Juan Pastoriza Centurión (jpastoriza.2008.com) (*)
Tiene que ver con los misterios del lago Ypacaraí. Después del conflicto chaqueño, muchos gringos venían a instalarse en nuestro país, por miedo a la Segunda Guerra Mundial.
Para no complicarnos con nombres extraños, vamos a llamarlo don Adolf, bastante mayor; su joven señora Agneta y su hijo adolescente Albert. Tenía un hermano abogado, Andreas, que puso su oficina en Asunción.
El señor era un mecánico de primera y arreglaba todo lo que sea motor. Todo marchaba sobre ruedas y aparentemente eran felices. Al hombre le gustaba el trago; como no había vodka, le daba con todo a nuestra popular caña blanca y si es posible clandé.
Sin problemas, hasta que surgió un lío por los papeles de los lotes que ocupaba, que un político mbarete de la época pretendía, como eran tierras fiscales. Ahí comenzó el conflicto, porque don Adolf era bastante desbocado y el otro prepotente, con buenas relaciones con capos de la capital. Quería sacarle a toda costa y bajo cualquier precio o recurso el terreno.
Un par de veces, kaúre los dos, se encontraron y casi se mataron. Tuvo que venir Andreas a intervenir y defender a su hermano mayor, y se metieron en líos burocráticos de tribunales. La señora Agneta era morocha, para ser sueca, pero de ojos verdes y muy linda. Había sido que allá en su patria era la novia del abogado, pero como este era mujeriego, decidió quedarse con el hermano mayor.
Lo cierto es que volvió a prender la chispa de la pasión y mientras don Adolf le daba a la botella, ambos se encontraban donde podían. En un cumpleaños decidieron hacer un picnic a orillas del lago. Fueron invitados amigos al asado, con abundante bebida.
Los de la citada pareja prohibida, en aquella oportunidad, no pudieron aguantar el deseo sexual y se perdieron en el yuyal. Como el hijo Albert, con su pandilla de mitã’i, estaba persiguiendo pajaritos con hondita, los pilló in fraganti. Fue a contarle al padre y este, en estado etílico, tomó su escopeta y se fue con todo contra la pareja
Iba a suceder una masacre si no hubiera sido por la intervención de los vecinos convidados a la festichola, pero les amenazó de muerte a los amantes y echó al abogado como un perro y a Agneta le dijo que la iba a reventar, por la traición. Le propinó un par de golpes con el arma. Al final, de noche, don Adolf, enamorado de la señora, le perdonó todo.
Ya de madrugada, Agneta no pudo conciliar el sueño, y con el peso de la conciencia, totalmente en cueros, salió por el camino y entró en las aguas del lago, hasta perderse. La mujer desapareció, lo que motivó una búsqueda de toda la población ypacaraiense.
El político aprovechó para hacerse de los terrenos y el hijo fue llevado por unos primos a su país. El hombre inocente se pasó gritando día y noche en la celda, hasta que falleció, de un síncope, pero más que nada de indignación e impotencia en la cárcel. Los pescadores suelen contar que antes de las tormentas suele aparecer una mujer desnuda y con su cabellera al viento, hablando un idioma inusual, queriendo contar lo que ocurrió aquella vez.
Es el espíritu de Agneta, afirman algunos memoriosos, que hasta hoy no puede descansar en paz, por el sentimiento que sufría, por condenar al marido sin culpas.
Le llaman la bruja del lago Ypacaraí.
(Versión corregida y abreviada)
(*) periodista, locutor, gestor cultural, folkorista,hombre de radio, actor de teatro, conductor televisivo, cuentista. Su ciclo más recordado y de más duración fue el programa ”Lo nuestro”. Nació en Ypacaraí el 29 de agosto de 1955. En 2016 fue distinguido como “Hijo Dilecto de Asunción”
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