comandante de las fuerzas del Imperio negó su concurrencia asegurando que él tenía órdenes de combatir al Jefe paraguayo y no de conversar con él.
Por lo que la conferencia derivó sólo en eso: una conversación. Amable, por momentos cordial, pero sin ningún resultado práctico. Fuera de las disposiciones del Tratado -insistían los aliados, en eso muy solidariamente- no había posibilidades para la paz.
Fue así que 10 días después – el 22 de septiembre- las tropas aliadas decidieron avanzar sobre el Fuerte de Curupayty -al que el Mariscal había convertido en un bastión inexpugnable- cubriendo las zanjas defensivas con espinas y estacas puntiagudas y, ubicando sobre la costa del río, toda su artillería y a sus hombres.
Para ubicarnos geográficamente, esta fortaleza, se hallaba solo a 8 kilómetros de Humaitá, Depto. de Ñeembucú.
Aún hoy, con la perspectiva histórica actual, no se comprende cómo los aliados demoraron tanto el ataque. ¿Desinteligencias entre los comandantes? ¿Error de cálculo? ¿Confianza ciega en su superioridad numérica? ¿Desconocimiento del terreno? ¿O simplemente vacilación?
Los argentinos y uruguayos estaban al mando de los generales Wenceslao Paunero y Emilio Mitre (hermano de Barlomé Mitre); los brasileños estaban comandados por el Barón de Porto Alegre
Al frente del ejército paraguayo estaba el general pirayúense José Eduvigis Díaz quien en esa época aún no había cumplido 33 años. Éste ordenó el ataque a la artillería paraguaya recién cuando los soldados aliados estuvieron al alcance de sus cañones, que causó enormes bajas a las tropas enemigas, que ni siquiera pudieron acercarse a las trincheras paraguayas y los pocos que lograron hacerlo fueron literalmente fusilados.
Para las fuerzas aliadas, fue el combate más sangriento de la guerra, en el que miles de sus soldados perdieron la vida en aras de la idea equivocada de sus instigadores: “llevar la civilización al Paraguay por la fuerza”.
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