“Mi trabajo literario es mi lucha por reivindicar al Paraguay “
El autor de “El grito de Antequera” presenta su último trabajo en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, el próximo miércoles 24 de septiembre
Por Milia Gayoso Manzur – miliagm@yahoo.com
Con cuatro décadas de residencia en Buenos Aires, Argentina, el escritor paraguayo Gilberto Ramírez Santacruz se encuentra cada vez más ligado a su país, a través de sus obras.
En mayo pasado vino Paraguay a presentar su última novela “El grito de Antequera I ” (Memorial de la causa comunera), editado por Arandurá, en el marco de la Libroferia Asunción. El próximo miércoles 24 de setiembre, lanza dicho trabajo y el ensayo “El grito de Antequera II” (Documentos históricos literario), en el Auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. La presentación estará a cargo del del director de la Biblioteca Horacio González, el embajador Nicanor Duarte Frutos y Roxana Gardes, catedrática especializada en literatura latinoamericana y paraguaya.
¿Cómo nace la idea de “zambullirte en las aguas torrentosas” de “El grito de Antequera?
La idea me acompañó desde la infancia, de escuchar a mis mayores una historia tremenda que arrastramos, y luego de recibir en la escuela la supuesta “verdadera historia”. Es decir, la oficial, que nada tenía que ver con los relatos que usaban nuestras abuelas para hamacarnos y, sin proponerse, aterrorizarnos con los relatos de matanzas de indios, campesinos y pueblos enteros como fue en las épocas de la conquista, en los remotos recuerdos de las luchas comuneras, el genocidio sufrido en la Guerra contra la Triple Alianza, los cientos y miles de combatientes campesinos que no volvieron de la Guerra del Chaco, el torbellino de la Revolución del 47 que envolvió y desangró a todo el Paraguay. Y la misma brutal represión que estaba en nuestras narices en aquel entonces, en la década del 60 sobre los movimientos guerrilleros y campesinos que luchaban contra la dictadura, comandada por el temible general Patricio Colmán, principalmente, llevada a cabo en los pueblos de Abaí, San Juan Nepomuceno, Tavaí, Chararâ (Eugenio A. Garay) y otros pueblos aledaños. Estos últimos episodios fueron reflejados en mi novela “Esa hierba que nunca muere”, también en el “El Grito de Antequera”. Pretencioso y desmedido como autor, me propuse desafiar al olvido, la desmemoria, las tergiversaciones mezquinas y cobardes a favor de la opresión sistemática que sufrió y sufre el pueblo de Paraguay y toda Latinoamérica, y, sobre todo, “desescribir” las Cédulas Reales que ordenaron borrar los nombres y hechos de los adalides de nuestro pueblo, que tantos historiadores nacionales y extranjeros, Provinciales jesuitas y mercaderes europeos que no ahorraron paladas de tierra para enterrar nuestra historia profunda, caracterizada y surgida de un carácter guerrero del pueblo guaraní, comunero y paraguayo a través de los siglos.
¿Cuántos años de investigación significó documentarse para iniciar esta travesía?
Es difícil medir en años concretos pero fue una documentación de los hechos que me insumió toda la vida, y seguramente me faltó mucho más, porque desmontar arqueológicamente las historias sobre el Paraguay es una tarea inacabable, son varias napas de mentiras e infamias que arrancan desde los cronistas de la conquista y hasta nuestros días.
Los supuestos historiadores profesionales y académicos que se dedican a reformular la condena de la memoria de nuestros luchadores, “demostrando” que el Cacique Lambaré jamás existió, que los comuneros fueron apenas punta de lanza de los encomenderos y que jamás cuestionaron la autoridad del rey o el origen de su poder monárquico, siendo que abruman los documentos que no pudieron borrar y quedaron también muchos relatos en la tradición oral, como figuran en El Grito de Antequera, pruebas irrefutables en contra de esa tesis de ninguneos y descalificaciones contra nuestros hacedores y héroes de la Patria..
¿Estás satisfecho con esta obra?
No sé si satisfecho, pero sí conforme, después de haber agotado tiempo y recursos en lo personal, es lo más próximo a lo que quise contar, donde la apuesta verdadera está centrada en lo literario. El argumento en este caso de los comuneros no pasa de ser un valioso pretexto, aprovechando los artificios de la escritura para traer a cuento y cuenta, como un ajuste histórico, contra las encantadoras fábulas que escribieron a su favor los jesuitas en sus Cartas Annuas o informes de los Padres Provinciales a su Prepósito General de Roma, conocido en los siglos XVII y XVIII como el Papa negro por el gran poder que ejercía en la sombra del Pontífice de turno.
En la novela se observa que la Compañía de Jesús jugó un papel histórico muy importante en el conflicto con los comuneros. A la distancia ¿en qué se diferencian aquellos jesuitas a los de hoy que tantos servicios prestan en el Paraguay?
Muy importante distinguir que en todos las menciones y documentos que hacen referencia a los jesuitas se trata de la Compañía de Jesús de los Siglos XVII y XVIII, que había usurpado prácticamente de hecho el Paraguay, al monopolizar la vida social, económica y política bajo el pretexto de la conquista espiritual. Pero que en la década del 60 con Pedro Arrupe la orden hizo un giro de 180 grados y rompió con la vida sectaria e incursionó en la vida de los pueblos más humildes, como los conocemos en la actualidad a los jesuitas asistiendo a los más necesitados y, por primera vez en la historia, la honra de tener a un Pontífice surgido de la Orden de Loyola.
¿Escribir este memorial de la causa comunera es una forma de continuar trabajando sobre tus grandes preocupaciones sociales?
Sin duda, conocer nuestra historia es la base para resurgir como pueblo y nación, si hoy andamos desatinados es porque nuestra brújula cultural nos desorienta y nos marca un rumbo equivocado. Entonces, mi trabajo literario es mi lucha por reivindicar cultural y literariamente al Paraguay en tanto pueblo que ha decidido, contra todos los presagios de la historia que condenaban su existencia como nación libre e identidad propia, desafiar la mediterraneidad, la amenaza constante de ser anexado por el Brasil y la Argentina, soportar las intervenciones militares extranjeras, prácticamente, hasta el punto de extinguirse pero derrotados nunca, como ocurrió en 1735 en la Batalla de Tabapy de los comuneros y en Cerro Corá, en 1870, del mariscal Francisco Solano López y sus últimos soldados fantasmas.
¿Cómo separás al Gilberto poeta, del narrador?
No separo nunca, aunque reconozca y respete los géneros literarios, pero es el mismo relato de los hechos que conllevan el sueño de libertad y esperanza de nuestro pueblo en los poemas, cuentos y novelas. La literatura, en mi caso, es la transcripción recreada de la oralidad u oratura de nuestro pueblo. Mis obras apuntan a rescatar esa forma colectiva de contar la historia, incluso al narrar lo personal pretendo pluralizar mi yo en cuanto que formo parte de una misma comunidad o nación cultural, en la misma medida que formamos y conformamos la armonía cultural del universo.
ABSOLUTAMENTE NEGATIVO
¿Cómo procesás internamente el hecho de ser un escritor paraguayo que vive desde hace tantos años en la Argentina? ¿Es positivo para vos?
Vivir afuera es solo una circunstancia de fuerza mayor, aunque para nuestro país la emigración es una dolorosa constante desde la culminación de la Guerra contra la Triple Alianza en 1870, “la patria y la guitarra las llevo en mí”, dice Serrat en su canción “Vagabundear”, reflejando plenamente mi situación como escritor del extrañamiento, como llamaban en el Siglo XVIII a los expulsados y desterrados. En cuanto a si es positivo para mí, puedo asegurar que fue absolutamente negativo, es una fantasía que aducen muchos especialistas literarios y musicales a la hora de analizar las obras de Roa Bastos, Elvio Romero, Hérib Campos Cervera y músicos como José Asunción flores, Agustín Barrios y otros compositores geniales, para justificar su genialidad y éxitos debidos al exilio y destierro como fuentes de inspiración y reconocimientos internacionales, en desmedro de los que no pudieron salir o sufrieron el exilio interno. Muy parecida a la otra fantasía, popularmente difundida, de que los poetas y artistas deben sufrir miseria y dolor para ser buenos, enumerando ejemplos como Ortiz Guerrero, Carlos Miguel Giménez y otros. Alguien puede creer que Roa Bastos, Asunción Flores o Mangoré hubieran sido menos geniales viviendo dentro del Paraguay, estoy seguro de que hubiesen producido mucho más obras memorables que errando por el mundo en busca de subsistencia. Vivir obligado fuera de la tierra de uno no es vivir sino apenas sobrevivir… Pero para mi escándalo he descubierto que muchos escritores que vivieron y viven en Paraguay fueron más afectados por los preceptos y paradigmas de la globalización
¿Qué queda en vos del chico nacido en Abaí? ¿Se cumplieron tus sueños?
Curiosamente, ese chico que nació y vivió en Abaí cada vez ocupa más tiempo y espacio con sus travesuras y sueños impenitentes en mi imaginario creativo, sobre todo porque persisten en Paraguay los mismos límites para el crecimiento personal y colectivo de cuando era mitã’i, durante el recorrido diario de 10 kilómetros para ir al colegio, montado en un inteligente burrito, comenzaba a leer “Platero y yo”, de Juan Ramón Jiménez, y “El mancuello y la perdiz”, de Carlos Villagra Marsal, obras que hicieron estallar en la cabeza de aquel pequeño lector las primeras fantasías de escribir. Luego ya en Buenos Aires pude culminar la secundaria y estudiar periodismo, al tiempo de publicar revistas y escribir artículos periodísticos, comencé a publicar los primeros libros en la década del 80 del siglo pasado. Pero siempre fui un poeta y escritor aficionado, nunca viví de las letras sino por las letras, haciendo cualquier cosa para poder escribir y mantener la familia a cargo, como decía Juan Rulfo al excusarse por no escribir más.
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