Por un Partido Febrerista que se identifique con sus raíces

Rafael Luis Franco

Hace algunos años, cerca de nueve, escribí un artículo que llevaba por título “¿Qué pasó con los ideales de febrero?”.

José Gaspar Rodríguez de Francia,Carlos Antonio López, Francisco Solano López,Rafael Franco

Una especie de respuesta a una nota realizada por un diario asunceño a las autoridades del PRF que se titulaba “¿Qué pasó con el febrerismo?”, en la cual traté de hilvanar la historia y el pensamiento de dos de sus principales fundadores, Rafael Franco y Juan Stefanich, y así poder apreciar la diferencia, el cambio ideológico que se produjo desde su fundación a la actualidad, con la consiguiente pérdida de identidad.

En uno de los párrafos transcribí una entrevista que le hizo al coronel Franco, a poco de retornar del exilio, la revista “Así Es” (1964), que creo vale la pena recordar. Ante la pregunta: “¿Puede considerarse al PRF un partido de izquierda?” Franco contestó: “El febrerismo es un movimiento esencialmente paraguayo, que surgió de la masa de ex combatientes de la guerra del Chaco como resultado espontáneo del espíritu de la victoria. Con raíces tan profundamente paraguayas, la Revolución de Febrero tiene su propio contenido, medularmente paraguayo, totalmente independiente de ideologías foráneas así sean de derecha o de izquierda; rechazamos y repudiamos por igual las doctrinas nazi-fascista y comunista. (…) Para alcanzar este objetivo, el PRF eligió una ruta de la que nadie podrá desviarlo: la Democracia, consubstanciada con la soberanía popular y la igualdad ciudadana. Nuestra nacionalidad nació con esos principios, en la primera hora de su existencia. Para su gloria imperecedera, la Asunción, llamada la muy ilustre, puede ser considerada como cuna de la democracia en Hispanoamérica”.

También recuerdo que en la nota hecha en Asunción a los dirigentes febreristas, estos respondieron con un raconto de su historia pero no llegaron a explicar lo que realmente pasó; o sea que, de ser un partido con figuras relevantes, intelectuales de primera línea y una nueva esperanza con miles de seguidores, se fue diluyendo y, sin llegar a desaparecer, se ha mantenido como un pequeño partido, cada vez más histórico y simbólico, que dista mucho de ser una real posibilidad de alternativa para el electorado. Y como cada vez que se recuerda al Febrerismo, ya sea por el día de su fundación o el de la revolución; no falta quien vuelta a preguntar “¿qué pasó con el Febrerismo?”, trataré, desde mi punto de vista, de dar una respuesta.

Primero hay que aclarar que, como partido, el Febrerismo jamás fue gobierno; pero sí éste toma como propios los logros del gobierno revolucionario de 1936-37, por todos conocidos.

Y para entender qué pasó, creo fundamental remontarse a aquella gesta del 17-2-1936, que dio término a un período de más de tres décadas de gobiernos del partido Liberal. Es de destacar la figura del coronel Rafael Franco, héroe de guerra y modelo de patriotismo ejemplar, que estando en el exilio fue nombrado Presidente y al volver, cuando le es ofrecida la presidencia él se niega a aceptar, pero las circunstancias y los que lideraron el levantamiento no permitieron esto y prácticamente le obligaron a tomar el mando del gobierno. Y es así que se conformó un gabinete heterogéneo, con las personas que se creía eran las más capaces para llevar adelante tamaña empresa como es la conducción de una nación.

Entonces podemos ver, como claramente lo expresa quien fuera su máxima figura, a la luz de su historia que la raíz del Febrerismo no es un partido, es un movimiento; y en un movimiento sus componentes no son todos iguales, hay distintas formas de pensar, opiniones diversas y corrientes ideológicas opuestas.

Gral. Rafael Franco

El coronel Franco hasta ese entonces no pertenecía a partido político alguno, su carrera era exclusivamente militar y sólo a ella quería dedicarse con honor, y vaya si lo hizo. Esta situación personal de no identificarse con ningún partido político le permitió, al no deber favores partidarios ni tener aprehensión ideológica contra nadie en particular, poder ver y apreciar las cualidades de cada uno sin prejuicios; y así llevar adelante un gobierno, como dije antes, con un gabinete heterogéneo, en circunstancias sumamente desfavorables, que debía plantear su lucha en varios frentes: el diplomático con la cuestión de límites y el reconocimiento de naciones extranjeras; el rearmarse para la defensa con equipamiento moderno; la cuestiones obreras, campesinas, etc. etc.; había muchísimo por hacer, ya que nuestro país se gobernó hasta ese entonces como si fuera una gran estancia con patrones testaferros.

Y si bien fue corta la duración de aquel gobierno, se puede decir con toda certeza que ese año y medio fueron, desde 1870, los más fructíferos para la Nación paraguaya. Pero fue derrocado y sus dirigentes tuvieron que marchar al exilio; y, pasados los años, éstos fundaron, después de algunos intentos, definitivamente el Partido Febrerista.

Creo que el primer error de aquella fundación de 1951 fue separar a los dirigentes socialistas; porque si su raíz y su identidad fue un movimiento, no se puede ni debe dejar de lado a nadie. Creo que un partido debe ser el paraguas que cobija a todos por igual, en el que deben convivir distintas corrientes de opinión y nadie debe arrogarse el derecho para determinar quién pertenece al mismo y quién no.

El otro hecho más cercano en el tiempo que le hizo perder identidad de movimiento, a mi entender, fue sin duda su adhesión a la Internacional Socialista; y me parece fundamental, algo que indica el sentido común, hacer un balance desde que se asoció a este movimiento internacional para ver qué resultados obtuvo o en qué le benefició. Las preguntas a hacerse serían, por ejemplo, ¿aumentó su nivel de popularidad?, ¿se vio esto reflejado en la participación de los comicios? ¿o fue intrascendente a nivel nacional esta vinculación y por el contrario en vez de crecer decreció en adherentes y votos? Yo, personalmente me inclino por una respuesta afirmativa a la última pregunta. Reitero, en un movimiento o partido pueden convivir perfectamente distintas corrientes, la riqueza está en la diversidad; y para tener referentes simplemente están los comicios internos, que cuando más transparentes y abiertos están a la participación ciudadana más democráticos serán sus resultados.

Los partidos son la base esencial de cualquier democracia, y cuando en éstos no hay libertad de opinión, porque predomina una ideología o porque hay camarillas que controlan férreamente la conducción que a su vez arman las listas donde discriminan a todo aquel que tiene un parecer diferente, es evidente que ya no se está ante un partido democrático, se está ante una corporación a la que no le interesa precisamente la Patria.

El movimiento Febrerista de 1936 fue un movimiento medularmente paraguayo, que no adhirió a ningún “ismo” foráneo, que había varios en boga en aquel entonces; un movimiento que quería volver a hacer resurgir al Paraguay, pero no a costa de someterse a dictaduras de corte fascistas, comunistas o nazis que, como expresé antes, estaban muy a la moda en 1936; y las pruebas de que los dirigentes de entonces no estaban equivocados al no adherir el gobierno a ninguna de estas corrientes, las tenemos con los resultados que estas ideologías produjeron en donde pudieron sentar sus reales e hincar sus garras: guerras mundiales, hambre, persecuciones políticas y religiosas, exterminio masivo de seres humanos, pobreza, esclavitud, corrupción, etc. etc., o sea que estas ideologías sacaron a flote lo peor y más bajo de la condición humana a todo lo largo del siglo XX.

Y esto que escribo está claramente expresado en infinidad de decretos y documentos que el gobierno de 1936 redactó y en el Acta de la Constitución de la Unión Nacional Revolucionaria, la auténtica raíz del Partido Febrerista; en algunos párrafos dicha acta expresa lo siguiente: “Hemos afirmado desde el primer día que no caeríamos en ningún extremismo de izquierda ni derecha y que la Revolución de Febrero tiene un sentido profundo y genuinamente paraguayo”. (…) “Este poderoso partido que acaba de surgir como un determinismo renovador de la realidad política actual, es una confirmación de que la Revolución tiene hondas raíces en el alma nacional…” (…) “Debemos hacer notar una vez más que la Unión Nacional Revolucionaria no es un partido de exclusiones ni de persecuciones. Es una agrupación de paraguayos auténticos, sin finalidad partidaria, con la única preocupación de mantener la solidaridad, la unión y la disciplina que hicieron grande y fuerte a la Nación…”.

Y en varios discursos el coronel Rafael Franco ha dejado bien clara la posición de su gobierno con respecto al tema ideológico, por ejemplo así lo expresó un 1ro. de Mayo de 1936: “En presencia de los temores que todavía subsisten en algunos sectores de opinión de que la Revolución Paraguaya pudiese caer en algún exceso de doctrina extremista, nos complace ratificar nuestras primeras declaraciones en la forma más firme y categórica: no hay riesgo ninguno de que el Paraguay abrace la doctrina comunista ni adopte sus emblemas ni sus procedimientos de lucha o de gobierno.

La Revolución Paraguaya tiene personalidad y fisonomía propias y, si bien aprovechará las experiencias extrañas y las fórmulas universales, no acepta para su gobierno, formas o doctrinas que son exóticas, y no se ajusta a las realidades naturales y orgánicas de nuestro pueblo”.

Por todo lo expuesto, creo que el partido Febrerista debería rever su vinculación con la Internacional Socialista y abrir nuevamente sus puertas con un llamado generoso y amplio a todos los que quieran participar en él, sin condicionamientos ideológicos. Debería volver a repensarse, a retomar su origen de movimiento, a tomar lo mejor de las ideas del siglo que estamos viviendo y, fundamentalmente, aprender de los errores del que pasó. Hoy en el mundo no tienen cabida las dictaduras, sean del signo que sean; no existen dictaduras buenas y dictaduras malas, son todas malas. Tampoco ya no se puede hablar de izquierdas, centros y derechas; a este respecto, hace más de medio siglo, el gran filósofo español José Ortega y Gasset dijo: “Ser de derecha como de izquierda es ser un hemipléjico mental”. Y también creo que debería cambiar el símbolo que lo identifica, el puño cerrado, por una mano abierta, extendida y franca, que simbolice amistad y solidaridad.

Y aquel gobierno de 1936, que fue realmente revolucionario, que buscó su identidad en las raíces de su independencia y en el tronco que fue cercenado con la Guerra Grande, no tuvo miedo en captar lo mejor del socialismo, que aportó sus proyectos de leyes sociales, que fueron aplicadas y no declamadas; y tampoco le tembló el pulso a la hora de realizar una reforma agraria, que la llevó adelante en forma integral y sin menoscabo de la propiedad privada; por el contrario, esa reforma creo diez mil nuevos propietarios de la tierra. Y otro hecho, no menos importante, fue la reivindicación de sus próceres bárbara e injustamente calumniados, y la defensa diplomática de su territorio con los argumentos que le daban no sólo la victoria, sino también los derechos de antiguos acuerdos y tratados, todo ello lo realizó sin caer en el fanatismo extremista de un “nacionalismo” con z.

Por último, creo que si el partido hace una autocrítica, revisa su historia y abre sus puertas sin condicionamientos ideológicos puede, perfectamente, sin menoscabo de nadie, volver a crecer con el aporte de todos los que quieran integrar sus filas, que seguramente deben de ser muchos los que están esperando la oportunidad de tener un lugar de expresión política que no discrimina.

Los políticos deben escuchar a la opinión pública y atender sus reclamos, y no al revés; escuchar es respetar al otro, el verbo “escuchar” implica atender, comprender y aprehender; y no es lo mismo que el verbo “oír”; escuchar es una palabra más vasta y profunda que atañe sólo al ser humano. Y si se quiere que haya un cambio en el Paraguay primero deberán cambiar los partidos; porque las estériles luchas internas por espacios de poder o cargos rentados son el almácigo donde germina la semilla base de todos nuestros males: la corrupción