Por Noelia Quintana Villasboa –Historiadora
A siglo y medio de la página más heroica escrita en Cerro Corá, la historiadora Noelia Quintana Villasboa rescata el valor del heroísmo paraguayo durante la Guerra de la Triple Alianza, al que considera como «uno de los episodios más ejemplares de la historia del Siglo XIX». Una lectura para el debate, previa al 1 de marzo, Día de los Héroes.
Dice el pensador francés Emilio Faguet: «La ceniza de los muertos creó la patria». La patria paraguaya está amasada en las cenizas de los que fueron consumidos por la inmensa hoguera de una guerra espantosa.
Cada año, esas cenizas de los que murieron por la patria vuelven a ser expresiones de vida, realidades en marcha en las páginas de la historia.
Los héroes que hoy recordamos y conmemoramos regresan del pasado, redivivos en nuestro presente, vienen del ayer y nos abren pasos hacia el porvenir. Fueron polvo y son realidad, después de haber sido recuerdos, hoy son esperanza; pero hay que verlos a la luz de una historia real, la historia con caracteres de perennidad, aquella que habla con verdad, cuya magistratura sin privaciones es la encargada de formular el fallo sin apelación, el fallo eterno.
Tres héroes principales – Tres figuras luminosas tenemos a lo largo de nuestra historia y son los héroes supremos: el primero es José Gaspar Rodríguez de Francia, el creador de la patria independiente. El que le sigue es el organizador de la República, Carlos Antonio López, y el tercero es el defensor, héroe y mártir de la epopeya, Francisco Solano López.
Acompañan a estas majestades gloriosas las legiones que acaudillaron a Díaz, Genes, Delgado, Caballero y tantos otros oficiales, soldados, ancianos, niños que se dieron por entero a la defensa de su tierra invadida en la penosa campaña, las mujeres que iban en pos de los suyos y compartían sus sacrificios, sin rendirse nunca ante los rigores de la fatiga y el hambre.
Es de todos ellos este aniversario que recordamos en el Día de los Héroes. Ellos nos recuerdan con su presencia nuestro deber de paraguayos, ellos son la expresión de nuestro pasado, cuya grandeza y poderío deseamos ver en este presente. Son nuestra gran lección frente a nuestro porvenir, que se desprenden de las páginas aleccionadoras de la historia.
Heroísmo en la paz – Es importante recalcar que, antes de que nos consumiera el fuego de la guerra, fuimos felices en la paz y no atentamos jamás contra nadie. Sin embargo, fue gestada en el seno de nuestros vecinos anarquizados esta horrible guerra, países aliados que no se cansaban de matarse en una lucha sin cuartel y que fueron los que realizaron el infame holocausto de nuestra patria.
El Paraguay no fue nunca la tierra de degüello endémico, de la que habló Sarmiento al pintar la barbarie reinante en su país. Somos y hemos sido siempre un pueblo bueno, noble y generoso. Un pueblo pacífico, si bien celoso de su soberanía, pero que siempre amó la paz, pero que demostró en el momento crucial y con elocuencia que nadie le supera en lo guerrero. ¡Nadie!
Aún así, los aliados se autodenominaron agentes de fraternidad y civilizadores en todo el Río de la Plata, aniquilando miles de vidas en su itinerancia infernal, justificando sus ambiciones en pos de libertad a las naciones.
Pero hay acciones que no pueden ocultarse, dice Olegario Andrade, «crímenes que no se borran jamás, aunque se vertieran sobre ellos todas las lluvias del cielo». La sangre derramada en el Paraguay ha de brillar siempre sobre la faz de sus vencedores, como una marca siniestra que jamás podrán borrar.
Este día, en que nos empinamos para aclamar a nuestros héroes con una evocación que sacude con fuerza el corazón, nos sentimos más paraguayos que nunca, paraguayos en toda la integridad y con el mismo hervor que animó el alma de nuestros mayores.
El héroe máximo – La realidad de los pueblos no se puede conocer con los vidrios ahumados por la mentira. Los que viven en el error y en el engaño de su propia realidad histórica están condenados per se a la ignominia. Sepan que un 11 de noviembre de 1859 el Mariscal López firmó y garantizó la paz y la unión de los argentinos como símbolo de la real fraternidad americana, evitando la matanza entre hermanos.
Al recordarlos hoy, se destaca en las lontananzas del pasado la figura del Mariscal Francisco Solano López, que es sin duda el héroe máximo de la nación paraguaya, que murió fiel al lema de su espada, «Vencer o morir». No le fue dado el vencer, pero supo morir como no murió nunca el jefe de una nación aniquilada.
El Mariscal Francisco Solano López es la síntesis de todas nuestras grandezas y tuvo dos grandes condiciones y una decisión sublime en la memorable defensa del Paraguay. Él fue como un fuego sagrado y demostró un carácter firme, tenaz, ya que eligió el sacrificio y la muerte física a la ignominia de rendirse y entregarse sin honor. Se inmoló en defensa de su patria.
La Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay es uno de los hechos más complejos de la historia americana y en algunas de sus relaciones de análisis uno de los hechos que imponen mayores torturas de conciencia para un juicio cabal, teniendo en cuenta los antecedentes, circunstancias de la vida interna e internacional de los cuatro pueblos.
Hay sin embargo dos conclusiones que pueden considerarse definitivamente adquiridas como verdades irrefutables:La devastación y exterminio del pueblo vencido. En esto se debe analizar fríamente el plan deliberado de los vencedores y la responsabilidad que para ellos conlleva.
La heroica defensa del pueblo paraguayo. Constituye uno de los episodios más ejemplares, no ya de la historia americana, sino de la historia del siglo XIX, destacando en cada enfrentamiento rasgos de intrepidez, abnegación y de estoicismo, bastantes para caracterizar una tradición nacional honrosísima, que como paraguayos podremos revindicar por siempre
Entre los muertos estaban el octogenario don Francisco Sánchez y el niño de 11 años, José Félix López, hijo del Mariscal. Los extremos de una cadena, que venía del pasado y se prolongaba hacia el porvenir.
El coronel Aguiar, inválido desde la batalla de Tuyutí por el enemigo, con la espada en mano fue degollado por no querer rendirse a pesar de su doliente impotencia, y el ministro de la Guerra, coronel Caminos, caído en la acción al lado de su presidente y amigo. También el general Roa, que después de hacer el último disparo de su cañón, montó sobre él, increpó al enemigo y cayó acribillado.
Todos se dan a la muerte para no sobrevivir a la derrota. Es un caso único en la historia, el de una nación que prefiere la muerte a la humillación, que supera su condición humana en cinco años de agonía. Dolor, hambre, desnudez, miseria desoladora, fatiga mortal y todo por ser escudo de la libertad, por no querer ir acoplado al carro del conquistador extranjero, bajo cuyas ruedas estaban también condenados a rodar aplastados.
Razón tuvo el Mariscal López al gritar que no se rendía y que moría por su patria aquel 1 de marzo de 1870. Ese grito lo escuchó toda la humanidad, un grito del que no deserta en la hora suprema para ir a mendigar el pan del enemigo. Pero el Mariscal López no pudo observar que a los pueblos que saben morir, como el Paraguay, les quedan recursos para resucitar.
A siglo y medio años de aquella consumación en Cerro Corá, recordamos a todos nuestros héroes, a todos y cada uno de los héroes que aportaron su decisión encomiable de luchar hasta desfallecer y sin miedo a la muerte, afrontando con entereza la hecatombe y dignos en su fortaleza y temple.
El pueblo paraguayo en realidad no fue el vencido ante el juicio histórico. Los vencedores no son los que se imponen en armas sino los que dan un ejemplo inolvidable de valentía y honor, de entrega, de amor, de patriotismo, de belleza y de altura moral en el sacrificio incomparable. Sin duda debemos sentirnos orgullosos de ser paraguayos, de nuestros antepasados, de nuestra historia en común, de cuyas páginas sublimes brotan hazañas de entrega y patriotismo que nos inspiran.
Mariscal Francisco Solano López: «Señor, dormid en paz, ya que desde la misma tumba seguís trabajando por nuestra patria».
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