Rafael Luis Franco
Joaquín Nabuco en su obra «La guerra del Paraguay», transcribe interesantísimos documentos que, en muchos casos, sirven para demostrar las contradicciones y desnudar a los responsables de aquella guerra, los dos imperios y sus aliados. Él es un gran defensor de la Alianza y un extremo crítico de López, al que permanentemente lo trata de dictador y tirano, buscando así justificar el accionar del Imperio brasileño; y en uno de sus capítulos, el XXXI, «Fin de la guerra…», expresa lo siguiente, comentarios entre corchetes mío:
«En la guerra de la triple alianza, la parte épica es la del Paraguay. La causa de los aliados es la de la justicia, la de la libertad, la de la civilización. López es la encarnación del secuestro, de la opresión de un pueblo por un tirano lastimado en sus proyectos e ilusiones. A pesar de todo, el papel heroico, patético, infinitamente humano es el paraguayo. [Si la causa aliada es todo lo que dice Nabuco, entonces por qué cometieron las atrocidades que cometieron, que son infinitas; si esa fue la causa, por qué el pueblo siguió a Löpez y no recibieron a los brasileños como liberadores del tirano; nadie sigue de la forma que lo hizo el pueblo paraguayo a un tirano; un pueblo «lastimado en sus ilusiones», si entonces existía un pueblo lastimado en sus ilusiones era el brasileño, el argentino o el uruguayo, no precisamente el paraguayo que se inmola tras un estilo de vida]
Prosigue Nabuco: «No domina el cuadro la historia del esfuerzo varonil de las potencias aliadas ni su definitiva victoria; domina la leyenda de la resistencia, de la abnegación, del suicidio de la nación paraguaya. [Aquí con más razón se cae su argumento del tirano y pueblo sin ilusiones]. Esta es la nota que se levanta en la monótona soledad del Cuadrilátero como en el límpido cielo de la Cordillera, en los juncales de Estero Bellaco como en las selvas del Aquidabán, en los vestigios de esas trincheras colosales que se extienden por espacio de leguas y leguas, líneas formidables que recordarán siempre las obras gigantescas de los campamentos romanos, como en el vasto osario de Tuyuty, sobre el que flota aquí y allá, a modo de blanca bandera simbólica de la paz eterna, un retazo de ñandutí. [Aquí Nabuco es evidente que busca congraciarse con el pueblo paraguayo, aunque copia, lo subrayado en negrita, de Garmendia, nota al pie de página. Lo cierto es que ellos «iban contra el tirano», pero de paso no les importaba masacrar a niños, mujeres y si era necesario hacer desaparecer hasta el último paraguayo, extraño modo de civilizar].
Sigue: «Mucho hicieron, sin duda, los aliados; mas, habida cuenta de sus recursos, la resolución, tenacidad y espíritu de sacrificio de que dieron muestras fue nada en comparación de lo hecho por la nación paraguaya. [Entiéndase bien, lo dice Nabuco: fue la nación paraguaya, no fue el «tirano»]. El mayor peso, casi todo el peso del sacrificio nacional de la alianza lo soportó el Brasil; pero este creció y se fortaleció, ganó en más de un concepto con la guerra. Está fuera de duda que esta contribuyó a la prosperidad de Montevideo y Buenos Aires. He aquí la razón de que solo el esfuerzo del Paraguay se puede calificar de grandioso y sublime. [Bien, aquí está claro que las razones fueron exclusivamente económicas de parte de los aliados; esta sola afirmación hace caer el argumento de la tiranía]. Toda la raza paraguaya, casi sin excepción, hizo de la guerra el problema capital de su existencia, sobreponiéndole a cualquier otro interés». [Reitero, estas expresiones dejan de lado completamente el argumento de «liberar del tirano», aquí Nabuco solo, sin ninguna ayuda, muestra su gran contradicción y que toda la argumentación de los aliados es pura patraña, una enorme farsa orquestada para destruir un gobierno ejemplar y someter a la última nación soberana, libre de masones, de América; la única nación que podía llamarse democrática, que desde su independencia vivió en paz, sin anarquía, con un pueblo feliz que tenía un profundo amor por su tierra de la cual se sentía verdaderamente dueño, de ahí la tenaz y suicida defensa que hiciera de su nación.]
Así Nabuco remata sus contradicciones:
«Para los países aliados la guerra fue un episodio, un remoto accidente exterior. Para el Paraguay fue el sacrificio deliberado de todo su ser, de todo aquello que cada ciudadano estimaba en algo: VIDA, RIQUEZA, BIENESTAR, AFECTOS, FAMILIA.
Semejante sentimiento, tan absoluto e imperioso, antójase sobrehumano y destácase de la manera de ser utilitaria de los pueblos modernos; Y NO BASTA A EXPLICARLA LA ESCLAVITUD POLÍTICA;…» [¿es que el brasileño no vivía bajo una esclavitud política?, ¿qué es sino el Imperio esclavista?; ¿un imperio esclavista va a liberar un pueblo o va a esclavizarlo?, preguntas que no tienen respuesta de parte de los nabuquistas o antilopiztas, sin entrar en una inmensa contradicción; claro que a ellos no les interesa la verdad histórica.].
LA HIPOCRESÍA DEL IMPERIO – En todo su esplendor de la pluma de Joaquín Nabuco. Aquí felicita al Conde d’Eu por conseguir la abolición de la esclavitud en el Paraguay, algo que solo en una mente afiebrada puede caber, ya que los esclavos del Brasil, desde épocas del Dr. Francia, buscaban la libertad asilándose en el Paraguay, donde formaron familia protegidos por los sucesivos gobiernos hasta la gran guerra.
Esto escribió Nabuco, en su libro “La guerra del Paraguay”, p. 245-6: “…En setiembre de 1869 [pocos días después de la masacre de Piribebuy y Acosta Ñu] había dirigido el conde de Eu al gobierno provisional de Asunción una carta fechada en el cuartel general, pidiendo la libertad de los esclavos que aún había en el Paraguay. No eran muchos, pero la importancia del acto era grande… Encargado Nabuco por el Instituto de Abogados de felicitar al emperador y al conde de Eu por su triunfos, … día dirigiéndose al soberano:
“’La guerra es una calamidad que la humanidad deplora, [guerra que ellos crearon de la nada] pero cuando tiene causa justa y racional es un deber. [si alguien puede explicar ¿cuál fue la causa justa y racional?]. La civilización se ve pagada de las desgracias por aquella producidas si en pos de ellas queda una idea grande y generosa’. [¿cuál idea, cuál generosidad?]
“[Aquí se autocontesta Nabuco y noten el cretinismo] ¿Qué idea es esa? Ninguna duda queda en la felicitación al conde de Eu. ‘La notable carta que V.A. dirigió al gobierno provisional del Paraguay, por la que consiguió la abolición de la esclavitud en aquel país, ha producido doble e indecible entusiasmo al Instituto, el cual, por la voz de sus presidentes ha defendido siempre la causa de la emancipación, causa santa e irresistible; santa porque es la causa del Evangelio; irresistible porque es la causa de la civilización. Sea esta gran idea de la emancipación una consecuencia de la victoria alcanzada contra la barbarie del Paraguay: este pensamiento, que dimana de la carta de V.A., es un deseo del Instituto’.”
[Bien aquí se refiere a la “emancipación” a la libertad de los esclavos en el Brasil; lo que no les impidió hacer la guerra con los esclavos; pero hablar de causa santa y mencionar al Evangelio, en boca de estos se podría considerar pura blasfemia contra los mismos, una burla demoníaca.]
EL BRASIL NO PODÍA HACER LA GUERRA AL PARAGUAY SIN LA AYUDA ARGENTINA
Aquí lo confiesa Joaquín Nabuco en su obra «La guerra del Paraguay», cap. XXIV, p. 193. «Cuando llegó a Rio de Janeiro la noticia del tratado de 1° de mayo, no existía ya el gabinete Furtado; y Octaviano, negociante de aquel pacto, había sido nombrado ministro de Negocios Extranjeros, cartera que desempeñaba interinamente Saraiva, el hombre que nos había acercado a la Argentina, y el que mejor que nadie comprendía la necesidad de la alianza Y LA IMPOSIBILIDAD DE HACER SIN ELLA LA GUERRA AL PARAGUAY.»
Fuente: J. Nabuco, «La guerra del Paraguay», editorial Belgrano, 1977, Bs. As.
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