Homenajean al Mariscal López en el aniversario de su muerte

En el marco de los 142 años de la muerte del Mariscal Francisco Solano López, que se recuerda este jueves 1º de marzo, el Poder Legislativo, a través de sus dos Cámaras -Senadores y Diputados- rindió un homenaje al héroe máximo de la República del Paraguay, frente a la estatua de acero ubicada en la plaza, frente al Parlamento Nacional.

Autoridades del Poder Legislativo, como también del Parlamento del Mercosur, el Centro Cultural de la República (El Cabildo), la Municipalidad de Asunción y de las Fuerzas Públicas, homenajearon al Gran Mariscal con melodías de la Banda de Músicos de las Fuerzas Armadas de la Nación, y el tenor José Mongelos.

El titular del Congreso, senador Jorge Oviedo Matto, dijo al respecto que «siempre es muy oportuno homenajear a los grandes dela Patria. Los mÉritos del Mariscal son muy diversos, desde el coraje, sin sombras en la batallas, hasta el desvelo sin pausas en la paz para engrandecer el suelo que nos vio nacer. Cada 1º de Marzo suena en cada paraguayo una trompeta de adiós al Mariscal López, en el fin de una guerra injusta y desigual, pero también suenan las campanas que anuncian la paz y el inicio de la construcción de una patria nueva, siempre altiva y mirando el horizonte».

Recordó igualmente a las gloriosas Residentas, que lucharon de manera incansable defendiendo al Paraguay. «En homenaje a ellas, saludo a las damas presentes, instando a imitar el gesto de las mismas y de otros grandes héroes, en post de un Paraguay libre, soberano y democrático», expresó el legislador, al tiempo de señalar que sin ellas, «hoy no tendríamos el Paraguay que tenemos».

«¡Muero con mi Patria!»

Fueron las últimas palabras del Mariscal. Eran algo más que una metáfora, ya que casi nada quedaba en el Paraguay. Toda su población masculina entre 15 y 60 años había muerto. Muchísimas mujeres y niños también, por las terribles epidemias de cólera y fiebre amarilla o simplemente sucumbieron de hambre. Por supuesto, tampoco quedaron ni altos hornos, ni industrias, ni fundiciones, ni inmensos campos plantados con yerba o tabaco, ni ciudad que no fuera saqueada. Apenas sí, un montón de ruinas cobijada a los fantasmales trescientos mil anciano, niños y mujeres.