Madama Lynch, un verdadero ejemplo de mujer
Por y en el Día Internacional de la Mujer, optamos por resaltar parte de la vida de esta dama asombrosa e increíble, una mujer adelantada para su época, que inspiró –sigue inspirando- a historiadores y novelistas un centenar de libros en los no dudaron en enaltecerla o destruirla, ya que ella, desde su llegada a tierras paraguayas cambió radicalmente la escena nacional.
Elisa Alicia Lynch, con sus luces y sombras, constituye la figura femenina que sigue cautivando hasta nuestros días por su decisión inquebrantable de acompañar a Francisco Solano López hasta su último aliento.
Oriunda de Cork, Irlanda, sobre la fecha exacta de su nacimiento y fallecimiento hay varias versiones. Nosotros optamos por lo siguiente: nació 19 de noviembre de 1833, falleció en París el 27 de julio de 1886, diez años después de la muerte del Mariscal y tres días después de la fecha en que Francisco Solano López hubiera cumplido 60 años de edad.
Durante su estadía en Europa, un hecho marcaría a Francisco Solano López para siempre: en Europa conoce a Elisa Alicia Lynch, una rubia irlandesa separada del matrimonio, que acompaña a Solano hasta su muerte en Cerro Corá. Del matrimonio nacen cuatro hijos, uno de los cuales, Pancho, muere el 1° de marzo de 1870, a los quince años como coronel del ejército en el asalto final de las tropas brasileñas en Cerro Corá. Solo y rodeado por el enemigo, se le intima rendición: “Un coronel del ejército Paraguayo no se rinde”, contestará.
Solano López fue quizás uno de los hombres mas calumniados de América, y su relación con madama Lynch no escapó a la perversidad de enemigos e historiadores parciales. Apenas terminada la guerra, y durante ella, se difunden y publican los más disparatados comentarios, como suele suceder. Se la acusa entre otras cosas de ser una prostituta francesa que incentiva a López a sojuzgar a los pueblos vecinos y a coronarse “Napoleón de América”. Esas groserías no se condicen con la vida que llevó madama Lynch. Tuvo una cierta influencia cultural en Asunción pero no se diferenció demasiado de su pueblo, salvo el color de sus ojos y su piel. La extrema dedicación a su marido la llevaron a acompañarlo hasta último momento en Cerro Corá, soportando junto a él increíbles privaciones, cuando por su condición de extranjera tenía la posibilidad de retirarse a Europa.
=AUTOBIOGRAFÍA DE MADAMA LYNCH=
I.
Nací en Irlanda el año de 1835 (sic), de padres honorables y pudientes, pertenecientes a una familia irlandesa que contaba por parte de padres dos obispos y más de setenta magistrados, y por parte de madre un Vice Almirante de marina inglesa y que tuvo la honra de combatir con cuatro de sus hermanos bajo las órdenes de Nelson en las batallas del Nilo y Trafalgar.
El 3 de junio de 1850 fui casada en Inglaterra a la edad de 15 años con Mr. Quatrefages, persona que ocupa actualmente un alto cargo en Francia. A su lado estuve tres años residiendo en Francia y Argelia, y sin tener descendencia. Separada de él por causa de mi mala salud, me reuní con mi madre y mi hermana en Inglaterra, quedando algún tiempo con ellos. Residí en París muy poco tiempo y mientras estuve allí viví con mi madre y la familia de Strafford, compuesta de la madre y tres hijas, siendo el padre en aquel tiempo magistrado de Dublín.
Poco tiempo después de separada de mi esposo conocí al Mariscal López y ya en 1854 me encontraba en Buenos Aires de paso para la Asunción; de donde no salí hasta 1870. cuando caí prisionera.
Los que se han ocupado en presentarme como una mujer de mala vida en París, se encuentran descubiertos ante la evidencia de los hechos que dejo referidos; porque falta materialmente el tiempo necesario para que yo hubiese podido entregarme a la vida licenciosa que se ha querido atribuirme.
Para hacer caber la calumnia, han tenido que inventar que nací en 1822. Es decir, que en 1854, cuando vine a América debía tener, según ellos, 32 años. Las personas que me conocieron en esta sociedad son bastantes para constatar si eso pudo ser así; y sobre todo mi fe de nacimiento es concluyente.
No he podido ser la mujer a quien han pintado mis enemigos.
El antecedente más desfavorable a mi reputación ha sido el hecho de mi matrimonio. Casada y pasando a ser la compañera del Mariscal López, era autorizar el cargo de adúltera.
Hasta hoy no he querido desmentir esa acusación por motivos de delicadeza que me obligaban a no perjudicar la posición que ocupa Mr. Quatrefages. Pero ahora estoy obligada a romper ese silencio; porque me debo a mis hijos, y mi nombre está ligado a una época histórica, para que consienta ser atacada tan despiadadamente por personas que buscaban un lenitivo a sus escándalos y liviandades, enseñándose contra el nombre de una mujer. Mi matrimonio con Mr. Quatrefages fue considerado nulo por no haberse cumplido las formalidades exigidas por la ley; y la prueba más concluyente de ello está en que él se volvió a casar en 1857 y tiene varios hijos de este matrimonio.
Ahora me corresponde ocuparme de lo que se relaciona con las acusaciones que se me han hecho desde que caí prisionera; porque es necesario traer las cosas a luz con sus verdaderos antecedentes.
II.
El primero de marzo de 1870 caí prisionera de ejército brasileño en Cerro Corá, después de haber visto caer atravesado por las balas al Mariscal, a mi hijo mayor, Francisco; y a muchos fieles compañeros de campaña. (1)
De Cerro Corá fui llevada a bordo del vapor Princesa. habiendo cumplido con el deber más doloroso y tremendo: dar sepultura con mis propias manos a los míos.
III.
He sido acusada de los actos internos de la política del Mariscal López y responsabilizándome de la guerra que llevaron al Paraguay tres naciones, como del sacrificio heroico con que ese pueblo se inmortalizó, pereciendo con su jefe, en más de cinco años de guerra, sin ejemplo en América, y puede decirse, en el mundo, que dejaba una enseñanza al sentimiento de las nacionalidades, una educación como la que dieron los Espartanos en las Termópilas.
A fuerza de querer mancillar mi nombre, lo que han hecho es asociarlo a esas páginas que han encontrado la admiración de las naciones civilizadas, y que eran repetidas y mostradas al pueblo francés cuando un millón de alemanes asediaban a París. Ajena a los hechos de la administración del Mariscal López, a su política, sin mezclarme en otras cosas durante la guerra que en atender a los heridos, a las familias que seguían al ejército y procurando disminuir las penalidades de la situación; no por eso dejo de aceptar la responsabilidad que quiera dárseme en la defensa que el pueblo paraguayo hizo de sus derechos y territorio.
Había dejado la Europa y vuelto a América después de una ausencia de cinco años, porque recién había podido recuperar mis papeles y armarme de las piezas necesarias para vindicar y reclamar mis intereses.
Venía resuelta a ir a la Asunción, porque allí estaba pendiente un juicio criminal ordenado por el Gobierno en 1870, para contestar a los cargos que se me hacían, afrontando a todos mis enemigos en el teatro mismo de su poder y cuando no contaba con otro apoyo que el de mi conciencia y el de mis actos.
En efecto, después de haber demorado tres meses en Buenos Aires, reclamando del Gobierno Argentino el valor de mis muebles que adornan la casa del Gobierno Nacional, sin poder hasta ahora conseguir una resolución, a pesar de haber presentado las cuentas que lo acreditan de mi propiedad, no quise demorar más tiempo y me dirigí a la Asunción.
Allí desembarqué (Asunción) y horas después fui obligada a reembarcarme por orden del Presidente Gill.
(1) Luego de ultimado el Mariscal la soldadesca se dirigió a la carreta donde estaba Elisa Lynch, y frente a ella fue asesinado su hijo mayor Panchito, de 15 años. Saltó la madre a cubrir el cuerpo sangrante de su hijo, espetándole a los soldados: «Esta es la civilización que han prometido».
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Fuente principal: Leonardo Castagnino – de su libro “Guerra del Paraguay: la Triple alianza contra los países del Plata”