El pueblo siguió a su conductor

 

Rafael Luis Franco (frarafa@gmail.com)

1° de marzo: 149° aniversario del paso a la inmortalidad del Mariscal Francisco Solano López (*).

Un hecho indiscutible, a cuya evidencia deben rendirse aún sus más empecinados enemigos, es que el pueblo acompañó al mariscal López en las acciones de la guerra y en el peregrinaje final de su agonía, con una unanimidad compacta e impresionante. Se fue inmolando a la medida en que Dios lo tenía acordado, y los últimos restos, que seguían adheridos a su figura gigantesca y rectora, se inmolaron con él, en Cerro Corá, a orillas del Aquidabán, como cumpliendo un pacto irrenunciable y sagrado.

¡Estupenda inmolación de todo un pueblo, sin distinción de sexos o de edades, sin desigualdades en la hondura del sacrificio, con la impávida serenidad del deber conscientemente asumido!

Ese éxodo de todo el pueblo al lado de los ejércitos nacionales y en pos de su caudillo, es una de las páginas más sublimes de la historia universal. Pero ni aún ese espectáculo de grandeza y de renunciamiento, habrían de respetar los historiadores aliados.

(…) Pero los liberales, por el fanatismo de su filosofía, no pueden comprender los actos de oblación y holocausto, en que el alma mística se sublimiza y eleva.

(…) Numerosos documentos prueban que la decisión de morir con la patria era en el mariscal López una vieja obsesión. No se puede hacer historia sin conocer los documentos analizarlos y valorizarlos. Solamente la escuela histórica liberal se permite este lujo de despreciar las pruebas, sustentándose en los argumentos que forjaron el odio y la calumnia. Esto no es juego limpio, sin duda; con el agravante de que el despotismo más brutal exige el acatamiento de sus falsedades, so pena de que todas las puertas se le cierren al que intente rebelarse. Pero hay quienes, como el mariscal López, prefieren morir antes que transar con el deshonor y la mentira.

Nota de condolencia del gobierno colombiano por la muerte de Francisco Solano López / Para agrandar hacer clic sobre la imagen

(…) Para comprender al Paraguay que sostuvo, durante más de cinco años, una guerra desigual y aniquiladora, es necesario pensar en esa comunidad activa, en ese destino colectivo en que todos se sentían representados. Lo que esa comunidad defendía, no era un hombre, ni la obra de un hombre: era la obra de todos, que en un hombre –el mejor– se encarnaba. Porque ese hombre y ese pueblo eran la expresión unificadora, maciza e inconfundible del alma paraguaya.

(…) El siglo XIX no registra un episodio más solemne, ni un heroísmo más unánime, ni un sacrificio más grandioso que el que ofrecieron el Mariscal y su pueblo. Y puesto que eran el símbolo y el mito, la unidad de la tierra y de la sangre, el dolor y la pasión del alma paraguaya: en glorificarlo se glorifica el Paraguay y sus hijos se hacen dignos de serlo.

Brasil no se engañó nunca respecto a la significación de Francisco Solano López, al magnetismo que ejercía su persona y a la férrea unidad que mantenía con su pueblo. Por eso tenía urgencia en vencerle. (…) El emperador, carcomido por esa morbosa pasión, daba órdenes, temblaba y vociferaba, para que se persiguiera, acorralara y destruyera a López. Es que tenía conciencia que el enfrentamiento con el régimen del Paraguay comprometía valores mucho más hondos que los aparentemente proclamados. Sabía que en López se encarnaba una cosa de la que el Imperio abominaba; que no era la “barbarie”, ni la “tiranía”, tan mentadas en los tratados y declaraciones. Era un sistema, una forma de ser autónoma y americana: un principio naturalmente antiliberal, que el Brasil, receptáculo y ejecutor de las directivas de las logias británicas, se había comprometido a extirpar.

Los restos del Mcal. reposan en el el Panteón Nacional de los Héroes / Oratorio de la Virgen en Asunción

Sin esta explicación de fondo y sin esta constante animadora de todas las instancias de aquel dramático período, no puede entenderse la guerra, ni la constitución de a Triple Alianza, ni el encarnizamiento contra López, ni el epílogo brutal de Cerro Corá.

(…) En Cerro Corá, cuando ya se acercaban las avanzadas brasileñas, hablaba, sereno e imponente, con el coronel Víctor Silvero, argentino, que desde la invasión de Corrientes, le había seguido con devoción ejemplar. Se oían las descargas de las rifleros imperiales, cuando López remató su discurso: “Y si mis ejércitos diezmados mil y mil veces me han seguido a despecho de tantos contrastes y penurias hasta el postrer extremo ha sido precisamente porque sabían que yo, su jefe supremo, había de sucumbir con el último de ellos, sobre este mi úlimo campo de batalla”.

(…) La férrea unidad del Caudillo y sus huestes, que fue bendecida con la sangre de los héroes, quedaría ahora confirmada con la muerte de los mártires. Tan solo la pequeñez infame podía cerrar los ojos a esa evidencia incontrastable. Su resplandor cegaba aun a quienes desde lejos lo miraban; en el Times, de Londres, se escribía: “Indudablemente, el pueblo paraguayo, hasta el último hombre, hace causa común con el jefe de la nación. Actos de abnegación tan constantes, como los que se nos refiere, jamás se han ejercido en obsequio de ningún tirano, como se pinta a López”. ¡Verdad innegable! ¿En dónde quedaba la literatura hipócrita de la Triple Alianza?

(…) ¿Qué valen, frente a ellos, las diatribas de los legionarios e baqueanos, que estaban forzados a denigrarle para encubrir su delito de traición?. La deposición de tales sujetos “nada dice contra el general López –apuntaba en su momento Alberdi–, pues liberales que para despertar de su letargo necesitan que el enemigo llene de oro sus bolsillos, no tienen autoridad para mí”.

(…) En el campamento de Cerro Corá, el 1° de marzo de 1870, con las primeras luces del día, aquel manojo de llamas que se disponía a convertirse en humo, ratificó su decisión inquebrantable. … “el coronel Joao Nunes da Silva Tavares prometió 100 libras esterlinas a quien matara a López en combate”. Así, con ese lúgubre telón de fondo, en que la muerte bailaba al son de las doradas libras imperiales, se cumplió el último acto de una guerra que, por excepcional y portentosa, bien merecida tenía la apoteosis final de Cerro Corá.

El general brasileño José A. Correia da Cámara, que actuó personalmente en la operación, dejó un valioso testimonio para la historia, que la infamia liberal no ha podido adulterar. Es el parte final de la guerra, … en el que dice: “Illmo. Y Excmo. Sr.: Escribo a V.E. desde el campamento de López en medio de la sierra. El tirano fue derrotado, y no queriendo entregarse fue muerto al instante. Le intimé la orden de rendirse cuando ya estaba derrotado y gravemente herido, pero no queriendo, fue muerto. Doy los parabienes a V.E. por la terminación de la guerra, por el completo desagravio que ha tomado el Brasil del tirano del Paraguay. El general Resquín y otros Jefes están presos. Dios guarde a V.E.”. … El moribundo que no se rinde y el triunfador que descarga su espada para arrebatarle el último suspiro. El parte de la victoria lo dice todo: es la lápida de la empresa más egoísta y siniestra, desgarradora y feroz que registra la historia. Un régimen y una ideología quedaron así atrapados, en viva medalla, para que nunca se olvida qué es y qué representa la civilización de los liberales.»

 

(*) Extraido del libro «Proceso a los falsificadores de la historia del Paraguay», t. II, de  Atilio García Mellid)