Este gran americano, con el lema de Vencer o Morir, fue asesinado el 1° de marzo de 1870, profiriendo sus últimas palabras: “Muero con mi Patria”.
Con esa última frase en sus labios, el 1º de marzo de 1870, en Cerro Corá, el Mariscal Francisco Solano López, herido, agotado y desangrado, medio ahogado, moribundo y anegada en sangre el agua inmunda del arroyo que, caído sentado, lo circundaba, recibió un tiro que le atravesó el corazón.Ahí quedó, muerto de espaldas, con los ojos abiertos y la mano crispada en la empuñadura de su espadín de oro –en cuya hoja se leía «Independencia o Muerte».
Francisco Solano López había nacido en Asunción, 24 de julio de 1827, fue el segundo presidente constitucional de la República del Paraguay entre 1862 y 1870. Se desempeñó como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, presidente y jefe supremo de la nación paraguaya durante la Guerra contra la Triple Alianza. Sucedió como presidente a su padre Carlos Antonio López.
Previamente, en 1853 fue nombrado embajador del Paraguay e hizo contactos en los países europeos de Reino Unido, Francia, Prusia, España y Piamonte-Cerdeña con el objetivo de obtener el reconocimiento de la independencia paraguaya por parte de esos países, además de comprar armas, barcos y blindajes para el ejército. En su estadía en París conoció a Elisa Alicia Lynch a quien convirtió en la compañera de su vida, quien estuvo con él hasta el día de su muerte y lo enterró juntamente con un hijo de ambos.
En 1859 López medió entre el general entrerriano Justo José de Urquiza y el general porteño Bartolomé Mitre a la hora de firmar el Pacto de San José de Flores, que introdujo a Buenos Aires en la Constitución Nacional Argentina.
Las últimas palabras del Mariscal -Muero con mi Patria- eran algo más que una metáfora: ya casi nada quedaba del Paraguay, toda su población masculina entre los 15 y 60 años había muerto bajo la metralla. Muchísimas mujeres y niños también, cuando no por las balas, por las terribles epidemias de cólera y fiebre amarilla, o simplemente sucumbieron de hambre.
Por supuesto, tampoco quedaron ni altos hornos, ni industrias, ni fundiciones, ni inmensos campos plantados con yerba o tabaco, ni ciudad que no fuera saqueada. Apenas si un montón de ruinas cobijaba a los fantasmales trescientos mil ancianos, niños y mujeres sobrevivientes. Se condenó al país a pagar fortísimas indemnizaciones por “gastos de guerra”. Paraguay perdió prácticamente la mitad de su territorio, que pasó a formar parte de Brasil y de Argentina (las actuales provincias de Misiones y Formosa).
Leonardo Castagnino: Guerra del Paraguay, La Triple Alianza contra los países del Plata, Ediciones Fabro (fragmento publicado en www.lagazeta.com.ar
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