Por Andrew Nickson – Investigador (*)
Pero también fueron años de creciente contestación obrera a las pésimas condiciones de trabajo que caracterizaban la época liberal. Una serie de grandes huelgas habían sacudido antes a Pinasco —en 1913 y 1922/23—, cuando hasta se fugó el comisario Wagner y se instaló en su reemplazo una guarnición militar a cargo de un mayor Barboza.
Todas estas luchas apuntaban a la introducción de derechos laborales básicos, tal como las ocho horas diarias (en vez de las 12 horas que fue la norma en la fábrica). Además, una reivindicación constante fueron «la apertura» del puerto y el libre ingreso de vendedores de productos básicos para competir con el monopolio ejercido por la despensa de la empresa, que explotaba al personal mediante el sistema de compra por ‘vales’. Pero, en su afán de mejorar sus condiciones, los obreros tropezaban con la férrea negación de la IPC, durante décadas, de permitir un sindicato.
Existe poca información acerca del origen de la protesta de 1927, aunque probablemente fue liderada por los hacheros, los más explotados del personal, a quienes se les pagaba por trabajo a destajo, a través de terceros, y con mucha demora. Ellos se organizaron en diferentes puntos de la vía férrea, que se extendía 145 km tierra adentro. Hasta se dice que se creó un club de fútbol, Sol Naciente, con miras a aprovechar la tranquilidad de la cancha —ubicada a cierta distancia del casco urbano— para conversar libremente de temas sindicales.
El día de la masacre: El viernes 15 de julio de 1927, los huelguistas bajaron hasta el puerto, donde consiguieron la solidaridad de los obreros de la fábrica y del puerto. Sus demandas fueron las de siempre: apertura del puerto, atención médica a sus familiares y un aumento salarial. Al serles negados sus reclamos, como medida de protesta ocuparon la usina y la comisaría, amenazando con incendiar la fábrica y los depósitos. La respuesta de la Gerencia fue contundente. El comisario local, que en la práctica actuaba como funcionario de la empresa, mandó apresar a los líderes de la «comisión directiva» de la huelga. Pero al serle imposible realizarlo, la empresa envió un mensaje por código Morse pidiendo auxilio al cuartel de Concepción, que envió un pelotón de 30-35 soldados. Estos, al llegar a Pinasco, en su intento de desocupar el puerto, ametrallaron a los huelguistas. Hay diferentes versiones sobre el número de muertos, que varía entre «una docena de víctimas entre muertos y heridos graves» (Milda Rivarola) y «más de veinte» (Juan Alfredo Ramírez). Increíblemente, no existe testimonio personal de lo ocurrido, y de los obreros que murieron, apenas sabemos algunos nombres.
Debido a la gran distancia y las pésimas comunicaciones con el interior del país entonces, solamente unas magras y distorsionadas noticias se filtraron en Asunción sobre lo acontecido. Los diarios El Diario y El Liberal basaban sus informes acerca de los «sucesos de Pinasco» en declaraciones de Eusebio Ayala, quien había viajado a Pinasco después de la matanza. De hecho, sus declaraciones a la prensa son muy cuestionables, dado que, además de ser primo del entonces presidente Eligio Ayala (1924-28) y Rector de la Universidad Nacional, ¡ocupaba en esos años el cargo de vicepresidente de la IPC y fue su director regional en Asunción! Eusebio Ayala hablaba de un duro enfrentamiento, pero no menciona en absoluto la existencia de muertos. Dice que «no fue una huelga, sino un atentado anarquista frustrado», y vuelca toda la culpa a un grupo de exaltados, liderados por «… un individuo de nombre Benigno Castaño, desertor del Ejército argentino». Aunque Ayala admite que «… el administrador, Sr. Scott, recibió una hoja sin firma, escrita con visible prisa, pidiendo la jornada de ocho horas y otras mejoras», finaliza la entrevista con una extraordinaria apreciación acerca de la IPC: «No creo que haya ningún establecimiento en la República en el cual los obreros tengan un trato mejor».
Repercusión en Asunción: Después de la masacre, la IPC expulsó en barco a los doce ‘directores’ del movimiento, junto con «poco más de cien seguidores y sus familias». Es solamente con el gran impacto producido en Asunción con la llegada de ellos al puerto, el día lunes 18, incluyendo varios obreros gravemente heridos, que empieza a circular otra versión de lo ocurrido. El martes 19 de julio se organiza un gran mitin de protesta por la represión sindical realizada por el Gobierno de Eligio Ayala, en el cual hablaron Hérib Campos Cervera y Obdulio Barthe.
Es entendible que los liberales de la época hayan tratado —con mucho éxito— de encubrir la matanza de Puerto Pinasco. No es difícil imaginar que un arreglo privado entre Eusebio y Eligio —respectivamente el principal director local de la empresa y el Jefe de Estado— explique por qué nunca hubo una investigación oficial acerca de la matanza, por qué ningún policía fue arrestado por la matanza y por qué la misma IPC nunca recibió ninguna amonestación por lo ocurrido.
Pero surge la incógnita de por qué en años posteriores el movimiento obrero no haya destacado el significado que la matanza merece en la historia popular del Paraguay. En parte esto se debió a la gran pugna ideológica, durante la segunda parte de la década de 1920, entre socialistas (Unión Obrera del Paraguay, UOP) y anarquistas (Centro Obrero Regional del Paraguay, CORP) por el control del movimiento sindical en auge. De hecho, para 1927 el liderazgo nacional del movimiento obrero estuvo firmemente bajo el control de los socialistas, quienes se oponían a los líderes de la huelga en Pinasco, de tendencia mayormente anarquista. Pero también pueden haber incidido la gran división ocurrida en 1927 en el Partido Colorado y la posterior influencia en Puerto Pinasco del incipiente movimiento sindical colorado, Organización Republicana Obrera (ORO), cuya línea fue férreamente opuesta a la del Partido Comunista Paraguayo (PCP), también en ciernes. De hecho, el único libro acerca de la matanza, Sangre Proletaria: Masacre de Puerto Pinasco, aun cuando nunca publicado, fue escrito por Enrique Volta Gaona, líder de la ORO y posteriormente hombre duro de la dictadura de Stroessner.
Durante décadas, después de la matanza, el conflicto laboral en Pinasco seguía siendo tirante. En una posible represalia, el 1 de diciembre de 1929, el Dr. Macdonald, un médico inglés recién llegado para trabajar en la empresa, murió en una emboscada, en compañía del gerente, Mr. J. H. Scott, en las afueras del puerto, cuando inspeccionaban un obraje. Se supone que la bala, tirada por desconocidos desde un bosque, fue dirigida a Scott, de nacionalidad canadiense, quien fue gerente en el momento de la masacre de 1927.
Más de tres décadas después, el 1 de agosto de 1960, en medio de las convulsiones producidas en el país por las incursiones guerrilleras del 14 de Mayo y el FULNA, en Pinasco se inició una dura huelga por aumento de salarios. Cuando, como medida de presión, el centro de expendio, monopolio de la empresa, dejó de disponer de artículos de primera necesidad, «los nervios crisparon tangiblemente los ánimos» de los huelguistas. El 14 de agosto, el entonces gerente —muy odiado—, José María Comezaña, de nacionalidad argentina, murió en su oficina, apuñalado por un grupo de obreros, dirigido por el estibador Albino Rodas. Otra vez las tropas fueron enviadas desde Concepción y Puerto Olimpo, «con miras a proteger la propiedad privada de la empresa». La huelga duró 90 días y derivó en el despido masivo de 838 obreros.
* Una postura disidente: En 1927, un solo diario de la época marcó una postura disidente con respecto a la versión oficial de «los sucesos de Puerto Pinasco». En su lectura se nota una fuerte resonancia con los reclamos populares, en la actualidad, acerca del esclarecimiento de otra terrible matanza —la de Marina Cué, acaecida el 15 de junio de 2012—: «El Gobierno Nacional está en el deber de investigar cuanto antes la verdad de los sucesos ocurridos en aquella localidad. Debe destacar un funcionario de alta jerarquía, capaz de investigar con toda imparcialidad los hechos ocurridos» (La Nación, Asunción, 21 de julio de 1927). En el caso de Pinasco, eso nunca pasó y la matanza pasó al olvido. Ojalá que aprendamos esa lección de la historia.
PUBLICADO EN EL CORREO SEMANAL
(*) Profesor honorífico de la Universidad de Birmingham, Inglaterra: r.a.nickson@bham.ac.uk
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