Una tarde en la villa 31
Por Aldo Benítez (*)
La mayoría de los extranjeros que vive en la Villa 31, un emblemático y estigmatizado asentamiento de Buenos Aires, es de nacionalidad paraguaya.
En sus pasillos y paredes se encierran historias de compatriotas forzados a migrar para buscar otras oportunidades. La mayoría logró rehacer su vida a razón de trabajo y sacrificio, pero también están quienes tomaron el camino de la violencia y las drogas, principalmente los más jóvenes.
Uno de los pasillos que lleva a la Villa se abre entre la estación de ferrocarril y la terminal de ómnibus de Retiro. Es una zona “chic” de Buenos Aires, que tiene, por ejemplo, al hotel Sheraton dando la bienvenida a la ciudad, apenas a unos 40 metros de donde se levanta la Villa. De acuerdo al último censo oficial que tienen en la Argentina de 2010, la población en este lugar era de unos 27.000 habitantes. Hoy, seis años después, las autoridades locales creen que se tiene 40.000 habitantes en toda la Villa.
Este pasillo que interna dentro de la Villa tiene unos 6 metros de ancho y parece no tener fin. Las casas están hacinadas y pinta un cuadro muy parecido a lo que se tiene en la Chacarita, en Asunción, pero a diferencia de lo que uno encuentra en “la chaca”, en la Villa 31 prácticamente cada casa tiene su propio negocio. Como el espacio es pequeño, los habitantes se ingenian para montar sus puestos de venta o de servicio, en donde se puede encontrar de todo y para todo. Pasado el mediodía, el movimiento se intensifica. Los trabajadores de puestos de comida rápida ya están preparándose para la noche. Bajan las mandiocas, limpian sus puestos, preparan los choripanes, mientras desde alguna ventana suena una cumbia que se mezcla con una música paraguaya.
Al avanzar unos metros, un pasacalles que cuelga entre carteles, hierros y banderas, felicita por el sexto aniversario del Barrio San Martín, uno de los últimos barrios que se formaron dentro del asentamiento. Las casas en este lugar no tienen más de 5 metros de frente, pero pueden llegar incluso a 20 metros de fondo. Como no hay espacio para tener patios ni veredas, las construcciones van hacia arriba y algunas viviendas llegan incluso a tener hasta dos pisos. Por lo general, la planta baja se usa para instalar un negocio, el primer piso para la vivienda y desde el segundo piso generalmente se alquila para otras personas que llegan a la Villa.
De los cerca de 40.000 habitantes que tiene hoy la Villa 31, al menos la mitad son extranjeros. De esta cantidad, la amplia mayoría representa a la colectividad paraguaya. Según los últimos datos oficiales, los paraguayos representan prácticamente el 48% de todos los extranjeros que vive en la zona. Luego siguen los bolivianos, con el 28%, mientras que el 20% corresponde a los peruanos. Existe apenas un 2% que corresponde a ciudadanos de otras nacionalidades. La otra mitad de los habitantes son argentinos, pero un buen porcentaje de estos también ya son hijos de paraguayos.
Los números estadísticos parecen estar acorde a la realidad que se observa al recorrer esta Villa. Es casi normal ver a niños con las camisetas de Cerro Porteño y Olimpia jugar por estas calles, levantando el polvo del cemento. Hay jarras sudadas de tereré para aplacar el calor casi en cada casa o negocio, y mucha gente trabaja en la gastronomía tradicional paraguaya, ofreciendo chipa, mbejú y la infaltable sopa paraguaya, que por cierto, tiene mucha demanda.
De acuerdo con los datos que manejan en el Consulado paraguayo en Buenos Aires, actualmente 890 mil ciudadanos paraguayos ya tienen su DNI argentino, es decir, la cédula de identidad argentina. “Conforme a las estadísticas de Migraciones de este país, actualmente existen 890 mil ciudadanos paraguayos con DNI, precaria o definitiva” señala Carlos Alfredo Closs, cónsul de Primera en contacto con La Nación. Explica que eso de precaria se refiere a un primer documento que sirve por dos años, hasta que se pueda tramitar el DNI definitivo.
“Hay que agradecer la generosidad del pueblo argentino para con nuestra gente. Aquí es muy fácil tener la documentación necesaria para poder trabajar, adquirir derechos” dice Closs. Añade que actualmente mucha gente está retornando a Paraguay pero por razones particulares. “Acá a los paraguayos se les considera como una fuerza laboral muy importante. El paraguayo te trabaja en la albañilería, en la recolección de basura, en sectores en que muchas veces no se consigue una mano de obra eficiente. Tenemos muchos paraguayos que han logrado una muy buena posición en diferentes ámbitos, pero siempre en base al trabajo” expresa Closs.
El funcionario, que hace dos años trabaja en el lugar, dice que para enero próximo, el consulado en Buenos Aires va a tener habilitado dos ventanillas con sistema informatizado para la renovación de cédula o la obtención de antecedentes policiales con el departamento de Identificaciones. Considera que esto es un paso importante para los compatriotas, ya que con eso se podría obtener la cédula en menos de 15 días, una documentación que lleva casi 90 días poder tener con el sistema actual.
Un contingente de hombres llega a la Villa cerca de las 18.00 desde la zona de la terminal de Retiro. Es muy fácil determinar que se trata de un grupo grande de paraguayos que trabaja en la albañilería; mochila o bolsón al hombro, kepis, termo de tereré en la mano y chistes en guaraní mientras hacen la caminata para llegar a sus casas. Según Nelson Bordón, un paraguayo que tiene 47 años y que hace 27 se mudó a Buenos Aires buscando nuevas oportunidades, una gran parte de los paraguayos que vive en esta Villa se dedica al trabajo de albañil.
El principal motivo para trabajar en la construcción es la buena paga que dan en el sector. Un ayudante albañil puede sacar hasta 450 pesos por día, lo que en nuestra moneda representa unos G. 135.000. Un maestro albañil gana entre 600 y 800 pesos al día, es decir, entre G. 180.000 a G. 240.000 por jornada de trabajo. Una suma absolutamente impensado en obtener en nuestro medio.
(*) Leer artículo completo en www.lanacion.com.py